Crítica de “Lovers Rock”: Cuerpos en éxtasis ★★★★★
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Director: Steve McQueen. Guión: S. McQueen, Courttia Newland. Intérpretes: Amarah-Jae St. Aubyn, Micheal Ward, S. Okwok. Reino Unido, 2020. Duración: 68 minutos. Drama.
Hay muchos cuerpos en “Lovers Rock”. Están, claro, los cuerpos raciales de una comunidad, la jamaicana en el Londres de principios de los ochenta, que se atraen en una suerte de ritual hedonista que es, también, político: están por fin ahí, radicales libres, a sus anchas, en una habitación con las paredes sudorosas, un cuerpo uterino. Son los cuerpos deseantes, a los que Steve McQueen filma desbordados, buscando el límite del otro para rebasarlo, con las manos entrelazadas o en la nuca de su pareja, siempre el otro que es uno mismo, en éxtasis o en lucha. Son los cuerpos-baile o los cuerpos-himno, que se encuentran en el espacio de solidaridad de una noche de fiesta de la que nos gustaría participar. McQueen nos integra en el calor, en el humo, en la humedad pegajosa del alcohol, la marihuana y el color, rojo, a veces verde, otras burdeos. Ya estamos en la fiesta, y ojalá no se acabe nunca.
Está, por supuesto, el cuerpo de la música, un festín reggae que se derrama entre sonidos de sirena como un mar de felicidad. Este crítico es incapaz de calibrar la precisión con que McQueen ha elaborado esa lista de ‘hits’ que son vibración, energía, luz, pero uno tiene la impresión de sumergirse en una auténtica armonía del ritmo narcótico. Y está el cuerpo de la Historia, que, en fuera de campo, amenaza la clandestinidad de la fiesta con ese racismo londinense que McQueen explora en “Mangrove”, el primer capítulo de esta pentalogía (titulada “Small Axe”) sobre lo que significa ser negro y emigrante en el Reino Unido pre-Thatcher, menos multicultural de lo que ahora es Notting Hill o Camden Town. Apenas hay relato en “Lovers Rock”, pero la calidez que emanan sus imágenes se parece a la de un cuerpo añorado que se acuesta por sorpresa a nuestro lado, y nos abraza.