Sección patrocinada por sección patrocinada
Cine

Festival de Venecia

Dios, Maradona y la tragedia familiar de Sorrentino

El realizador napolitano se “moja” con su obra más confesional

Filippo Scotti en "Fue la mano de Dios", dirigida por Paolo Sorrentino
Filippo Scotti en "Fue la mano de Dios", dirigida por Paolo SorrentinoImdbImdb

Sostiene Sorrentino que “È stata la mano di Dio” ha sido su película más difícil de escribir pero que, cumplidos los cincuenta, se sentía capaz de afrontar el reto. Es curioso que sea la menos sorrentiniana de su filmografía, al menos en lo que atañe a su estilo, siempre tan barroco y voluptuoso. Tal vez porque es un ‘bildungsroman’ en toda regla, que cuenta el nacimiento de su interés por ser cineasta después de una tremenda tragedia familiar de la que se salva gracias a “la mano de Dios” de Maradona, sentía que era más coherente apagar los vistosos fuegos de artificio de “Il Divo” o “La gran belleza” en beneficio de un enfoque más intimista, más melancólico.

Transfigurado en Fabietto (Filippo Scotti), su alter ego, un adolescente que ingresa bruscamente en la edad adulta en la Nápoles de 1984, la ciudad que recibió como un milagro la furibunda llegada de Maradona desde el Barça, Sorrentino hace una película tan episódica como de costumbre, pero sin apenas un gramo de cinismo. En su Italia natal siempre ha sido acusado de esconderse detrás de pirotecnias formales para hablar de lo que desconocía, o para deslizarse por la superficie de personajes a quienes les cuesta contarse la verdad sobre sí mismos. “È stata la mano di Dio” parece existir para contradecir esa imagen. Ahora Sorrentino está dispuesto a abrirse en canal: no se olvida de Fellini, porque podría considerarse que esta es su versión de “Amarcord”, pero lo celebra desde la modestia del artista que enseña sin miedo su álbum familiar.

Paolo Sorrentino y el actor Toni Servillo
Paolo Sorrentino y el actor Toni ServilloCLAUDIO ONORATIEFE

El carácter napolitano, con su sorna, su locura, su irracionalidad y su sentido lúdico de la vida, se mezclan con la omnipresencia de Maradona -a quien Sorrentino dedicó su Oscar-, su gol ‘divino’ en el partido de Argentina contra Inglaterra, la iniciación sexual, el contacto con los bajos fondos, el paisaje de una ciudad tan caótica como luminosa y el encuentro con su primer mentor en el mundo del cine, Antonio Capuano. Todo este material autobiográfico está organizado alrededor de una única escena, protagonizada por los padres de Filippo/Sorrentino, que es verdaderamente escalofriante: lo que parece una escena doméstica cotidiana, que se desarrolla en un silencio absoluto, se convierte en el ojo del huracán donde, posiblemente, se explica toda la obra de un cineasta que ha invertido mucho tiempo en mirar hacia otro lado y que, ahora, afronta la representación de una tragedia primigenia con los ojos bien abiertos.