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Cien años de la carga del laureado regimiento Alcántara

Es uno de los ataques de caballería más legendarios y valerosos del Ejército español. Un acto de gallardía y nobleza que fue recompensado con una Cruz Laureada de San Fernando colectiva
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La Razón

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Si pensamos en la lejana guerra de Marruecos aparecen ante nuestros ojos las imágenes de los legionarios con sus uniformes verde manzana, correajes color avellana y sus gorrillos con su madroño rojo o cubiertos de los chambergos. Junto a ellos caminan soldados moros de Regulares con sus tarbush rojos soportando el fuego certero de los rifeños. Junto a estos hombres al servicio de España había jinetes, soldados de caballería, que también tuvieron un papel destacado en aquella sangrienta contienda. El 20 de septiembre de 1909 sesenta y cinco jinetes del Regimiento de Cazadores de Alfonso XIII, mandados por el teniente coronel Calvacanti, cargaron en el paraje de Taxdirt por tres veces consecutivas contra una harca de cerca de mil quinientos moros haciéndoles numerosas bajas. Cavalcanti, por esta acción de guerra, obtuvo una Laureada.
La Caballería española se volvería a cubrir de gloria doce años después, también en Marruecos, para cerrar su ciclo de combatientes a lomos de sus caballos en las cargas a sable mandadas por el general Monasterio durante las batalla de Alfambra en febrero de 1938. El 23 de julio de 1921 el Regimiento de Alcántara combatió al más puro estilo de la caballería para proteger a las tropas que marchaban a pie y a los heridos hacinados en camiones que intentaban llegar a Melilla después de la derrota sufrida por las tropas del general Silvestre en Annual.

Un alto coste

Al mando de los escuadrones de Alcántara estaba el teniente coronel Fernando Primo de Rivera. Su coronel, Manella, había muerto combatiendo en Annual cuando estaba con el general Silvestre, mientras sus hombres habían tenido que ver caer, sin poder hacer nada, la posición de Igueriben para luego recibir la orden de retirarse sin combatir a Ben Tieb, donde, al poco de llegar, en la mañana del 22, el general Navarro ordenaba a su jefe Primo de Rivera que avanzas hasta las cuestas de Izur para proteger la retirada de las tropas de Annual. El 22, en el barranco de Izumar, junto a su puente de madera, los jinetes toman contacto con el capitán Fortea. Se les ordena levantar posiciones defensivas. Se tiene que utilizar los caballos para acarrear material. Los trabajos de fortificación son protegidos por el 3º y 5º escuadrón y por el de ametralladoras.
A mediodía llega un coche con un comandante médico que informa que las tropas se están retirando de Annual. El frente se había roto, el general en jefe Silvestre había muerto y todo parecía perdido para los españoles. Primo de Rivera reunió a sus oficiales: «Señores oficiales: La situación, como ustedes verán es crítica, ha llegado el momento de sacrificarse por la patria cumpliendo la sagrada misión del arma, que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber. Pueden ustedes retirarse». Desde Annual llegan tropas que avanzan, mejor huyen, con el objetivo de salvar la vida. Solo los soldados del Regimiento de Infantería San Fernando, que marcha en retaguardia, hacen frente al enemigo, que se ceba en los soldados que caminan hacia Melilla sin orden. Primo de Rivera intenta frenar la desbandada sin éxito, por lo que decide protegerlos en su retirada. Los jinetes de Alcántara ayudan a los heridos llevando en sus caballos, sobre las grupas, hasta tres hombres mientras protegen los flancos de la deslavazada columna.
A primera hora del 23 de julio las trompetas del Alcántara tocan diana. A las siete de la mañana sale el 5º escuadrón y una sección del 4º para proteger la retirada de sus compañeros viéndose obligados a cargar a sable contra los moros. Les hacen muchas bajas. Regresan a su campamento sobre las 11 de la mañana entre los vítores de sus compañeros de armas. Poco después sale al campo de batalla el Alcántara al completo. Su llegada resultará providencial para impedir la aniquilación de la columna del teniente coronel Romero que, tras dejar la posición de Cheif, y con 125 bajas, intentaba llegar a Dar Drius. Por este combate Fernando Primo de Rivera obtendrá una Laureada. La compañía de ametralladoras de los Cazadores de Alcántara cubren a sus compañeros junto con dos secciones de 4º escuadrón. Les arenga su teniente coronel: «¡Jinetes el Alcántara, vamos a ver cómo vengamos la muerte de nuestros hermanos!».

