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Letras

José María Merino: «La imaginación es el gran capital que tiene el hombre»

José María Merino gana el Premio Nacional de las Letras por su literatura fantástica y su capacidad para transitar géneros

El escritor José María Merino
El escritor José María MerinoGonzalo PérezLa Razón

José María Merino ha aunado la potencia de su imaginación a una prosa cuidada, esmerada, de corte y elongaciones muy clásicas, que ha ido probando y tensionando con enorme eficacia y éxito literario por el haz y el envés de los diferentes géneros. El novelista, tras una larga deliberación por parte de los miembros que componían el jurado, ha recibido el Premio Nacional de las Letras 2021, dotado con 40.000 euros. El jurado, que ha subrayado que es «todo un referente para sucesivas generaciones», ha destacado su «maestría y excelencia en la creación de literatura fantástica en las modalidades narrativas de novela, novela corta, cuento, microrrelato, y, también por la inteligencia de sus reflexiones teóricas sobre la ficción». Pero lo que subyace detrás de esa decisión es subrayar de manera especial el pulso de un autor que jamás se ha mostrado proclive a quedarse estabulado en una misma parcela, que ha deambulado por distintos lugares de la creación de la palabra y que jamás ha sentido el vértigo de adentrarse en distancias de diferente alcance y magnitud.

Entre héroes y letras

José María Merino es un aventurero de la obra escrita, algo que va muy en consonancia, precisamente, con uno de sus más admirados héroes, Corto Maltés, célebre figura del cómic que inventó Hugo Pratt, y que él tiene colocado en su despacho a un tamaño grande, quizá para que le inspire o quizá, también, para que no olvide la valentía, que es imprescindible para adentrarse por territorios poco transitados de la geografía y la invención. Merino, que tanteó la poesía en sus inicios, debutó en la narrativa con «Novela de Andrés Choz» y ha firmado obras de calado como «Las visiones de Lucrecia», «El heredero», «La Sima» (trilogía que forma lo que se ha llamado Novelas de la Historia), «El río del Edén» o la colección de cuentos «Aventuras e invenciones del profesor Souto». Su último libro estuvo dedicado, precisamente, al género corto y era «Noticias del Antropoceno», un libro enjundioso, salpicado de humor, con mucho mensaje escrito entre sus renglones, que escondía detrás una larga meditación sobre el cambio climático y sus efectos en el planeta, una de las preocupaciones vigentes que todavía mantiene. «Esto todavía sigue siendo uno de los problemas que más me preocupan en la actualidad. Todo lo que está sucediendo con el planeta me desazona, al igual que las posibilidades que tenemos de permanecer en él y que no luchemos. Espero que no vaya a más y que en un momento dado retroceda». El escritor, que desde 2008 ocupa el sillón «m» de la Real Academia Española, estaba en medio de una comisión de esta institución cuando se le notificó que le habían entregado este galardón con el que se quiere premiar la obra y la trayectoria de un escritor. «Cuando me lo han comentado, me he sentido encantado. Es como si se me hubieran aparecido hadas. Me he alegrado mucho y me he sentido muy bien», reconoce.

En su obra sobresalen dos aspectos: la excelencia de la prosa y una gran capacidad imaginativa. ¿La imaginación es tan importante.

Sin duda, la imaginación es uno de los grandes capitales que tiene cualquier escritor. Sin embargo, es mucho más para nuestra especie. Es uno de los grandes capitales del ser humano. Yo la uso a menudo. Para mí es un material esencial de mi trabajo, algo imprescindible, porque es una de las herramientas de mi escritura. Pero es que la imaginación forma parte del pensamiento simbólico de los humanos. Es la base que tuvo el Homo Sapiens para elevarse y salir hacia adelante. Forma parte de nuestra cultura.

Este reconocimiento se concede por una obra entera. ¿Cómo ve en este momento la evolución de su escritura?

Es algo complejo de determinar cómo ha ido evolucionando mi prosa a lo largo de todos estos años. Pero sí le diré que, en realidad, empecé como poeta, hasta que un día, de pronto, la poesía me dejó por otros y por otros caminos. Sin embargo, la poesía me enseñó muchas cosas. Entre ellas a usar las palabras de manera adecuada y lograr una concesión y expresividad. He tratado de seguir por ese camino.

Ha transitado por casi todos los géneros literarios.

Para mí supone un enorme estímulo. Lo primero que escribí fue cuentos. Después entré en la novela. Luego regresé a los cuentos y, de nuevo, a la novela. Al principio lo hacía porque me ayudaba a olvidar a la novela. Por esta razón me metía en otro género. El cambio de género siempre me ha ayudado a evolucionar. Este es el motivo principal por lo que en en mi trayectoria como escritor haya de todo. En un momento, descubrí el microrrelato, el minicuento, y me encantó, me atrapó. Pero ahora mismo procuro alterar las tres cosas. En cierta manera es una satisfacción y me ayuda a ordenar el trabajo. Pero todo esto, en realidad, tiene más que ver con la capacidad literaria de cada uno. Yo pienso que es esto: capacidad. Por ejemplo, me gustaría escribir teatro. Mi hija Ana, que es escritora, escribe teatro con enorme naturalidad. En cambio, yo no puedo. Me gustaría escribir con la imaginación y la capacidad expresiva de cada uno de los géneros.

