Como decíamos ayer...
Pablo González optó por una solidez basada en los eternos secundarios de la partitura durante el recital ofrecido en el Teatro Monumental
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Obras: de Torres y Brahms. Dirección: Pablo González. Acordeón: Iñaki Alberdi. Violonchelo: Asier Polo. Orquesta Sinfónica de RTVE. Madrid, Teatro Monumental,14-I-2022.
De tan referida, la anécdota de Fray Luis de León (que es a quien citaba Unamuno) parece haber perdido algo de sentido. Tras pudrirse cuatro años en la cárcel de Valladolid retornó a la Universidad de Salamanca y comenzó su clase con el sarcástico latinajo “Dicebamus hesterna die”. Esa sensación de continuidad a pesar de los años transcurridos es la que provoca el principio de la Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68 de Brahms. Es como si Beethoven hubiera ampliado el Prestissimo de su Novena por medio minuto, con el fatum avivando los timbales y los violines perdiendo la vida demasiado pronto. Luego el efecto se desvanece -a ello ayuda la fantástica intervención del oboe- y el alma de Brahms poco a poco deja de habitar la piel de Beethoven. Y de eso también trata esta sinfonía, de cómo evadir el pasado y su legado claustrofóbico.
Pablo González optó por una solidez basada en los eternos secundarios de la partitura: los contracantos del viento-madera, el lirismo de la escritura de contrabajos y la fragilidad de las líneas melódicas complementarias del metal. Todo eso que está en los pentagramas pero se desdibuja por la potencia de la visión del resto del bosque. Y la reivindicación es pertinente, porque Brahms es por encima de otras consideraciones un excepcional arquitecto de la forma y la tímbrica. El primer movimiento se presentó eficazmente, preparando un final alejado del ensimismamiento de otras lecturas. Las llamadas a lo clásico afloraron durante un Andante de melancólico aliento mozartiano, sin dejarse caer en la evanescencia. El momentáneo desajuste del tercer movimiento dio paso a un final explicado con inusitado vigor, secundado por la cuerda y el gesto claro del director ovetense.
Pero todo eso pasó en la segunda parte, porque la primera la ocupaba el doble concierto para violonchelo, acordeón y cuerdas llamado Transfiguración, de Jesús Torres. Son ya muchas obras grandes compuestas en los últimos años (Tránsito, sin ir más lejos) donde su utilización desprejuiciada de los recursos musicales de otras épocas cristalizan en partituras abiertas y sugerentes. En este caso Torres incorpora el misticismo de la gran Hildegard von Bingen como andamiaje de una música elegante, diseñada para los excepcionales recursos de Asier Polo y donde Iñaki Alberdi ejerció de bisagra entre el virtuosismo del chelo y el comedimiento de las cuerdas. Efectos sonoros de gran intensidad y momentos de extraño lirismo se multiplicaron durante la interpretación, muy aplaudida. Cuánto se agradece la programación de obras contemporáneas de gran formato, y no sólo la consabida obra de estreno de apenas siete minutos.