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“Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach”: Genial gamberrada sobre lo clásico y lo moderno ★★★★✩

Luz SoriaCDN
La Razón

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Autores y directores: Nao Albet y Marcel Borràs. Intérpretes: Nao Albet, Carlos Blanco, Marcel Borràs, Irene Escolar, Alina Furman, Eva Llorach, Francesca Piñón y Vito Sanz. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 21 de marzo.
Después del favor unánime de crítica y público que obtuvieron con la insuperable “Mammón”, Nao Albet y Marcel Borràs han desembarcado en el Centro Dramático Nacional para demostrar, con “Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach”, que aquello no fue flor de un día, y que atesoran talento para dar y tomar. Si esta nueva propuesta resulta en conjunto menos redonda que la anterior, es simplemente porque es también mucho más ambiciosa en todos los aspectos; y eso que la otra ya lo era en grado sumo. Pero es que ahora hay una complejidad técnica en escena que se multiplica hasta límites insospechados y una estructura metateatral que se retroalimenta hasta romper las fronteras del surrealismo más descomunal.
Supeditada por completo a las polémicas actuales en torno a la propia creación teatral, y a las antagónicas corrientes que hoy conviven en los teatros, la trama es, ciertamente, difícil de explicar; pero que nadie se asuste porque es fácil de comprender, por el contrario, cuando se está viendo. Aunque algunas referencias escapen al conocimiento del espectador medio, este podrá, y esa es una de las genialidades del espectáculo, seguir una entretenida historia aparentemente convencional –muy disparatada, eso sí– con su planteamiento, nudo y desenlace.
En la superficie, la obra cuenta la historia de dos autores primerizos que tratan de escribir y poner en escena una obra sobre un atraco plegándose a las exigencias argumentales –en las cuales ellos no terminan de creer– de un todopoderoso director que está al frente del organismo que va a producir dicha obra. A partir de aquí, el ingenio, la irreverencia, la sátira y, en definitiva, el cachondeo más puro y mordaz se suceden sin tregua en una función, también con mucha miga conceptual, que ridiculiza por igual –y a la vez homenajea– lo clásico y lo contemporáneo, lo tradicional y lo vanguardista, lo comercial y lo minoritario, lo ficticio y lo real, lo inteligible y lo hermético, lo particular y lo abstracto; y que, además, permite de manera muy inteligente vislumbrar en el fondo –incluso con cierta ternura al final– una posición necesaria e inevitablemente conciliadora.
Hay divertidos guiños a conocidos artistas y tendencias de la escena nacional e internacional, y también de la cultura cinematográfica; y hay, por si fuera poco, alguna aparición estelar que no está reflejada en el programa de mano y que hará morirse de risa al público más teatrero.

Lo mejor

La capacidad de los autores para satirizar todo y distanciarse: sin complejos, incluyéndose a sí mismos, y sin adherirse a ningún bando.

Lo peor

Algunas escenas, quizá por la imposibilidad técnica de pasar antes a la siguiente, se alargan más de la cuenta.