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La duquesa que se enfrentó a Franco, a Estados Unidos y a las bombas nucleares

De poco le sirvió a Luisa Isabel Álvarez de Toledo pertenecer a la aristocracia cuando se puso del “lado de los que no tienen privilegios” en Palomares. Fue una figura incómoda para derechas e izquierdas

Generalmente, la aristocracia no pisa la cárcel. Privilegios, amistades y vericuetos legales suelen bastar para regatearla. Pero no es una norma escrita. No siempre se ha cumplido. Miren, por ejemplo, a la prisión de Brihuega, donde tenemos algún ilustre, eso sí, sin sangre azul. Bastante más pedigrí tenía Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura (1936-2008) cuando ingresó el 27 de marzo de 1969 en una de esas lánguidas celdas del franquismo. ¿Su delito? “Haberme colocado, públicamente, al lado de los que no tienen privilegios”, confesaba la duquesa de Medina Sidonia en sus memorias. Una actitud que, aseguraba “una pérdida de esos privilegios que se adquieren por nacimiento, pues para conservarlos se exige permanecer al lado de los que los detentan, no de aquellos que jamás los tuvieron”.

Y ahí comienza esta historia de una mujer que el 17 de enero de 1967 era detenida por la Guardia Civil e inmediatamente llamaba la atención de la Prensa internacional. Era portada de, entre otros, “The New York Times”: la XXI duquesa de Medina Sidonia, marquesa de Villafranca del Bierzo, marquesa de Los Vélez y tres veces Grande de España había sido apresada.

Luisa Isabel, en 1951, con su caballo Brillante.La Razón

Apasionada a la historia, novelista y protectora del archivo de la Casa de Medina Sidonia. Luisa Isabel Álvarez de Toledo, crecida en Estoril junto a la Familia Real española, ha sido relegada a los márgenes de la historia, y su nombre ya solo sobresale en las páginas rosas por pleitos con su legado. Su alta posición social la ha marginado en la historiografía feminista y de izquierdas, pero, a su vez, también fue la más antifranquista de su clase: la Duquesa Roja. No cabe cómodamente en ninguna categoría.

Pero para entender su detención hay que remontarse un año antes, al 17 de enero de 1966, a un incidente aéreo en una pequeña aldea costera almeriense donde hortelanos y pescadores subsistían a duras penas, Palomares. “Un desastre nuclear” estadounidense en suelo español, comentaba la protagonista en “Palomares (memorias)”. “Una de las bombas se desintegró en el mar, pero las otras tres cayeron en tierra. El material radiactivo se esparció por la zona”, recoge Soledad Fox Maura en la nueva edición de “Mi cárcel” (Renacimiento).

Hasta allí se acercó la aristócrata. “No tenemos amparo de nadie, y aunque no queremos que Vd. se perjudique en absoluto, por favor le pedimos que se ocupe de nuestro asunto hasta el final”, le rogaron los vecinos. Y ella aceptó: “A medida que la opinión pública olvidaba el incidente, las promesas se fueron evaporando, y los responsables decidieron enterrar el asunto”. A la vista de que la ayuda prometida no llegaba, se puso al frente de una manifestación que no duraría demasiado. “Apenas doscientos metros. Suficiente. La policía me detuvo y fui procesada, pues en España las manifestaciones pacíficas son contrarias a la ley”. Su fuerza fue estéril ante dos gobiernos como el estadounidense y el de Franco y su papel en la protesta le valdrían diez mil pesetas de multa y una condena de un año de cárcel, que terminaría reducida a ocho meses entre las cárceles de Ventas y Alcalá de Henares.

Todo ese periplo es el que recogió la duquesa de Medina Sidonia en catorce artículos publicados entre 1969 y 1970 en la revista “Sábado Gráfico” y que ahora Renacimiento reedita. Un grito de denuncia ante el maltrato vivido en las prisiones por las que pasó y en el que nunca se pone por delante de sus compañeras de presidio. “Nadie hablaba de las cárceles de mujeres cuando ella escribió estos capítulos”, cuenta Fox Maura.

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura entregándose a las autoridades el 17 de enero de 1967.La Razón

Se le hizo larga la espera: “Por fin iba a la cárcel. Los sucesivos retrasos de la fecha de entrada (...) me habían hecho desear meterme de cabeza”; pero más largos fueron los días en prisión: “Llevaba cuatro días en el penal y aún no había podido lavarme (...) El olor penetrante del ambiente superaba al del tabaco. No tenía el menor interés en fallecer por asfixia”. Recuerda una de las fechas clave de su estancia en el presidio, la de su primera ducha: “No podía aguantar más”.

Fueron los inicios en un mundo muy distinto al que había conocido, pero que iba a ser la norma durante los siguientes ocho meses. No se arrugó. Intentó sacar una lección: “La cárcel es una gran maestra, acentúa los males del sistema. En aquel mundo cerrado el preso empieza a comprender principios que en la calle no están tan claros. En la cárcel o fuera de ella todos vivimos bajo la tutela del Gobierno, pero al preso se le reserva la dependencia absoluta”.

Tras su experiencia, la duquesa concluyó que “cada cárcel española funciona según sus propias normas” y que “el caos reinante se oculta bajo una pátina de disciplina férrea”. En la Cárcel Central de Mujeres ni había duchas ni agua corriente suficiente. Tampoco fondos para comprar medicamentos. Las penalidades físicas de la vida penitenciaria española se complicaban con problemas de desmoralización y la evolución de cada presa dependía “de la voluntad del capellán y las monjas de la prisión, para quienes los únicos criterios son el número de oraciones acumuladas y la piedad mostrada”.

Los problemas de la Duquesa Roja empezaron “en el momento en que intentábamos obtener la libertad anticipada”, escribió: “El ladrón puede arrepentirse en buena conciencia, pero nosotros [presos políticos] habíamos actuado por nuestras convicciones ideológicas”. El único beneficio sin traicionar sus principios era la reducción de la pena por trabajo. Quince días menos por cada mes de labores. Se aferró a ello y se le asigno escribir un libro sobre la España del siglo XVIII. Un “absurdo trabajo intelectual” que le llevó a “algo insólito”, afirmó tras juntar “quinientas páginas sobre el siglo XVIII sin mencionar siquiera a los filósofos de la Ilustración”. Lo último que le enseñaron esos meses sin libertad fue “que se sobrevive con la cabeza. Ser prudente es fácil; lo difícil es ser tan astuto como un carcelero”.

Luisa Isabel Álvarez de Toledo se exilió en París. Aquí, a orillas del Sena en 1971.La Razón
  • “Mi cárcel” (Renacimiento), de LuisaIsabel Álvarez de Toledo y Maura, 260 páginas, 17,90 euros.
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