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Alimentar a un dictador

“Cocinar para Hussein y Castro era como caminar por un campo de minas”

El polaco Witold Szablowski ha recorrido cuatro continentes en busca de los hombres que dieron de comer a cinco dictadores durante el siglo XX

Fidel Castro dejó su apetito en manos de dos cocineros de confianza, Erasmo y Flores
Fidel Castro dejó su apetito en manos de dos cocineros de confianza, Erasmo y Flores.Europa Press

No es fácil tratar con un dictador, aunque más complicado es que de ti dependa la alimentación de uno de ellos. Sadam Hussein, Idi Amin, Enver Hoxha, Fidel Castro y Pol Pot dejaron su impronta en Irak, Uganda, Albania, Cuba y Camboya, respectivamente, y, a su vez, marcaron a los hombres y mujeres que les daban de comer. Alguno no lo contó; otros, por el contrario, consiguieron contentarlos, aun quedaron traumatizados de por vida. Seis supervivientes de esta tiranía se reúnen ahora en el libro del periodista polaco Witold Szablowski, y también cocinero en sus orígenes, «Cómo alimentar a un dictador».

–¿Cocinar es un arte?

–Sí, pero es mucho más. Un buen chef es pintor, escultor, médico, matemático y alquimista. Si no es así, mejor que se dedique a pelar patatas, pero no a cocinar.

–Ha trabajado entre fogones, ¿hay dictadores en las trastienda de los restaurantes?

–Muchos. Conocí a un cocinero muy similar a Sadam Husein, quien, de buen humor, era divertido y encantador, pero cuando la cosa se torcía, mataba. En mi caso, en Copenhague, este hombre le gritaba a todo el mundo. Era demasiado estresante trabajar ahí. Los chefs sobre los que escribo son similares a las personas para las que trabajaron, comparten el mal genio y las enormes ambiciones.

–¿Una buena persona puede alimentar a un dictador?

–Por supuesto. Todos los personajes de mi libro lo eran, pero vivían en circunstancias extrañas. A veces, sus vidas eran trágicas, por ejemplo, la chef de Pol Pot se unió a su movimiento, Jemeres Rojos, porque creía que cambiaría el mundo. Y, en lugar de ello, se convirtió en otro elemento de la gran máquina de matar. Pol Pot hizo que lo amara, y esa era su garantía de que no sería envenenado. Luego, le rompió la existencia.

–¿Alguno pensó en envenenar a su «amo»?

–Lo más probable es que sí, pero los que lo hicieron no han sobrevivido. Los que están vivos es porque fueron súper cuidadosos y nunca lo pensaron.

–¿La experiencia traumatiza?

–Sabían que cualquier día podría ser el último. ¿Cómo no estar traumatizado trabajando en el palacio de Idi Amin y viendo a sus amigos, políticos ugandeses o incluso a las esposas de Amin asesinadas, cortadas en pedazos y viendo cocodrilos alimentados con los cuerpos de los enemigos de Amin?

–¿Qué es indispensable para alimentar a un dictador?

–Saber que vas a padecer ese estrés postraumático. Todos lo tuvieron. Sabían que podían ser asesinados. Por ejemplo, el cocinero de Hoxha reemplazó a uno que había sido acusado de atentar contra su vida. Trabajar en estos sitios era como caminar por un campo de minas.

–¿Hay gustos comunes entre estos cinco personajes?

–La cocina de la madre. Ser un dictador es una profesión muy estresante y comer alimentos de su infancia los calma, al menos, durante 10 minutos.

–¿Y cómo se consigue eso?

–Haciéndolo igual que sus madres. Tarde o temprano, todos los dictadores, incluido Stalin, cuyo chef aparecerá en mi próximo libro, comienzan a extrañar su infancia y la única forma de recrearla es a través de la comida. Los chefs inteligentes lo entienden y lo utilizan para sobrevivir. Así es como el chef de Enver Hoxha salvó la vida: aprendió a cocinar exactamente como lo había hecho su madre.

