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La infanta titular y la suplente

Pese a ser la segunda heredera al trono, Luisa Fernanda nunca fue reconocida
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FECHA: 1832 Nacida la infanta Luisa Fernanda, y a falta de un varón, el destino sembró otra vez la discordia dinástica mientras la salud del padre, Fernando VII, empeoraba.
LUGAR: MADRID Para conservar la Corona en su descendencia, el monarca promulgó la Pragmática Sanción sin saber el sexo de su hijo, que resultó ser la futura Isabel II.
ANÉCDOTA: De ojos azules y algo rolliza, Isabel era muy sociable, alegre y apasionada; Luisa Fernanda, en cambio, tenía la mirada oscura y fue muy tímida y retraída.
El 29 de marzo de 1830, consciente de que la reina María Cristina de Borbón estaba al fin embarazada, su esposo Fernando VII se había apresurado a restablecer la Ley de Partida con la Pragmática Sanción, dejando así sin efecto la Ley Sálica de Felipe V para que su sucesor, fuese hembra o varón, pudiese reinar. Con La Ley Sálica en vigor, los derechos sucesorios pasaban automáticamente a la muerte de Fernando VII a su hermano menor, Carlos María Isidro. Por esa razón, y para que la Corona de España quedase en su línea descendiente directa, el monarca promulgó la Pragmática Sanción sin esperar a conocer el sexo de su hijo, que resultó ser al final la futura Isabel II.
La provocadora medida de Fernando VII acrecentó el odio entre los partidarios liberales de Isabel II y de su madre, y los absolutistas del llamado Carlos V, con el consiguiente estallido de las guerras carlistas. Así estaban las cosas cuando la reina María Cristina volvió a quedarse embarazada por segunda vez en la primavera de 1831, resurgiendo las divisiones entre quienes anhelaban la llegada de un varón para zanjar las disputas sucesorias y los partidarios de don Carlos, recelosos de que un heredero masculino frustrase para siempre las aspiraciones del infante a la Corona.
El doctor Asso Travieso regresó en noviembre a Santander en busca de dos amas de leche, escogiendo finalmente a María del Cobo y a Ramona Alonso. Por segunda vez renació la esperanza sucesoria en Fernando VII, que escribió ilusionado a su secretario Grijalva: «Tu ama sigue con sus ascos y ganas de vomitar, y está muy agradecida a las oraciones de Nuestra Señora de Valverde». María Cristina insistía también en la eficacia de las plegarias a esa Virgen, de la cual se declaraba asimismo devoto su esposo, como reconocía a su secretario en esta otra carta: «Tu ama me encarga te diga que, ya que vas a Fuencarral, no te olvides de la Virgen de Valverde... Tu ama sigue muy bien; pero se le ha puesto en la cabeza que va a malparir, por ciertos dolorcillos...».
La Virgen de Valverde escuchó finalmente sus ruegos: a las dos y media de la tarde del 30 de enero de 1832, nació felizmente la infanta Luisa Fernanda. A falta de un varón, el destino sembró otra vez la discordia dinástica, mientras la salud del monarca empeoraba. Con cuarenta y siete años, Fernando VII se movía ya torpemente a causa de la gota que le torturaba y que al año siguiente le llevó sin remedio a la tumba. Luisa Fernanda se convirtió así, desde su nacimiento, en un recambio para la Corona que, tras la regencia ocupada por su madre María Cristina durante siete largos años, ciñó en sus sienes su hermana mayor Isabel II. Luisa Fernanda era una princesa de Asturias de facto, en calidad de segunda heredera del trono, aunque jamás fuese declarada oficialmente como tal.
Desde pequeñas, tanto Luisa Fernanda como Isabel sufrieron el distanciamiento de su madre, casada al principio en secreto con un ciudadano cualquiera: el guardia de corps Agustín Fernando Muñoz. Las dos hermanitas crecieron así juntas, convirtiéndose en cómplices de numerosas confidencias. De ojos azules y algo rolliza, Isabel era muy sociable, alegre y apasionada; Luisa Fernanda, en cambio, tenía la mirada oscura y era tímida y retraída, con una tendencia innata a la sumisión, como si presintiese ya desde el principio que sería siempre «la infanta suplente».
En 1868, destronada Isabel II por la revolución Gloriosa, se produjo una honda división entre los revolucionarios, que hasta entonces habían estado unidos por su oposición frontal a la reina. Las disputas entre republicanos y monárquicos fueron intensas. Entre los candidatos de estos últimos figuraba Antonio de Orleáns, desposado con la infanta Luisa Fernanda y apoyado sin condiciones para ser rey por sus partidarios, conocidos con el nombre de «montpensieristas».
El duque de Montpensier tenía también enemigos muy poderosos que se oponían a su ascensión al trono. Entre ellos, el general Juan Prim, el político más influyente de la época. El duque no tuvo más remedio que acatar el resultado de la votación de las Cortes para elegir nuevo monarca, hecho público el 16 de noviembre de 1870, que fue el siguiente: Amadeo de Saboya (191 votos), los republicanos (60 votos), el duque de Montpensier (27), Espartero (8), Alfonso de Borbón, primogénito de Isabel II (2), y 198 votos en blanco. Y con su derrota, perdió también la infanta Luisa Fernanda.

«ORGÍA DE LUTO»

Casi veinte años después de la dolorosa derrota en su camino hacia el trono el 4 de febrero de 1890, Antonio de Orleáns falleció mientras paseaba en coche de caballos por una de sus numerosas propiedades andaluzas. Su viuda, Luisa Fernanda, se entregó en cuerpo y alma al duelo. Recluida en su palacio sevillano de San Telmo, lloró hasta el final de sus días la muerte del esposo amado, entregada a una «orgía de luto», en palabras del cronista Theo Aronson. Durante un año entero, Luisa Fernanda no se presentó a la mesa ni paseó por los jardines. Mandó incluso cubrir las habitaciones de «crêpe», orlar los retratos de negro y oscurecer las lámparas. «Su vida –añadía Aronson– se centró en torno a la capilla con sus velas vacilantes y sus oraciones continuas»... Hasta que, con sesenta y cinco años, el 2 de agosto de 1897, le sobrevino la muerte.

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