“Luis Miguel”: vida y milagros del Sol de México, desde el amanecer
Diego Boneta se vuelve a meter en la piel del cantante de “Será porque me amas” o “Cuando calienta el sol” con el estreno de la segunda temporada
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Cuando se supo que la vida del cantante Luis Miguel —icono noventero recién llegado a la cincuentena— se adaptaría a la televisión de la mano de Netflix, no se demoraron pocos en encontrarle pegas, denunciando que la ficción estaba producida por el propio «Sol de México». Para cuando se estrenó al completo la primera temporada, allá por la primavera de 2018, quedaban pocos ateos entre la parroquia del mando a distancia. Gracias al carisma de Diego Boneta, a la presencia casi grecorromana en lo dramático de Óscar Jaenada y a unos guiones que no tenían miedo a rebuscar entre las sombras del mito, la serie se benefició del boca-oreja y consiguió amarrar su segunda temporada antes de acabar la primera.
Después de la explosión en la carrera de Boneta (ha filmado hasta cinco películas) y de que la pandemia retrasase un año el rodaje, la nueva tanda de episodios llega a la plataforma a razón de un capítulo por semana, saciando las ansias de homilía de aquellos que buscan la tensión de lunes a lunes. Pese a su colorido melodrama y a su estructura canónica, que por momentos recuerda a una telenovela, «Luis Miguel: la serie» ha sido capaz de evolucionar desde una versión de alto presupuesto de «Tu cara me suena» a una de las ficciones más adictivas de todo el panorama hispanohablante.
El trauma del éxito
A pesar de que la mano de «Micky» se note en el retrato, por ejemplo, de sus múltiples amantes, lo cierto es que la serie no duda a la hora de retratarle como alcohólico, drogadicto o incluso violento, sin la disculpa de la poliédrica fama ni la tendencia por la bula que suelen tener estos «biopics» dilatados. Si Luis Miguel se comportó, en determinado momento, como un imbécil, en la serie usted tendrá la sensación de que, en efecto, se comportó como un imbécil. No hay tutelas extrañas ni justificación de lo indeseable, solo la historia, contada a ritmo de canciones (¡Y qué canciones!), de un niño prodigio al que su avaricioso padre y su cándida madre convirtieron en el primer icono pop con denominación de origen.
El trauma del éxito, usado a veces como crucifijo con el que alejar los demonios del pasado, es aquí como metáfora del lado peligroso de los sueños. De hecho, la segunda temporada juega a saltar entre 1992 y 2005, dos momentos críticos en la carrera del cantante en los que, bien por los excesos o bien por la eterna ausencia y desaparición definitiva de su madre, Marcela, estuvo a punto de dejarlo todo. Si un fan, culpable o no, busca nostalgia musical la encontrará, pero quien pase de ese «café para muy cafeteros» hallará una ficción que, capítulo a capítulo y escena a escena, se ha ido encontrando a sí misma, haciendo de ese «no sé tú, pero yo» de la canción de Luismi su gran invitación al entretenimiento.