«Memoria», una obra maestra con una enorme Tilda Swinton
El director, Apichatpong Weerasethakul, se reinventa con este gran filme sobre el pasado, los sonidos y las obsesiones, que opta a la Palma de Oro del Festival de Cannes
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Cuando un cineasta como Apichatpong Weerasethakul sale de su zona de confort, aterriza en una cultura completamente ajena (la colombiana) y trabaja por primera vez con una actriz de relumbrón (Tilda Swinton), el resultado puede ser decepcionante. No es el caso de “Memoria”, con la que el director tailandés opta a su segunda Palma de Oro. No perdamos el tiempo: es una obra maestra. En la línea de su cine sinestésico, que capta las vibraciones de las otras dimensiones de la realidad con una hipnótica capacidad inmersiva, Weerasethakul se propone aquí un ímprobo trabajo: representar la memoria del mundo a través del sonido. Y sale más que victorioso.
Jessica (sonámbula, espléndida Swinton) escucha un sonido en plena noche. Es un sonido que empieza a acompañarla en el sueño y la vigilia, hasta el punto de que se convierte en su única obsesión. En una escena prodigiosa, Jessica define ese sonido como si tuviera forma, volumen y, en definitiva, vida. Pronto descubriremos, en un viaje a la selva amazónica que es, más que iniciático, regresivo, que Jessica es una antena que recibe ecos y silencios de un pretérito que antecede al tiempo. Si la memoria se asocia a la imagen, Apichatpong ha conseguido componer su banda sonora, y otorgarnos el privilegio de escucharla. Ha hecho, y hasta aquí puedo leer, su versión de “Encuentros en la tercera fase”. Y cómo se lo agradecemos.
Del mismo modo que Apichatpong se ha reinventado (un poco) a través de Tilda Swinton y el sonido del mundo, Jacques Audiard ha hecho lo mismo con Céline Sciamma (“Retrato de una mujer en llamas”) como cómplice, que, en “Les Olympiades”, figura como co-guionista. Adaptando tres novelas gráficas del americano Adrian Tomine, el director de “El profeta”, se sumerge en las formas de relación amorosa que se desarrollan en el universo ‘millenial’, alejándose premeditadamente de su adicción al cine de género. He aquí, pues, una tragicomedia sexual con tres personajes (y una invitada virtual), rodada en un blanco y negro alleniano, que buscan desesperadamente una conexión real en una red de aplicaciones, pisos compartidos, precariedad económica, soledades traumáticas y contactos casuales y sin compromiso que cristalizan en un retrato, ágil y fresco, de qué significa ser joven y soltero en la sociedad contemporánea. Maestro de la fluidez narrativa, Audiard cruza los deseos y frustraciones de este trío calavera -atención a la deslenguada Lucie Zhang- con una soltura a prueba de tedio, a pesar de que algunas de las decisiones que toman los personajes parecen, a bote pronto, un tanto caprichosas, de modo que lo aleatorio, aunque parece formar parte de la idiosincrasia emocional de sus idas y venidas, afecta a la credibilidad del relato.
“Europudding” catatónico
Muy por debajo de la vitalidad del filme de Audiard, la cansina “The Story of My Life”, de la húngara Ildikó Enyedi (ganadora de la Cámara de Oro en 1989 por “My Twentieth Century” y del Oso de Oro en la Berlinale 2017 por “En cuerpo y alma”), adopta las formas de un melodrama decimonónico, con aspiraciones viscontinianas, para hundirse en las aguas del ‘europudding’ catatónico. Su premisa es de lo más atractiva: Jakob, capitán de barco, se propone casarse con la primera mujer que entre en un lujoso café. Tiene la fortuna, luego devenida en desgracia, de que la mujer sea Léa Seydoux, y de que acepte. Los siete capítulos en que se divide la película, novelesca como un ajado ‘heritage drama’, sirven como cronómetro para saber cuando va a terminar el vía crucis de Jakob, que se revela como un hombre honesto pero sin atributos, que nunca llega a entender qué se esconde tras la actitud, a la vez seductora e indolente, de su esposa. Los actores recitan diálogos literarios como si los leyeran en un teleprompter, las escenas son tristes y rígidas, y Enyedi pierde la oportunidad de reflexionar sobre la misteriosa naturaleza del deseo, confundiendo el misterio femenino con una deliberada opacidad.
De deseo sabe un montón Philip Roth, que en “Engaño” se ponía a sí mismo como protagonista -no a su alter ego, Nathan Zuckerman- para dialogar con sus múltiples amantes sobre lo divino y lo humano. La novela era, en cierto modo, como un ‘making of’ de sí misma, con Roth tomando apuntes de las conversaciones con esas mujeres para luego adornarlas con los colores de la ficción, de manera que ahí estaban todas sus obsesiones -sexo, muerte, envejecimiento, ser judío- basadas en hechos reales y mezcladas por la imaginación. Arnaud Desplechin, que adaptó la novela a teatro para la Comédie Française, ha hecho lo propio en cine. Lo mejor que se puede decir de “Tromperie”, que se presentaba fuera de concurso, es que sus actores -Podalydes, Seydoux, Devos- hacen que el texto de Roth, un elogio de la intimidad, resuenen sinceras y cómplices.