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Crítica de “Siervos”: el silencio de Dios ★★★★☆

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Ivan Ostrochovsky. Guion: Rebecca Lenkiewicz, Marek Lescák e Ivan Ostrochovsky. Intérpretes: Samuel Skyva, Samuel Polakovic, Vlad Ivanov. Eslovaquia-Rumanía-República Checa Irlanda. 2020. Duración: 80 minutos. Drama.
“Siervos”, que parece más polaca que checa -es decir, que parece más de Wajda y de Pawlikowski que de Jiri Menzel-, se aleja premeditadamente de la típica denuncia del aparato represor del comunismo ofreciendo interesantes variaciones sobre una misma nota. Lo inmutable se define en un equilibrio entre opuestos, entre hombres con rígidos principios que venden su alma o mueren por su integridad y malvados con la mano larga y la piel cayendo a tiras. Las aportaciones originales de la película son el entorno en que se desarrollan traiciones, servidumbres y delaciones, ese seminario de jóvenes teólogos que resistirán, bajo sotana, la presión del gobierno comunista para reclutar a los curas para su causa, y la extraña, abstracta atmósfera que impregna la acción, que, con una música casi dodecafónica, abstrae las bellas imágenes del filme de su dimensión temporal, que corresponde a principios de los ochenta, cuando la dictadura roja había formado una asociación, Pacem in Terris, que vigilaba el compromiso ideológico de la Iglesia con el régimen.
El ascético, calvinista blanco y negro de la fotografía le da al filme un aspecto alienante, como de penitencia anunciada, pero también evoca lo que podría haber sido una película de espías rodada en la RDA. La concisión del relato no deja espacio al panfleto político: en apenas hora y veinte una amistad se destruye, un círculo de desconfianzas mutuas corroe las esquinas de cada plano, la fe es algo que sienten los otros. Se habla poco de Dios en este infierno helado, como si esa falta de ideología que reivindican los sacerdotes rebeldes implicara que, en este mundo siniestro, que funciona como la mafia del pensamiento único, Dios ha muerto.

Lo mejor

Su acerada concisión y su formalista puesta en escena, muy lejana del habitual cine de denuncia histórico

Lo peor

A veces es demasiado elusiva, y cuesta encontrar un espacio de empatía compartida con los personajes