¿Qué está escribiendo ahora?

Estoy metido en una novela que tiene tres facetas. Espero que el año que viene salga. Es un libro que he trabajado durante el confinamiento y mezclo en él, tres elementos con los que he estado trabajando a lo largo de toda mi carrera: la historia, la memoria personal y una novela de amor.

Considera que el escritor, como su amigo Corto Maltés, debe tener algo de aventurero, que debe querer arriesgar.

Por supuesto que sí. La vida en sí misma es toda una ventura. No la mía únicamente, sino la de todos. Hay que tener en cuenta que nunca sabemos lo que va a suceder. Ni siquiera si los resultados de los análisis van a ser bueno o malos. Tampoco si mañana tendremos un trabajo o lo perderemos. O si me van a publicar mi siguiente novela o no. Efectivamente, es una aventura. Esto tiene que ver con lo azaroso que es todo, sobre qué es la vida y la suerte de la cual uno dispone cuando vive.

UN NARRADOR PURO
La concesión del Premio Nacional de las Letras a José María Merino (La Coruña, 1941) viene a reconocer la obra literaria de un narrador puro, cuya trayectoria aúna el impecable realismo clásico con una contenida mixtificación de los espacios argumentales, que se adentran en referentes oníricos, míticos y visionarios. Su escritura especula sabiamente con la verosimilitud de personajes y situaciones, adentrándonos en una singular fabulación de la imaginaria cotidianidad. Perteneciente a una renovadora generación de narradores –Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio, entre otros–, y siguiendo la estela de Valle-Inclán o Cunqueiro, ha configurado una atmósfera novelística donde habituales incidencias diarias cobran un sentido fantástico, sublimando la vulgaridad de la existencia y dotando al lector de una poderosa autonomía imaginativa.
Viejos contacuentos
En palabras del profesor Souto, heterónimo del mismo Merino: «No fue el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción la que inventó al ser humano». Contundente declaración de principios para una estética de la libre inventiva, y que el novelista repetiría en su discurso de ingreso en la RAE, reivindicando así la creatividad de las quiméricas patrañas, frecuentemente orales, de viejos cuentacuentos y populares narradores. En 1976, una primera obra, «Novela de Andrés Choz», crónica de las vivencias de un extraterrestre que visita nuestro planeta, alertaba sobre la originalidad de un naciente escritor que daba forma convencional a lo extraordinario, al tiempo que plagaba el relato de nutridas pistas autorreferenciales. En esta mágica combinación de lo improbable con lo cotidiano se establecía una nueva lógica vital, asumible como una sorprendente metarrealidad.
Le seguirían novelas como «El caldero de oro» (1981), símbolo este de una refundada civilización donde se confunden pasado, presente y futuro, en las ensoñadas evocaciones de un atribulado protagonista; «El centro del aire» (1991), una historia que juega con la ambivalencia entre vida y muerte; «Los invisibles» (2000), en que, como sugiere el título, unos misteriosos seres dotados de esa facultad encaran el mundo real con buenas dosis de escéptica ironía, en clara alegoría de un siempre necesario espíritu crítico; «El río del Edén» (2012), que se adentra en la conmovedora relación entre un padre y su hijo adolescente en una catártica experiencia de reconocimiento mutuo y decidida simbiosis con la naturaleza; «Musa Décima» (2016), título que recoge el apodo de Olivia Sabuco, que así la nombrara Lope de Vega, y cuyo retrato figurado supone una eficaz irrupción de referentes históricoliterarios en un contexto de ambigua fabulación narrativa; y, entre otras, su más reciente obra, «Noticias del Antropoceno» (2021), donde los personajes se adentran en distopías donde mucho tienen que ver la depredación del medio natural y la falta de conciencia ecológica.
A esta ingente labor imaginativa cabe sumar una acusada sensibilidad expresiva, un particular lirismo que conmueve y emociona; en la mencionada novela «El río del Edén» leemos: «Dicen que un ser humano tarda poco más de ocho segundos en enamorarse, y mientras mirabas y escuchabas a aquella chica, sentiste hacia ella ese invencible afán de proximidad con que el amor se reviste cuando surge.”; realidad intensamente teñida de un entrañable intimismo. Con la materia de los sueños y la complicidad de la imaginación José María Merino ha elaborado, durante décadas, una original literatura de la mixtificación creativa, crónica de esos otros mundos que también existen aunque estén en este. Cabe celebrar este merecido galardón a quien es ya todo un clásico contemporáneo.
Jesús FERRER