Un ejemplo de valentía

Van a cargar dos veces y el enemigo sin trabar contacto se desbanda. Los soldados del Alcántara son en su mayoría reclutas sin experiencia, pero con la moral muy alta, combativos y, como van a demostrar, con valor. «¡Qué bien, qué bien han sabido cargar estos muchachos!», dirá su teniente coronel. Han limpiado el campo de enemigos. Es su segundo combate del día. Al Regimiento ahora van llegado oficiales que estaban de permiso en Melilla a pesar de las noticias que llegan a la ciudad. Entre ellos, el capellán, el pater Campoy. Un convoy de vehículos a motor con heridos obliga a los jinetes de Alcántara a salir nada más regresar a su base, lo justo para beber algo de agua de la que se dispone, amunicionar y poco más.
Tienen que reconocer el cauce seco del río Igan y realizar un servicio de escolta a una columna de vehículos repleta de heridos. Los camiones, a pesar de ir llenos de cuerpos ensangrentados, marchan a relativo buen paso protegidos por su escolta a caballo, pero los conductores, viendo el camino libre de rifeños, pisan el acelerador dejando atrás a los caballos que les pierden de vista. Al poco rato se oye un fuerte tiroteo. Primo de Rivera ordena lanzarse al galope a sus hombres para llegar lo antes posibles a los camiones. Los heridos de tres de los vehículos han sido pasados a cuchillo. Los jinetes, sable en mano, acuchillan sin piedad a los moros. Los camiones llegaran a su destino sin más incidentes. El Regimiento llega a la base de Batel al mediodía. El ganado es abrevado, los soldados comen algo y descansan un poco. Llevan toda la mañana sobre sus monturas y dando sablazos. Casi de inmediato tienen que volver a montar y salir rumbo a Dar Drius para apoyar a la columna que se está retirando, teniendo que volver a combatir, nuevamente, para lograr abrirles paso. Le va a tocar a los de Alcántara despejar el paso por el cauce seco del río Igan. Hombres y bestias están agotados. Primo de Rivera les arenga: «¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada uno cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas la mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos».
Las ametralladoras toman posiciones nada más bajar sus servidores de sus monturas. Los escuadrones de sables suben colina arriba, recibiendo, nada más llegar a la cresta de la loma, un nutrido fuego del enemigo que provoca muchas bajas en hombres y caballos. Cargan varias veces. Los jinetes que han visto morir bajo sus sillas a sus caballos disparan pie a tierra con sus carabinas. Algunos grupos cargan al paso, pues sus caballos, agotados, son incapaces de galopar. Primo de Rivera combate a pie. Ha perdido su montura. Como consecuencia de este combate el regimiento Alcántara ha desaparecido como unidad con capacidad para seguir en combate. De sus 717 jefes, oficiales y soldados, han muerto 551, el resto están heridos o han caído prisioneros. La mayor parte de sus caballos han fallecido en combate. Por estas acciones de guerra el Regimiento ganará una Cruz Laureada de San Fernando colectiva que le será impuesta en su bandera el 1 de octubre de 2012 en el patio de la Armería del Palacio Real de Madrid, noventa y un años después de su gesta. España, tarde, reconoce el valor de los soldados del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14º de Caballería.
La Cruz Laureada de San Fernando tiene como objetivo «honrar el reconocido valor heroico y el muy distinguido, como virtudes que, con abnegación, inducen a acometer acciones excepcionales o extraordinarias, individuales o colectivas, siempre en servicio y beneficio de España». Es la máxima recompensa militar de nuestro país al valor heroico. El teniente coronel Primo de Rivera murió como consecuencia de sus heridas. Fallecerá en Monte Arruit unos días después de estos combates. No llegó a saber que había sido acreedor de la máxima condecoración al valor.