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Crítica de “Tres pisos”: lazos de sangre ★★★★

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección: Nanni Moretti. Intérpretes: Riccardo Scamarcio, Margherita Buy, Alba Rohrwacher, Nanni Moretti. Italia-Francia, 2021. Duración: 119 minutos. Drama.
Del mismo modo que la plaza de “Caos Calmo” servía como el zootropo que despertaba del duelo a un hombre en crisis (Nanni Moretti, en ese caso solo como actor), el edificio de “Tres pisos” funciona como microscopio socioeconómico, donde las relaciones familiares, y sobre todo las que cuestionan la sumisión moral de los lazos de sangre, determinan ese estar-en-el-mundo que tantos soliloquios ha generado en el cine morettiano. Se trata, en definitiva, del placer de observar, que también tiene mucho que ver con el de ser cineasta.
Se nos olvida que hacer cine es también una manera de ser espectador, y Moretti, que, hasta la magistral “La habitación del hijo”, había convertido la terapia en una fructífera forma de interrogación universal, también sabe y quiere mirar hacia afuera, para desplazar sus dilemas y contradicciones hacia los biorritmos de otros que no son él pero que también representan sus dudas, que están más vivas cuando menos se resuelven. Que “Tres pisos” empiece con una catarsis -un coche que choca contra el edificio de barrio de clase media en el que se desarrollará la acción: un accidente fatal que dejará una víctima y un culpable- puede hacernos pensar que la película, que se inscribirá en el estilo de melodrama que contiene sus emociones, será un carrusel de tragedias. Lo será, pero con la boca pequeña de lo cotidiano. Aquí Moretti interpreta a un padre que ha perdido la confianza en su hijo; de profesión juez, ha dictado sentencia, y su inflexibilidad es pareja a su pérdida de esperanza.
La filiación será el tema del filme, que es mucho menos clásico de lo que parece. Del clímax inicial pasamos a un desarrollo relajado pero implacable, con esas elipsis temporales que nos roban información capital, y que con un gesto un tanto arisco, colocan a los personajes frente a su peor paranoia: ser malos padres o madres, no saber responder a los afectos paradójicos de la madurez, tener miedo de perdonar o admitir sus errores. Para quien tuviera alguna duda del humanismo de Moretti, he aquí la prueba irrefutable.

Lo mejor

Articular un melodrama modélico, alérgico a la lágrima fácil, sobre los conflictos de la paternidad y la filiación.

Lo peor

Añorar a aquel Moretti enfadado y autoconsciente, que interpelaba al espectador sobre lo divino y lo humano.