El “buen” cinismo, la única escapatoria filosófica para estos tiempos convulsos
Cerramos la serie de filosofía clásica para tiempos revueltos con Diógenes de Sinope, que vivía en una tinaja, fue el primer rebelde, el pensador anticonvencional y creó escuela moderna, de Sloterdijk a Žižek
Creada:
Última actualización:
El primer ejemplo de movimiento contracultural que desafió al poder y decidió instalarse los márgenes de la sociedad para criticarla fue el de Diógenes de Sinope, llamado “el perro”, que vivía en una tinaja y buscaba a un verdadero hombre con una linterna. Definido como “un Sócrates enloquecido”, Diógenes el cínico marcó una huella indeleble en la historia del pensamiento alternativo y sigue siendo hoy una de las figuras más reclamadas en nuestro mundo actual: desde las revueltas estudiantiles de los 60 hasta movimientos como Anonymous o el 15-M, las diversas resistencias contraculturales han reivindicado el cinismo como un pensamiento necesario que hace uso de la paradoja o del humor para delatar las contradicciones y las injusticias de nuestra sociedad. Una especie de filosofía “punk”, anárquica y rompedora, que pretende “épater le bourgeois” y que no deja a nadie indiferente, el cinismo nace a la sombra de la floreciente cultura urbana del helenismo, parásita pero desafiante. Hoy nos dice mucho, en nuestro mundo semejante, esta filosofía descarada que pretende cantarle siempre las verdades a la sociedad de forma alocada e irreverente. Frente a la mayoría biempensante y políticamente correcta, de las redes sociales y la política de pensamiento único, necesitamos aun al “buen” cinismo: en alemán se distingue con otra grafía del “popular” cinismo: “Kynismus” frente a “Zynismus” como hace Peter Sloterdijk en su ya clásico libro “Crítica de la Razón Cínica”: pienso como eslogan en “Z de Cinismo”, como un “Zorro” justiciero o una “V de Vendetta”, parafraseando a otro clásico moderno de la rebelión cultural. El cínico clásico, en fin, se sirve del asombro ante una acción humorística o escandalosa que, convenientemente formulada con intención crítica y filosófica, puede hacer mucho más daño como aldabonazo de las conciencias que un docto y sesudo tratado.
Basado en la divisa de “alterar la moneda en curso” (“paracharattein to nomisma”), es decir, transmutar los valores de un mundo sin valores o falsificar lo que ya está falsificado, el cinismo propone un retorno a una vida sencilla y según naturaleza (“kata physin”), frente a la moral cívica tradicional, sin cuidarse de la especulación de otras escuelas, sino de una filosofía práctica y ascética. Para el cínico contamos ya con los elementos básicos para obtener la felicidad y debemos conquistarla con nuestra autonomía, desafiando las convenciones que nos atan, y viviendo libres y de forma autosuficiente.
Antístenes, Diógenes o Crates –y alguna filósofa como Hiparquia– ejercitaron este pensamiento subversivo transmitido en numerosas anécdotas. Estas reflejan estrategias para evidenciar las vergüenzas de la sociedad, protagonizadas por estos sabios locos y pícaros que, con un aire ingenuo, satírico y lúcido, nos sitúan ante el espejo de nuestra necedad. Hay muchas anécdotas que ponen a Diógenes junto a un poderoso, contraponiendo su independencia con el poder y la fama. La más célebre es la de Alejandro preguntado a un indolente Diógenes qué puede hacer por él y este respondiendo que deje de hacerle sombra: un tópico del encuentro entre el rey y el sabio que aparece también en el mundo oriental y que configura a Diógenes como una suerte de brahmán agudo y rápido en las réplicas, siempre libre y autónomo.
Estas historias, que en su mayoría transmite otro Diógenes posterior, Laercio, nos ayudan a comprender la validez y la vigencia de este movimiento. Muchas veces pienso que el mundo helenístico es demasiado parecido al nuestro propio, como la antigüedad tardía y el final del Imperio Romano. Un mundo alterado, adulterado y en cambio acelerado, con movimientos de población, epidemias, disturbios y crisis de todo lo establecido.
Una época, en fin, de transformación. Los cínicos realizan una burla cáustica de todos los anteriores sistemas y los ponen ante sus propias contradicciones, con verdaderas “acciones” escandalosas de terrorismo filosófico, como hacer las necesidades o copular en la plaza pública… como animales, según naturaleza. De su actualidad dan fe algunos pensadores actuales, de Sloterdijk a Žižek, que han recuperado el legado cínico en el marco de nuestra sociedad capitalista y multicultural. Entre nosotros es imprescindible el epítome “La secta del perro” de García Gual (Alianza) y, últimamente, en tono de filosofía callejera, merece la pena leer “No me tapes el sol. Cómo ser un cínico de los buenos” (Ariel), de Eduardo Infante.