El perro como terrible arma de combate: así surgió el dogo español
Fueron parte de la milicia de romanos, visigodos, alanos y celtas en la Península Ibérica, y, a través de los siglos, clave en la Conquista de América: el dogo infundía terror y desmembraba enemigos
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Desde que hace 30.000 años el hombre domesticó a los lobos convirtiéndolos en animales domésticos, comprobó que por su instinto depredador eran muy útiles para la caza. En ese momento, el ser humano se apercibió que si los lobos-perros servían para atacar a bisontes y venados, también podían servir para atacar a otros hombres enemigos, y fue aquí donde se originó el perro de guerra. Algo muy similar ocurrió con los caballos que al ser domados, al margen de las tareas de agrícolas con el arado y su capacidad de llevar carga, se utilizaron en la guerra porque además de su gran movilidad y rapidez, daban al jinete una superioridad sobre el guerrero que iba a pie. Pero la diferencia entre ambos es que el caballo no tenía capacidad por sí mismo de matar a enemigos, porque lo hacía el jinete, mientras que los perros de guerra tenían capacidad propia para derribar a un adversario y provocarle la muerte.
Perros y caballos combatieron juntos en los campos de batalla desde la antigüedad. Pueblos como los sumerios, los asirios, los babilonios o los persas los usaron profusamente. Aristóteles describió su morfología y en aquella época los griegos los denominaron «molosos» porque fueron introducidos por Molosia, una región al nordeste de Grecia. Además, el dominio sobre los animales por mujeres, ya fuese como dueñas o amazonas, las equiparaba en estatus a los hombres en su comunidad. Cuando una mujer, como por ejemplo, Juana de Arco, o nuestra Catalina de Erauso –la monja alférez– se ceñía la armadura y combatía a caballo, automáticamente se la consideraba un camarada de armas y era tratada como cualquier otro militar masculino.
Los celtas para compensar su oligantropía o falta de hombres para la guerra (porque sus comunidades sociales no eran muy numerosas, comparadas por ejemplo con las de las legiones romanas), llevaban a la guerra a los esclavos y a las mujeres. Para los esclavos bastaba con darles un escudo y una arma blanca, pero las mujeres eran más débiles y por ello para compensarlo iban a la guerra con una espada o una lanza en la mano derecha, mientras que con la izquierda asían una correa con un perro de guerra.
El origen romano
En todas las sociedades en las que las mujeres han participado en la guerra combatiendo en defensa de la comunidad, han sido consideradas como iguales ante los hombres. La única excepción la podríamos encontrar en la sociedad espartana, en la que la mujer no combatía, pero se consideraba que con el alumbramiento podía aportar a la comunidad nuevos guerreros, y por ello las mujeres espartanas tenían más más derechos y libertades que las mujeres atenienses o el resto de griegas. En cambio, las mujeres celtas a diferencia de las íberas, estaban totalmente equiparadas a los hombres. En la batalla de Vercelas en el 101 a.C. un contingente de mujeres celtas címbrias con sus perros, derrotó a una unidad romana. Desde aquel momento, el cónsul Cayo Mario que fue el gran reformador del ejército romano y creador de las legiones como las conocemos hoy en día, incorporó a los perros de guerra en sus ejércitos, que fueron denominados «canis pugnax» o perro de lucha, cuyos cuidados con los de los caballos quedaron a cargo del «pecuari» o veterinario.
Tras la caída del imperio romano y la irrupción de los alanos en Hispania, este pueblo emparentado con los sármatas, además de una excelente caballería, traían consigo unos perros de guerra de origen moloso. Ambas especies eran fundamentales para estos pueblos orientales y germánicos migrantes que se desplazaban con sus familias, enseres y ganado. Cuando avistaban al enemigo, los hombres con sus caballos se dirigían a su encuentro, dejando los carros, las familias y los animales, incluidos los perros de guerra, con un retén de guerreros para protegerlos. Si las circunstancias lo requerían, los perros pasaban a la vanguardia del ejército.
Cuando los visigodos expulsaron a los vándalos y a los alanos de la Península Ibérica, los primeros no tenían perros de combate pero adoptaron los canes de los alanos a los que dieron su apelativo «alano», que utilizaron profusamente en la caza y en la guerra como habían hecho sus anteriores amos. Algunos de estos perros alanos acabaron mestizándose con los canis pugnax que habían dejado los romanos, originando una nueva raza, ligeramente más grande, que hoy se denomina dogo español.
Dogos y alanos fueron utilizados durante la Reconquista contra los sarracenos, porque la Iglesia prohibía el uso de perros en las guerras entre los reinos cristianos, porque la muerte causada por las mordeduras de un perro se consideraba una muerte infamante no digna para un cristiano. No así para los infieles. Pero fue en la conquista de América cuando se utilizó con gran intensidad el arma canina, para compensar la inferioridad numérica de las huestes de conquistadores. Algunos cronistas presentes en aquellas expediciones, han relatado que habían visto como un alano seccionaba con sus fauces el brazo de un indígena. Hemos de tener en cuenta que estos animales rondaban los 45 kilos y aquellos indios pesaban entre los 50 y 60. Por ejemplo Amigo, que era el alano de Pedro Alonso Galeas, en la actual Venezuela, en un combate singular amputó la cabeza del cacique Tamanaco. En ataques actuales realizados por pitbuls, bulmastiff, rottweilers y otros perros de presa, nunca se han registrado amputaciones totales de miembros humanos, y esto nos da una idea de la letalidad de estos animales.
Terror de América
Los mexicas y otros pueblos mesoamericanos no conocían los perros de guerra, porque tan sólo tenían unos perros pequeños sin pelo que utilizaban como alimento, y que en la actualidad se denominan «perros de los aztecas». Para ellos, el dios de la muerte «xolotl», de forma canina, conducía a las almas al más allá. Por ello, ver a los españoles con sus grandes perros les hacía creer que el dios de la muerte se había aliado con ellos. En muchas ocasiones no se atrevían a enfrentarse a ellos. En algunos relatos los indios habían llegado a decir que los perros de los españoles tenían los ojos rojos, un rasgo característico en muchos ejemplares de dogo español. Los indios se quedaban aterrorizados cuando oían el gruñido de los perros, el estruendo de los caballos a los que se les colocaba cascabeles, unido a las detonaciones explosivas de los arcabuces que les parecían rayos y los gritos de guerra de los españoles. El efecto sonoro debía ser aterrador.
Desde el inicio de la civilización, los perros han sido los compañeros inseparables de los hombres. Sobre ellos se ha dicho que son el mejor amigo del hombre, y puede ser cierto. Pero en algunas ocasiones ha sido su mejor enemigo.