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Un viaje por el epílogo de la Unión Soviética

Sara Gutiérrez publica cómo vivió «El último verano de la URSS», del que se cumplen ahora treinta años. Entonces, la autora estudiaba Oftalmología en Járkov
Pedro ArjonaReino de Cordelia

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Hace 30 años que Sara Gutiérrez iba a comenzar el viaje de su vida, un recorrido por lo que eran los últimos coletazos de la URSS y que le iba a llevar de Járkov a Leningrado (que quince días antes había sido renombrada por sus habitantes como San Petersburgo), las tres capitales bálticas, Lvov, Kiev, Odesa y vuelta a Járkov. El 25 de diciembre de 1991, Mijail Gorbachov, artífice de la Perestroika, iba a firmar el fin de aquel imperio que no llegaría a cumplir la centena, pero antes de esto, la protagonista iniciaría un trayecto que ahora recoge en «El último verano de la URSS» (Reino de Cordelia), al que pone ilustraciones Pedro Arjona a partir de fotos y documentos originales de aquella experiencia.
Gutiérrez no era ajena al desenlace que se estaba preparando, pero su deseo era el de salir de esta ciudad ucraniana en la que el Ministerio soviético de Educación le pagó una beca para especializarse en Oftalmología. No oculta que cuando le llegó la noticia, no sabía siquiera dónde se encontraba el lugar, pero ello no le quitó las ganas de lanzarse a conocer la otra punta del Viejo Continente y pese a las lágrimas, cuenta, que se derramaron en el aeropuerto a su salida de Madrid. Mucho más fría fue la llegada a la Unión Soviética. Nadie le esperaba. Solo quedaba buscar, como buenamente pudo, las señas que le habían dado. Era 1989 y tampoco tardaría demasiado en empezar a cogerle el gusto al país. Pronto se agarró a la mano de Gloria, «una morenaza oriunda de Colombia», explica en el libro, y se vio dentro de una fiesta latina. Cumbias y merengues hicieron que la desazón de dejar atrás a la familia y de enfrentarse a un mundo desconocido se olvidara.
Luego, tocó hacer lo típico de cualquier turista: «Cuando uno va a Járkov está obligado a visitar la catedral ortodoxa y el monumento al poeta nacional Taras Shevchenko en el parque del mismo nombre, poco más». Aunque sus vivencias le iban a llevar mucho más allá de lo típico. En su recorrido también entran «el mercado de la avenida Shaltovskoe, donde aprendí a rellenar la despensa y a regatear; el restaurante Dom Chai, donde comía cada mediodía; la peluquería del Hotel Intourist, donde escuché historias como la de aquella señora que tenía a su marido muerto en la bañera porque no encontraba madera para el ataúd...».
Fueron los orígenes de Sara Gutiérrez en la extinta URSS. Dos años después se vería con las ganas suficientes como para emprender un viaje en el que, por su condición de becada, no tendría permiso ni para desplazare ni alojarse en ningún hotel. Así que la solución que encontró fue viajar «de noche». El medio debía ser el tren, pues sus sistemas de venta de billetes y control eran más laxos que los de cualquier otro transporte. Con la caída del sol se movería y dormiría y durante el día, visitaría las calles y monumentos. En total, siete ciudades de cinco repúblicas soviéticas de las que Gutiérrez destaca, sobre todo, la compañía que se fue encontrando. Al viaje, iniciado el 30 de junio, se apuntó, sin que la autora lo deseara en un principio, una compañera uzbeka que «nunca había viajado sola ni visto el mar»; y también sin pretenderlo se fueron sumando militares, profesores, estudiantes, camareros, revisores, conseguidores, víctimas de Chernóbil...
De esta forma, en la narración de aquel periplo se van intercalando las estampas de la vida cotidiana de los dos últimos años de la URSS y de los primeros cinco años de la vida independiente de las repúblicas (la autora abandonó Rusia en 1996) y, por encima de todo, «flota la tensión de un verano, aparentemente normal, que sería el último de un sueño ilusionante para millones de personas y de una pesadilla insoportable para otros tantos millones».
  • «El último verano de la URSS» (Reino de Cordelia), de Sara Gutiérrez, 248 páginas, 26,50 euros.