La batalla cultural del Estado para hacerse con el Real Colegio de Bolonia
Una institución privada con una historia de más de seiscientos años de excelencia y prestigio, con vastísima fortuna patrimonial y valiosas propiedades inmobiliarias, por cuyas aulas han pasado desde el conde de Romanones, a Antonio de Nebrija; de Juan de la Cierva a Leandro Fernández de Moratín. ¿Cómo no va a intentar un Gobierno hacerse con él? Espóiler: les sale mal
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El Real Colegio San Clemente de los españoles en Bolonia es una institución indubitadamente privada y es a su patronato a quien corresponde el nombramiento de su rector. Esto, acreditado por una reciente sentencia del Tribunal Supremo, acaba con el intento del Ministerio de Exteriores español, que cuenta con uno de los cinco representantes de la Junta del Patronato del Colegio, de intervenir el Real Colegio y convertirlo en entidad pública. Alegan para sus pretensiones que los estatutos no se ajustan a la Constitución y pretende modificarlos, arrogándose una potestad de intervenir en su reglamento que, constata ahora la justicia, no le corresponde. Esta sentencia supone un alivio para una institución que reúne todo aquello que parece irritar a tantos hoy en día: tradición, excelencia, mérito, fe, razón... y propiedades.
El conflicto viene de lejos, como indican fuentes colegiales, cuando a instancias de Fernando Suárez y el diplomático Javier Elorza, en 2014 se nombra rector a Ángel Martínez, catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Jaén. Un nombramiento que causó la protesta de más de un centenar de excolegiales por supuestas irregularidades, por lo que D. Íñigo de Arteaga, entonces Patrono y Presidente de la fundación, lo dejó sin efecto. Esta decisión causó un conflicto en el seno del Patronato que aún pervive y también una sucesión de pleitos, tanto en Italia como en España, que en última instancia están encaminados a viabilizar la pretensión del Ministerio de Exteriores de sustituir los actuales estatutos contando con una persona de su confianza en el centro universitario.
El Colegio se financia desde el siglo XIV exclusivamente con la fortuna legada por el Cardenal y no recibe subvención alguna del Estado como tiene reconocido el propio Gobierno en alguna respuesta parlamentaria, pero para intentar llevarlo al ámbito del Estado se pretendía, primero controlar el Patronato con una mayoría, luego colocar un rector afín, y por último, impulsar esa modificación para que acabase como entidad pública. Hasta al Consejo de Estado han implicado en la operación, nos indican antiguos colegiales, irritados con un dictamen emitido el pasado 4 de febrero por el órgano presidido por María Teresa Fernández de la Vega y que creen cocinado. Pero el Estado no tiene autoridad sobre una institución de origen eclesiástico que reside en otro país y que, como indica ahora el Tribunal Supremo, es una organización privada.
Estamos hablando, conviene recordarlo, de la institución española más antigua, anterior incluso a la de España como nación y precursora de esa idea, pues ya fue denominado el Colegio como «Domus Hispanica» –Casa de España– mucho antes de la unificación de los territorios peninsulares. «(...) Mando y ordeno que en la ciudad de Bolonia y en lugar decente, es a saber, cerca del Estudio General se haga un colegio con aposento conveniente, con huerto, salas y cámaras, y que se construya en él una capilla buena en honor del bienaventurado San Clemente, y que se compren rentas suficientes para sustentar a 24 colegiales y a dos capellanes según en gasto y la manera de vivir que yo ordenare, la cual casa o colegio quiero que se llame Casa de los Españoles. Y al sobredicho colegio o casa instituyo por mi universal heredero en todo mi dinero y en toda mi vajilla y en todos mis libros, así de derecho canónico como de derecho civil como de otra cualesquier facultad, y en todos los mis otros bienes que en cualquier manera me son debidos». Es esta la voluntad testamentaria expresa del Cardenal Gil de Albornoz por la que el 29 de septiembre de 1364, y con su propio patrimonio, es fundado el Real Colegio de los españoles en Bolonia, que cuenta hoy en día con una considerable riqueza patrimonial y numerosas propiedades en la ciudad de Bolonia.
