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Hallazgo

El hombre que apareció 3.500 años tarde: la memoria del volcán de Thera

Una excavación arqueológica en el oeste de Turquía descubre los restos de un hombre y su perro, las primeras víctimas de las que se tiene constancia que sufrieron las consecuencias de una de las erupciones volcánicas más destructivas registradas

Recreación artística de Ann Ronan que ayuda a completar visualmente el episodio histórico en el que la isla de Thera (actual Santorini) quedó debastada por una erupción volcánica
Recreación artística de Ann Ronan que ayuda a completar visualmente el episodio histórico en el que la isla de Thera (actual Santorini) quedó debastada por una erupción volcánicaUNIVERSAL HISTORY ARCHIVE

En nuestra época, marcada por diversas crisis de tono apocalíptico, es especialmente interesante mirar atrás hacia la historia y el mito en torno a la idea de la caída de la civilización. Porque muchas veces nos hemos derrumbado y hemos tenido que aprender de nuevo a construir, escribir o legislar. La caída de Roma, o de la Nueva Roma posterior, y, mucho más atrás en el tiempo, la catástrofe que acabó con la Edad del Bronce Reciente, son algunos ejemplos de crisis con honda huella cultural. La del Bronce seguramente fue una tormenta perfecta de varios factores –climáticos, económicos, sociales…–, una caída fundamental que sigue ejerciendo una notable fascinación. Se genera desde ese momento un torrente de mitos en torno a una edad de oro del pasado, a veces utópica y feliz pero siempre más espléndida y con una tecnología más desarrollada que colapsó, como vemos en mitologías muy variadas entre el Próximo Oriente y Grecia. Pensemos en el Mito de las Edades, en Hesíodo, o en el mito platónico de la Atlántida. Pero el leitmotiv mítico se encuentra en muy diversas latitudes, desde la antigua India a los pueblos naturales de las Américas. Para nuestra cultura, sin embargo, es especialmente relevante la catástrofe primordial que asoló la isla de Tera, con la erupción del volcán y el cataclismo subsiguiente.

Las ruinas de la antigua ciudad de Akrotiri, excavada por el arqueólogo griego Spyridon Marinatos, sacaron a la luz el esplendor del último Bronce, sus edificaciones, tecnología y arte. Todo aquello se derrumbó tristemente. Sin duda fue uno de los grandes desastres que contribuyeron al final de la cultura palacial de la época: Creta entró en un declive desatado por la arqueología, pero también hubo colapsos en otras riberas del Mediterráneo, llegando a Anatolia y a la región sirio-palestina. En la actual Turquía, por ejemplo, el yacimiento de Çesme-Bağlararası, excavado desde hace una década por Vasıf Şahoğlu, de la Universidad de Ankara, ha mostrado las huellas allí del tsunami originado en Tera y la trágica forma en que afectó al mundo del Egeo.

El equipo arqueológico ha desenterrado recientemente los restos de un joven esqueleto humano junto al de un perro, un chico y su mascota, en lo que recuerda la vertiente personal de este tipo de catástrofes, tan explotada por la ficción. En estos trabajos de amplia mirada colaboran equipos internacionales, de investigadores europeos, israelíes o norteamericanos, explorando las dimensiones reales del desastre histórico. Pero a mí me interesa, como mitólogo, la enorme dimensión que ganó en la memoria colectiva: pensemos solo en el mito que Platón esboza en el Critias y el Timeo de la espléndida civilización del pasado y, lo más interesante, la reflexión que provoca el filósofo sobre nuestra propia realidad.