Crítica de «La viajante»: Sin retorno ★★★★☆
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Y más insectos, en este caso, desde la más absoluta y negra desesperación. Quizá Ángela, a la manera kafkiana, sueña en el fondo con transformarse en una mariposa oscura, en cualquier polilla que parece, como la protagonista, no sentir ni padecer, en un bichito que solo protesta cuando está patas arribas, impotente y expuesto. Ángela es una fotógrafa de vida espesamente rutinaria y que mantiene una relación ambigua con su madre. Hasta que un día decide emprender un viaje hacia un Norte indefinido, árido y estéril, mientras graba cuantos pequeños animales encuentra en su desértico camino. La presencia de un extraño que recoge en la carretera acelerará el proceso autodestructivo de la joven, empapada en alcohol y vacío. Casi sin diálogos, esta hipnótica y desasosegante cinta a veces perdida dentro de un Edward Hopper y otras con Guerín en el punto de partida, es un notable filme sobre las entrañas del cine, la búsqueda de una identidad, cualquiera, y el sentido más hondo e incurable de la pérdida.