Alumnos de mérito
Sus aulas han visto pasar a personalidades de la talla de Juan Ginés de Sepúlveda, al conde de Romanones, a Antonio de Nebrija, a Juan de la Cierva, a Leandro Fernández de Moratín. Durante más de seis siglos, esta institución medieval de indiscutible prestigio ha albergado a estudiantes varones, destacados estudiantes elegidos por sus méritos, y les ha ofrecido la oportunidad única de una formación sobresaliente, en una de las universidades europeas que poseen, con toda justicia, mayor prestigio.
«El Colegio marca», explica Borja del Campo –uno de los antiguos colegiales y profesor sustituto de Derecho Civil en la Universidad de Oviedo–, «y de qué manera. Imprime carácter, dicen nuestros mayores. Nos permite una experiencia única y excepcional. Un ambiente académico y cultural muy cuidado en el que la tradición convive con la vanguardia del conocimiento. A veces lo más antiguo puede ser lo más moderno. En un lugar antiquísimo los estudiantes aprendemos del pasado para entender el presente y afrontar el futuro. Y hacerlo en libertad, porque si algo hemos aprendido de nuestros Rectores ha sido la importancia de la libertad, ser libres; además del valor de la gratitud y la generosidad en comunión con la fe. La responsabilidad de compartir un pasado común con personajes de la talla de Nebrija, Sepúlveda, Antonio Agustín y Hernán Núñez de Guzmán».
Además de innumerables juristas, médicos, científicos y humanistas, también han pasado por sus aulas los musicólogos Luis Antonio González Marín (investigador del CSIC en el antiguo Instituto Español de Musicología, especializado en música de los siglos XVII y XVIII, y Académico de la Real de Nobles y Bellas Artes de San Luis), Marc Heilbron Ferrer (profesor de Musicología de la Escuela Superior de Música de Cataluña) y Esteban Hernández Castelló (investigador en el departamento de musicología de la Universidad de Hamburgo). Los tres coinciden en asegurar que disfrutar de una beca del Reale Collegio di Spagna supuso para ellos una experiencia única, desde el punto de vista puramente académico y también, y no menos importante, desde la perspectiva vital.
Todos coinciden en resaltar la importancia de que el acceso a las becas del Colegio haya estado basado estrictamente en los méritos académicos de los candidatos, sin favoritismos por otras razones, y en valorar la fidelidad de la institución a sus principios fundacionales, que la hacen única e irrepetible, así como, sin renunciar a la esencia de los mismos, la modernización de la institución emprendida en cuestiones tales como la concesión de becas a mujeres. Efectivamente, el Colegio convoca desde hace dos años las becas Santa Catalina para mujeres que, como sus compañeros varones, son elegidas por sus méritos y excelencias académicas.
A lo largo de su historia, el Colegio ha sobrevivido a diversos y muy dispares avatares. Desde intentos de usurpación y confiscación a penurias económicas y renacimiento. Cambios de régimen político, superación de los Estados Pontificios, dos Guerras Mundiales, Guerra Civil española, conflictos civiles, dictaduras... Este es uno más en el camino del que, de nuevo y de momento –cruzamos los dedos, tocamos madera–, sale victorioso.
«Que siga existiendo el Colegio es prácticamente un milagro», nos dice Juan José Gutiérrez Alonso, actual rector del Colegio y profesor titular de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada. «Esta casa siempre ha estado en peligro. Se ha sobrepuesto a todo tipo de adversidades por el compromiso y determinación de la familia del Cardenal y el de los propios Colegiales, algunos incluso entregaron su vida por defenderlo. Pero en la actualidad sigue creando esa atracción fatal entre quienes osan servirse de él y quienes solo quieren servirle y asegurar su supervivencia. Como quería Albornoz, que vaya de más en mejor».