Livermore riza el rizo con Luisa Fernanda
El Teatro de la Zarzuela apuesta por una puesta en escena innovadora y renovada de este clásico del género
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Obra: “Luisa Fernanda”. Compositor: Federico Moreno Torroba. Dirección de escena: Davide Livermore. Dirección musical: Karel Mark Chichon. Intérpretes: Yolanda Auyanet, Jorge de León, Juan Jesús Rodríguez, Rocío Ignacio, María José Suárez, Nuria García-Arrés, Emilio Sánchez. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 28 de enero de 2021.
“Luisa Fernanda” es lo que podríamos llamar una zarzuela “clásica”, de esas que está en boca y en oídos de todos los buenos aficionados al género, que se la saben de memoria. Ahora se nos presenta con un estuche escénico alejado de los habituales montajes y en busca de nuevos y más actualizados efectos. Una iniciativa siempre loable, aunque en este caso el resultado no haya sido, más allá de un evidente empaque teatral y una presentación más efectista que efectiva, realmente positivo. Esta zarzuela plantea una trama sencilla, en la que se establece, con el fondo de las trifulcas entre monárquicos y liberales en las postrimerías del reinado de Isabel II, un triángulo amoroso entre la protagonista, un rico hacendado extremeño y un joven militar, a los que se suma la casquivana y caprichosa duquesa Carolina. Hay un evidente costumbrismo y un manejo de aires populares en una partitura muy resultona, con algunos números de fuerza y melodías muy reconocibles.
Livermore, como casi todos los directores de escena actuales, quiere rizar el rizo, decir cosas nuevas, lo cual es muy loable, pero en nuestra opinión no ha acertado ya que con sus soluciones desnaturaliza no poco la obra y la hace confusa con un continuo cambio de situaciones escénicas y un constante trasiego de plataformas giratorias; con un permanente lugar de acción: el antiguo Cine Doré, actual sede de la Filmoteca Nacional. Se nos sitúa, a juzgar por el aspecto de la fachada, en los años 20 del siglo pasado y se mantiene durante toda la narración en activo una pantalla en la que se proyectan películas mudas e imágenes que quieren ser alusivas a la trama ideada en su día por Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Lo que termina por cansar.
Se orilla de esta forma la localización de cada escena, más allá de algún facilón aditamento, con lo que se elimina el discreto casticismo que envuelve a la obra, y se propicia la posibilidad de crear confusión en el espectador. El cuadro de los vareadores parece sacado de una comedia musical. Un efecto que aparece en otras muchas secuencias, en las que tiene continua presencia el ballet con coreografía de Nuria Castejón. Hay detalles chuscos, como el de convertir al posadero Bizco Porras en Groucho Marx. Lo hizo bien César Diéguez.
Sobre este escenario se asentaron voces sonoras, con presencia y contundencia. Como la de Jorge de León, un tenor racial, percutivo, de agudos magníficos, bien colocados, intensos, demoledores, incrustados en una línea de canto necesitada de un mayor refinamiento. O como la de Juan Jesús Rodríguez, instrumento amplio, redondo, corpóreo, bien timbrado, que cantó oscurecido y muy limitado y esforzado a consecuencia de una laringitis. Yolanda Auyanet, siempre musical y fina, exhibió su buena técnica y su lustroso timbre de lírica. Rocío Ignacio puso de manifiesto un vibrato “stretto” bien acoplado, un brillo rutilante, penetrante incluso, en la segunda octava, bien que la primera tenga poca carne.
En general el resto del reparto mantuvo el tipo, con una graciosa Mariana de José Suárez al frente. Bien los bailarines, mejor ellas que ellos, y sin problemas el coro (con mascarillas). Orquesta reducida llevada con habilidad por Chichon, que exhibió temple y buenas maneras e imprimió el dramatismo debido a muchos pasajes, aunque le faltara muñeca para recrear lo popular o lo más ligero; así el cuarteto del segundo acto, cantado y tocado con escasa gracia. Todo se aplaudió al final, aunque se escucharon algunas protestas cuando apareció en escena Livermore.