Crítica de “The Mauritanian”: La patata caliente de Estados Unidos ★★☆☆☆
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Dirección: Kevin Macdonald. Guion: Michael Bronner, Rory Haynes y Sohrab Noshirvani. Intérpretes: Tahar Rahim, Jodie Foster, Shailene Woodley, Benedict Cumberbatch. Gran Bretaña-USA, 2021. Duración: 129 minutos. Drama.
Viendo a la Nancy Hollander de “The Mauritanian” es inevitable acordarse de la Maya de “La noche más oscura”, acaso la película más valiente y lograda sobre los efectos del “War on Terror” en la sociedad occidental. La diferencia entre la catadura moral y la dimensión política de ambas heroínas es notable: mientras Nancy -a la que Jodie Foster encarna con gesto adusto y mirada enjuta, alérgica a despertar simpatías en el respetable- es la abogada de las causas perdidas, la que defenderá los derechos humanos de un preso de Guantánamo aunque no esté segura de su inocencia, Maya -esa agente de la CIA a la que Jessica Chastain aportaba una dureza diamantina, aparte de una ambigüedad casi eastwoodiana- estaba obsesionada con matar a Bin Laden como un acto de venganza nacional. Ambas hacen justicia desde orillas opuestas del río, pero, y ahí está el error de “The Mauritanian”, Nancy Hollander está condenada a ser mujer de una pieza, estatua de sal al servicio de ese discurso progresista que ha servido, desde hace lustros, para tranquilizar a la conciencia liberal de Hollywood.
Guantánamo sigue siendo la patata caliente de la política penitenciaria estadounidense, ese agujero negro en el que perecen decenas de detenidos sin pruebas concluyentes que demuestren su condición de terroristas. A Mohamedou Ould Salahi (Tahar Rahim) le costó catorce años salir de la isla, aun quedando demostrado que era inocente. A Kevin MacDonald se le nota la madera de documentalista, porque la película es puro procedimental: asistimos al largo proceso por el cual el caso llega a los tribunales, y, mientras tanto, el coronel que ejercerá de fiscal (Benedict Cumberbatch, también co-productor del filme) tendrá tiempo de tomar conciencia de la corrupción sistémica de la maquinaria judicial del gobierno de Bush (y, también, del de Obama, en un apunte final que habría estado bien desarrollar, pero queda reducido a un rótulo informativo).
El clímax de “The Mauritanian” es un encadenado de torturas posturales y psicológicas, humillaciones sexuales e interrogatorios infinitos que coaccionaron a Salahi para que diera un falso testimonio sobre su implicación activa en los atentados del 11S. Se supone que este largo y cruel paréntesis debería de afectarnos sobremanera, pero llega tan tarde, y es tan previsible, que apenas llama la atención en un conjunto tan gris y tedioso. Como muchas películas basadas en un caso real, no sabe trascender la realidad de la que parte.