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Esther ha respondido más de 300 cartas. En Casa Manolo León (Sevilla) | KéImagen

Las mil cartas españolas a Julieta Capuleto

Desde abril de 2017, ha contestado más de 300 cartas en nombre del personaje de Shakespeare. Se decidió a hacerlo después de escribir al Club di Giulietta, al que ahora pertenece: «Esta es mi particular forma de devolverles su consejo»

Suena Franco Battiato en casa de Paula. Son las siete de la tarde y apenas entran ya unos pocos rayos de luz. Esa sensación de soledad le gusta tanto como le angustia. Le recuerda a aquellas tardes que pasaba escuchando «Centro di gravità permanente» sentada frente a la ventana. Por aquel entonces, rozaba la veintena y estudiaba arquitectura. Lo hacía en Palermo, donde siempre quiso vivir, dejando atrás la comodidad de Madrid y la tranquilidad de su familia. Agarró una maleta pequeña, guardó unos cuantos discos y se plantó en una nueva ciudad. Ahora, tres años después, ha regresado para reencontrarse con Marco, un joven italiano que le trastocó todos sus planes nada más llegar. Le conoció en la escalinata del Teatro Massimo. Él vendía rosas amarillas y ella llegaba tarde a la ópera. Corría tan rápido que no le vio pasar. Por lo que chocaron. De ese simple roce de sus manos surgió una chispa que nunca más pudo controlar. Sus ojos color miel le transmitieron toda la seguridad que le faltaba y lo que, en principio, pareció un topetazo desafortunado acabó convirtiéndose en la aventura más importante de su vida.

«Che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose sulla gente», le cantó al oído unos meses después y justo antes de coger el avión de retorno a España. Desde entonces, no ha vuelto a saber de él. Ni de su mirada ni de sus flores. Por eso, ha vuelto al lugar donde se conocieron con la esperanza de volver a tropezarse y hacer de esa anécdota la excusa perfecta para reconquistarse. Lo tiene claro, aunque aún no sabe si se atreverá a llevarlo a cabo. «Solo te pido que me mandes una señal. Ha pasado mucho tiempo y no sé si se acordará de mí. ¿Qué debo hacer?», escribe en una carta a Julieta. Necesita su consejo y no puede esperar más. Al otro lado del papel, es Esther quien la lee.

Ella es una de las pocas mujeres del mundo que ha sido capaz de ponerse en la piel de esta Capuleto. Cada día, recibe las misivas de quienes piden consejo a la popular dama de Shakespeare y, a modo de cuento del siglo XVI, les responde de su puño y letra. Es una de sus secretarias personales y, aunque el mito de Julieta siga revoloteando sobre nuestras cabezas, cada vez que envía una respuesta se vuelve un poquito más real. Casi todas ellas llegan a Verona por correo postal. Algunas con direcciones tan escuetas como: «Julieta, Verona, Italia» o «Julieta, Shakespeare, Italia». Una vez allí, el Club di Giulietta es el encargado de recibirlas, organizarlas por idiomas y repartirlas entre sus colaboradoras. Esther es la única española. «Hace nueve años, yo misma escribí para pedir un consejo. Y, aunque al principio no le hice mucho caso, con el tiempo me he dado cuenta de que era el mejor que me podían dar. Esta es mi particular forma de devolverles el favor», asegura esta jerezana de 44 años. Lo hizo nada más ver «Cartas a Julieta», la película en la que Amanda Seyfried encuentra, en el famoso patio, un texto escrito hace 50 años. Es de la abuela Claire que, aunque haya pasado tanto tiempo, sigue buscando a su amor perdido en la adolescencia: «No sé cómo concluyó tu historia pero, si lo que sentiste era amor verdadero, entonces nunca es tarde».

«Nadie sabe mi identidad»

Ese intenso sentimiento aún no ha brotado en Esther. «Estoy soltera, sí», bromea. «Nunca he tenido suerte en el amor: de quien me enamoro no me quiere y quien me quiere no me gusta. Aún así, no pierdo la ilusión de encontrarlo algún día. A lo mejor es poco coherente que alguien que no ha sido afortunado dé consejos al respecto, pero pienso que los palos que me han dado me han servido para salir adelante». Por eso, entiende a todas aquellas personas que sufren e intenta aconsejarles lo mejor que puede. En todas sus cartas, deja algo siempre de sí misma. Les habla de tú a tú. Siendo consciente de que, en realidad, existen más similitudes que diferencias entre ellas. Tantas que el lazo emocional hace que se guarde un poquito de las 300 cartas que ha contestado desde abril de 2017. En total, llegan a la ciudad italiana más de 50.000, de las que se contestan en torno a 10.000. «El tiempo que les dedico depende de cada una. La mayoría procede de Argentina, México y España y, en cuanto a edades, van desde adolescentes de 13 años hasta adultos de 60», añade. De hecho, las preocupaciones también son distintas: los jóvenes temen no ser lo bastante guapos, los treintañeros no quieren quedarse solos y los mayores buscan resolver sus problemas de pareja. «¿Crees que hay personas que no encontrarán nunca pareja?», le insiste Pablo. «¿Cómo debo actuar si me lo vuelvo a encontrar», le urge Ángela.

Al igual que Esther, Shakespeare nunca visitó Verona, pero consiguió recrear a la perfección una de las historias de amor más dulces y más trágicas jamás contadas: «Romeo y Julieta». Con el sueño de recrear esa atmósfera, Ettore Solimani decidió dar respuesta a la primera carta que se encontró en la tumba de la enamorada en 1935: así nació el Club y así se instauró una tradición que ya es internacional. «Yo no respondo directamente. Son mis compañeras italianas las que reenvían mis reflexiones. Nadie sabe mi identidad ni que escribo desde Sevilla», mantiene. La magia está por encima de todo. Pues si existen dos símbolos del amor eterno en este San Valentín son, precisamente, los protagonistas de la obra cumbre del dramaturgo inglés. Como dice uno de sus versos, ambos nacieron bajo estrellas no propicias, y aunque su amor no tuvo un final feliz, su muerte purificó y desterró el odio del corazón de Capuletos y Montescos. «A veces, más que dar consejos, se trata de dar ánimo y fuerza», concluye Esther, que responde a Paula como si fuera una de sus amigas. Desde Palermo, ella aún no sabe muy bien qué hacer. Quizá solo necesite contarle a una desconocida su historia, a alguien que no la juzgue. Porque, a fin de cuentas, el amor nos da la vida. Y su ausencia mata un poco cada día.