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Historia

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Alfonso VI y la leyenda de El Cid

«Cantar de Mio Cid» ofrece una imagen distorsionada de uno de los monarcas más dinámicos y exitosos de la Edad Media española

Detalle de la arqueta de San Millán de la Cogolla, contemporánea a la época de Alfonso VI
Detalle de la arqueta de San Millán de la Cogolla, contemporánea a la época de Alfonso VIArchivoArchivo

Alfonso VI (reg. 1065-1109), llamado «El Bravo», fue sin lugar a dudas uno de los monarcas más relevantes y exitosos del Medievo peninsular. Volvió a unificar los reinos de León, Castilla y Galicia en uno, extendió sus fronteras, conquistó Toledo y logró conservar, con mayor o menor fortuna, el territorio conquistado frente al embate de las vigorosas invasiones de los almorávides. Su relación con la nobleza parece haber sido buena, incluso con el Cid, a quien casó con su sobrina Jimena. Y, sin embargo, su recuerdo ha sido enturbiado por la imagen negativa que de él proporcionan el «Cantar de Mio Cid» y, especialmente, la leyenda de la Jura de Santa Gadea, que es un añadido del siglo XIII. En ellas se presenta a un rey iracundo, fratricida y despótico. Imagen que se consagra en tiempos recientes desde el estreno, en 1961, de la película «El Cid», de Anthony Mann, que refleja fundamentalmente la leyenda cidiana, más favorable a Rodrigo, y no tanto a la realidad. ¿Cuál fue, por tanto, el verdadero Alfonso, el dinámico y exitoso conquistador o el tirano fratricida?

Ciertamente, su ascenso al trono fue accidentado. Al poco de la muerte de su padre, Fernando I, estalló una guerra entre los cinco hermanos de la que Alfonso salió vencedor. La muerte de su hermano Sancho, apuñalado al pie de las murallas de Zamora, puso fin a la guerra, pero dio inicio a las sospechas. La tradición señala a Alfonso como cómplice o instigador del magnicidio, y así dio inicio a su leyenda negra. Tras este episodio, Alfonso logró reunificar los tres reinos cristianos (León, Castilla y Galicia), generando el Estado más poderoso de la Península, hegemónico tanto sobre otros reinos cristianos como sobre los de taifas en los que se hallaba por entonces dividido el Al-Ándalus. Estos últimos quedaron sometidos al pago de las parias con las que los musulmanes trataban de comprar una paz que no podían ganar por medio de las armas. Y es que, tras la disolución del Califato de Córdoba, en 1031, los pequeños reinos andalusíes habían perdido la iniciativa militar.

Por el contrario, la de los cristianos sí estaba imbuida de una mentalidad belicosa, agonística y predatoria. Buena parte de su nobleza buscaba la promoción y el enriquecimiento personal mediante la participación en las llamadas aceifas, cabalgadas en tierra enemiga para saquear y obtener botín. Estas correrías tenían un doble fin: enriquecer a sus participantes y debilitar la economía del enemigo. Por lo mismo, los reyes cristianos alentaban su celebración, ya que, además, las aceifas mantenían a la nobleza enriquecida, satisfecha y distraída, lo que minimizaba el riesgo de peleas intestinas. Díaz de Vivar, el Cid, corresponde precisamente a esta categoría de nobles que buscaban el enriquecimiento personal por medio de la guerra.

Una imagen de la serie "El Cid" (Amazon)
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Esta coyuntura produjo un desequilibrio de fuerzas a favor de los reyes cristianos. Alfonso VI fue capaz de extender las fronteras de su reino y alcanzar el gran logro de la conquista de Toledo, hito de inmensa importancia simbólica en tanto esta había sido la capital del antiguo reino visigodo, lo que le valió para intitularse «Imperator totius hispaniae» y a reclamar el derecho a gobernar sobre toda la Península. Este suceso hizo saltar todas las alarmas entre los andalusíes, quienes llamaron en su auxilio a los almorávides, pueblo beréber que respondió a la llamada: saltaron el Estrecho y, tras varias incursiones y derrotar a Alfonso en varias ocasiones, como en Sagrajas o Uclés, restablecieron el equilibrio de fuerzas y obligaron a los cristianos a adoptar nuevamente una estrategia defensiva. Sin embargo, Alfonso conservó buena parte del territorio conquistado, por lo que a su muerte, en 1109, el reino era más extenso y sólido de lo que lo había sido bajo cualquiera de sus predecesores.

¿Cómo explicar, entonces, que la tradición cidiana le sea desafecta? Más tarde, en 1230, moría Alfonso IX de León, cuyo reinado se había caracterizado por la animadversión con Castilla. Y en este contexto se desarrollan las leyendas en las que se presenta la dualidad entre el héroe castellano, el Cid, representante de la nobleza castellana, frente al tiránico rey leonés, Alfonso, de nombre idéntico al coetáneo. Dicho con otras palabras: se aprovechó un episodio del siglo XI para instrumentalizarlo y convertirlo en un alegato justificativo de la disputa entre castellanos y leoneses. La realidad, sin embargo, había sido más emocionante de lo que relata el poema.

Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 64
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Para saber más...

  • “Alfonso VI” (Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 64), 64 páginas, 7 euros.