Crítica de “El caballero verde”: honor y gloria ★★★★★
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Dirección y guion: David Lowery. Intérpretes: Dev Patel, Alicia Vikander, Joel Edgerton, Sarita Choudhury. Irlanda-Canadá-Gran Bretaña-USA, 2021. Duración: 130 minutos. Aventuras medievales.
Así como aquel caballero que, en “El séptimo sello”, volvía de las Cruzadas para aceptar el reto de jugar al ajedrez con una Muerte de aspecto aguileño y capa negra, mientras el océano silenciaba su oleaje, el Gawain de David Lowery, escapándose de un poema medieval anónimo que bebe tanto del imaginario artúrico de “Excalibur” como de la poética fantástica de Tolkien, decide seguirle el juego al Caballero Verde, gigante criatura de voz cavernosa, aun a sabiendas que, en un año, la muerte deberá certificar su sentido del honor. Si en la preciosa “A Ghost Story” un fantasma perdía su forma arquetípica cuando asumía la muerte como propia, en la extraordinaria “El caballero verde” un hombre tendrá que tolerar la realidad de su finitud o arriesgarse a vivir una vida vacía de sentido. Cualquiera diría que Lowery ha hecho su versión, vital y abigarrada, de “Lancelot du Lac”, y tal vez no erraríamos el tiro: en su determinismo existencialista, pegado a la idea de la muerte como creadora de significado, hay mucho de bressoniano.
Ante todo, “El caballero verde” demuestra hasta qué punto los argumentos universales que circulan por la sangre de la cultura occidental -desde las tragedias griegas hasta las obras de Shakespeare- siguen siendo dúctiles y fructíferos en las manos adecuadas. Es difícil desvincular las leyendas medievales de la iconografía del ciclo artúrico para releerlas desde una perspectiva tan vívida que parezca nueva. Es lo que hace David Lowery. En esencia, poco se separa de la estructura narrativa de la búsqueda del Santo Grial, acentuando su carácter episódico y centrándose en el arco dramático de un héroe típicamente campbelliano, ese Gawain que Dev Patel interpreta con una mezcla de jovialidad y sentido trágico de la aventura absolutamente irresistible. Gawain parece condenado a un eterno despertar, y cada vez que abre los ojos un mundo distinto se extiende ante su vulnerable ética caballeresca, que se debate entre pagar el peaje por la arrogancia de sus actos o romper su pacto mortal traicionando el código de honor dictado por su destino.
Así las cosas, la película se transforma constantemente. En las andanzas de Gawain previas a emprender su viaje, hay ecos de las fábulas picarescas. En su encuentro con una dama nocturna, parece invocar el espíritu de la novela gótica, pero también al Mizoguchi de “Cuentos de la luna pálida”. En su paseo por las colinas de la melancolía, está a punto de ser engullido por una horda de gigantes de aspecto alienígena, como si en realidad la película hubiera ingresado de lleno en el género de ciencia-ficción. En su extraño encuentro con un matrimonio de lúbricos aristócratas que lo salva de la inanición, hay ecos perversos del cine de Jean Rollin, con aparición estelar de Alicia Vikander como seductora bruja. Todos esos episodios, que son la crónica secreta de una metamorfosis, evolucionan hacia las tinieblas de una conclusión que Lowery resuelve con una brillantez conmovedora. Hay en ese final, que se abre a un universo alternativo que resume toda una vida futura desde la confianza ciega en las imágenes, una catarata de cine puro que vale por todo el celuloide épico, histórico y de aventuras que puedan haber visto durante la pandemia.
Lo mejor
Su inventiva, su vitalidad y su capacidad para convertir una leyenda medieval en una historia nueva, moderna.
Lo peor
Es increíble que una película de un estilo visual tan potente no se estrene en salas.