Goya: bienvenido a Basilea el pintor de la violencia contemporánea
La fundación suiza Beyeler acoge una de las exposiciones más importantes dedicadas al de Fuendetodos en colaboración con el Prado y con aportaciones de otras grandes instituciones
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Más allá de los tranvías, puentes, lluvias y francos, se expande en Basilea (Suiza) un terreno verde donde la civilización se transforma en un efímero adorno. Naturaleza y arte convergen en los alrededores de la Fundación Beyeler, donde los visitantes son testigos de la creación en su más envolvente esplendor. El edificio, de cristales y reflejos arbolados, fue obra del prestigioso arquitecto Renzo Piano, diseñado en los años 90, y que ahora acoge una ambiciosa exposición centrada en el siglo XVIII. Un espacio, por tanto, donde el arte más actual recibe al más vigente, donde el tiempo se condensa para, a partir del domingo y hasta el 23 de enero, ofrecer al curioso y al espectador una de las mayores experiencias artísticas de quien le da nombre: la exposición «Goya». «Es uno de los artistas más influyentes de nuestro tiempo», aseguraba ayer Sam Keller, presidente de la Fundación, durante la presentación en Basilea de la exhibición: «Es determinante para entender el arte contemporáneo, su obra nos recuerda que, si bien todo el arte se califica en la condición específica del contexto histórico, el gran arte tiene el poder de atraparnos y hacer lecturas al azar a través del tiempo y el espacio».
Y es que Francisco de Goya y Lucientes fue un gran precursor del arte moderno. Su inabarcable obra, descriptiva en los retratos de la Corte y misteriosa en la representación de brujas o salvajes, fue principal ejemplo para creadores posteriores «desde Picasso a Miró o Francis Bacon, y es también una referencia en el arte de hoy a nivel mundial, especialmente en el actual, lleno de confusión y en permanente crisis», explicó Keller. Opinión similar a la que expresa Miguel Falomir, director del Museo del Prado, espacio que ha colaborado para dar forma al proyecto: «Da la impresión de que cuando la economía va bien, el arte de Velázquez parece más atractivo, mientras que cuando el mundo se vuelve gris, volvemos a Goya. Ningún artista, pasado o presente, se adapta tanto a nuestra sensibilidad, en un mundo violento, lleno de desesperación interior y falta de certidumbre».
Entre toros y naufragios
La exposición, una de las más importantes dedicadas al artista tanto dentro como fuera de España y que hoy inaugura la Reina Letizia, abarca unas 70 pinturas y más de 100 dibujos y grabados. Todas ellas, provenientes de renombrados museos, como el Louvre de París, el Metropolitan de Nueva York o la Galería de los Uffizi de Florencia, así como de colecciones particulares. Obras que, además, «han abandonado España y se exponen juntas por primera vez», apunta Keller, y añade: «Ha sido la exposición más ambiciosa y desafiante de la historia de la Fundación».
En un paseo cronológico, la obra expuesta abarca desde lo picaresco de «El pelele» (1791-1792), hasta la elegancia de la Duquesa de Osuna (1785). Obras que, además, se contraponen a la palidez desafiante de la Duquesa de Alba (1795), así como a la icónica «Maja vestida» (1800-1807) –rara vez el Prado la ha prestado junto a la desnuda–, o a la «Joven adormecida» (1790-1792), obra más sensitiva, que, si bien Falomir apunta que «nunca se ha visto públicamente» y su propietario (español) prefiere permanecer anónimo, hay evidencias de que el óleo se expuso en 2001 en la misma Pinacoteca, encuadrada en la muestra «Goya. La imagen de la mujer».
Siguiendo el paseo, entre los 60 años de producción artística que se abordan y más allá de la nobleza, también destacan las obras donde Goya describió la agitada vida política, social y religiosa de la España de 1800: corridas de toros, tribunales de la Inquisición, desfiles religiosos, escenas de manicomios o supersticiones de su tiempo. De nuevo, una contraposición de lo terrenal y lo mágico, también visible entre las pinturas «Anunciación» (1785) y «Un naufragio» (1793-1794), dos obras, para el comisario, Martin Schwander, «monumentales», que discuten en una misma sala sobre la salvación y la muerte. Todo ello, junto a los aguafuertes de los «Desastres de la guerra» (1810-1814) o de la serie de los «Caprichos» (1799), que expone y denuncia la irracionalidad humana, en su locura y su cordura, desde la mirada cómplice y desgastada de un pintor que fue víctima de su contexto.
No se recuerda una muestra sobre Goya de esta envergadura, donde se ofrecen escenas que, como la colección del Marqués de la Romana, nunca se habían expuesto juntas, y que muestra a un pintor que, dice Keller, «la mayoría de centroeuropa no ha tenido la oportunidad de conocer». Una celebración de un pasado pictórico de lujo y pesadilla, que nunca pudo ser más actual.