–¿Un dictador es caprichoso por naturaleza?

–Tienen que serlo. La gente no puede sentirse cómoda cuando está cerca de un dictador. A su alrededor la gente piensa todo el rato si lo que hicieron estuvo bien o si van a ser ejecutados.

–¿Comparte usted gustos culinarios con alguno?

–Todos tenían platos deliciosos y excelentes chefs, así que disfruté de las comidas que probé. Pero, en general, mi favorita es la del Medio Oriente, así que puedo decir que comparto mi gusto culinario con Sadam.

–¿La comida influye en el devenir de la política?

–Siempre. La política es decidir quién comerá y quién no. La política nació cuando nuestros antepasados compartían un mamut que acababan de matar. Y hace solo unas décadas, Stalin asesinó a millones de ucranianos quitándoles la comida porque no habían aceptado el poder soviético.

–¿Las cocinas pueden eseñar la historia del siglo XX?

–Sí, y es fascinante. Basta con escuchar a Otonde Odera, el chef de Idi Amin, y ver lo bien que describe esas décadas en Uganda y, en general, en África. La paradoja está en que se convirtió en el chef personal del primer ministro solo porque sabía cómo cocinar para los blancos. Incluso los cambios en Europa Central y Oriental comenzaron porque los precios de los alimentos aumentaron drásticamente.

  • «Cómo alimentar a un dictador» (Oberón), de Witold Szablowski, 250 páginas, 22,95 euros.

DICTADORES EN SU SALSA

Por Sagrario Fernández-Prieto
No somos lo que comemos, digan lo que digan. Es la primera conclusión después de terminar de leer este libro. Estos cinco señores de la portada, esta élite de los dictadores del mundo, comían muy bien. Sus cocineros eran maravillosos, capaces de preparar los platos en tiendas de campaña y servirlos viendo volar las balas sobre sus propias cabezas, como sucede con el cocinero de Sadam Hussein, al que «solo» pidió que su tarta de cumpleaños tuviera tres metros. La idea de recrear sobre ella la antigua Mesopotamia con sus ruinas de bizcocho y ríos de mazapán fue de este chef que en las conversaciones con el autor del libro no deja de repetir lo buena persona que era el dictador y cómo mentía la Prensa extranjera cuando hablaba de su crueldad, porque, además, si alguna vez fue cruel, asegura, era porque se lo merecían.
Este enfoque es común en los cinco cocineros que hablan en el volumen. La justificación de la crueldad de sus señores se manifiesta una y otra vez al tiempo que cuentan lo extremadamente generosos que eran con ellos, les regalaban coches, dinero, pagaban los estudios de sus hijos… En algunos casos llegan a lo esperpéntico; es mentira, por ejemplo, que Idi Amin lanzara a sus enemigos vivos a los cocodrilos, ya estaban muertos cuando lo hacía... Witold Szablowski afirma en el prólogo que tardó cuatro años en escribir el libro, que es «una historia del siglo XX vista desde la puerta de la cocina». Él también fue chef y después un reportero que ha cubierto conflictos a lo largo de todo el mundo. En cada uno de los países que aquí aparecen encontramos la voz en primera persona de un cocinero, una clara descripción histórica y política de cada país y, cómo no, recetas de cocina muy bien explicadas. Su facilidad para hacer hablar a las personas quedó ya demostrada en «Los osos que bailan. Historias reales de gente que añora vivir bajo la tiranía», que publicó en su momento Capitán Swing. Ahora regresa para sorprendernos con un libro como este, en el que es capaz de sazonar el horror con la dosis justa de ironía para que lo devoremos todo con gusto.

▲ Lo mejor

El recorrido internacional y la habilidad con que el autor hace hablar a los cocineros.

▼ Lo peor

Apenas existe nada que objetar, se trata de un libro ameno con mucha información bien organizada.