Dostoievski, rusófilo y “prozarista”
Por el bicentenario de su nacimiento, que se cumple hoy, Páginas de Espuma recupera “Diario de un escritor”, una obra imprescindible para conocer su deriva intelectual y política, y adentrarnos en las preocupaciones que agitaban Rusia en el último cuarto del siglo XIX
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Dostoievski había publicado los títulos más conocidos de su obra literaria, menos los «Hermanos Karamazov», cuando emprendió un proyecto singular, único, que corría por una arista inusual y que hoy despierta asombro por la voluntad y la tenacidad que supone. En 1876, inició la redacción de una revista, «Diario de un escritor», que llegó a contar con 8.000 suscriptores. Consistía en un pliego, tipo diario, que vendrían a ser unas sesenta páginas actuales, que el escritor ruso redactaba desde la primera hasta la última palabra. Una empresa, solo cabe esta manera de llamarlo, que suponía un ingente trabajo, un esfuerzo intelectual de primera fila y todo el testimonio de un escritor que, a pesar de las cimas literarias alcanzadas, todavía dejaba entre sus coetáneos la dudosa impresión de que su reputación se sostenía por el éxito y la fama que había alcanzado «Crimen y castigo», todo un pilar de la novelística de su país en ese momento.
Esta publicación suponía para el autor, que había sufrido graves reveses y había padecido abundantes sufrimientos, una forma de vivir y ganarse un sueldo de manera regular y eficiente. Gestionada por él y por su esposa, el novelista entregaba así a los lectores un conjunto de artículos de una extraordinaria ambición que abarcaba todos los campos de la cultura y que tocaba asuntos de extraordinaria actualidad de aquella Rusia del último cuarto del siglo XIX, incluido los asuntos más espinosos y candentes de la actuación política. «No le importaba en absoluto hablar sobre política. Lo hacía de una manera abierta. Y en ese momento existían pocos escritores que podían interferir en la vida política», comenta Paul Viejo. Él coordina la reedición de «Diario de un escritor», que recupera, para su centenario, Páginas de Espuma. Un proyecto editorial imprescindible para adentrarse en el pensamiento de Dostoievski en esa época, cuando ya estaba tomando notas, apuntes e ideas de lo que sería el compendio de todas sus inquietudes: «Los hermanos Karamazov».
Compromiso y opinión
Dostoievski despliega en estas páginas una actividad periodística única por su compromiso y se convirtió en un verdadero creador de opiniones entre sus contemporáneos. A sus ojos no escapa nada que estuviera de actualidad. Daba aquí constancia de los libros que le gustaban, del arte que se creaba, de las decisiones políticas que se tomaban. Entraba en distintas parcelas, sin jamás renunciar a un debate o un tema controvertido. «¿Qué lengua debe hablar el padre de la patria?», se pregunta en una pieza. «¿Cuál es la relación que Rusia debe mantener con Europa?», reflexiona en otro lugar.
Este es un Dostoievski dispuesto a participar de los asuntos que agitan lo público y que se discute en las plazas. Entra a debatir sobre la naturaleza del alma rusa, pero a la vez dejaba constancia de grandes libros, como el que dedicó a «Anna Karénina», que, en sí supone todo un ensayo y que, incluso, a veces, se ha publicado como una obra independiente y autónoma. Pero este ya no era el escritor de antes, el que publicó «El doble» (1846) o «Humillados y ofendidos» (1861). Tampoco el autor conmocionado, de enorme fragilidad, que daba testimonio de los padecimientos en Siberia, donde fue desterrado en ese duro volumen que es «Recuerdo de la casa de los muertos». Tampoco es el rebelde que critica la burguesía a través de un título tiznado de irreverencia, pero también de una enorme modernidad, que es «Memorias del subsuelo» (1864). Atrás había dejado la confesión de su más peligrosa y dañina adicción en «El jugador» (1866) o la crítica que lanzó en el increíble «Los demonios» (1871). Este es un Dostoievski menos vehemente, más prudente dentro de su pasión incontrolada y sus pulsiones obsesivas. Aquí resplandece un escritor de mano más templada y de aspiraciones más sosegadas, más despojadas de emociones. «En un momento le llegaron a acusar de conservadurismo», comenta Paul Viejo. De hecho, el Dostoievski que asoma aquí es más bien «prozarista», que defiende una Rusia que mantiene su identidad frente a Europa, hacia donde mira con distancia, y que también muestra una predisposición a salvar las costumbres y tradiciones de su nación, aunque, a la vez, denuncie lo que hay de inutilidad o tontería en ellas.
«Diario de un novelista» no se ideó como una cartografía íntima (para eso están las notas y apuntes que se incorporan al final de estos dos volúmenes), sino como una bandera propia. El escritor lo hizo con ánimo de darlo a conocer desde el principio al público. El resultado de su iniciativa es doble. Por un lado, tenemos el retrato involuntario del autor de «Crimen y castigo». Por otro, un fresco ineludible de las preocupaciones, temores, tensiones y cultura que florecieron durante este periodo en Rusia.