“Luzzu”: postales de la desesperación
Alex Camilleri pone cara a la Malta de pescadores obviada por las visitas turísticas
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No puede evitar que el recuerdo le tuerza el gesto. Cuando se le pregunta a Alex Camilleri (Malta, 1975) por la búsqueda de financiación para su «Luzzu», ópera prima que se estrena hoy tras triunfar en el Festival de Sundance, lo tedioso del proceso vuelve a su memoria: «Fue extremadamente complicado. A veces, por simplificar, se habla del cine de un país como una industria, pero en Malta no es así. Se hacen muy pocas películas y, cuando ocurre, es imitando el modelo de producción de Hollywood con presupuestos ínfimos. Vale, pues ahora hay que imaginarme a mí explicando que quería contar una historia sobre los pescadores que han sido olvidados como trabajadores, pero también como patrimonio cultural», explica sincero el director por videconferencia a LA RAZÓN.
Mediterráneo puro
En la esforzada «Luzzu», de metraje contenido y paisajes profundos que llenan el ojo de puro Mediterráneo, Camilleri nos cuenta la historia de Jesmark, un pescador que para evitar la muerte del oficio que heredó de su padre se busca la vida más allá de la legalidad traficando con pescado ilegal para poder sacar a su familia adelante. «Es más fácil enseñar a un pescador a actuar que a un actor a pescar», bromea el director maltés, que recurrió a un elenco de no profesionales, entre ellos, su protagonista, para dotar de verdad al filme: «Quería que la naturalidad viniera del propio contexto, de la huida de la Malta que sale normalmente en las postales o la que visitan los turistas. Tuve suerte y, en realidad, no hay muchas tomas descartadas, pero la esencia del proyecto es casi documental», completa efusivo.
Entre redes, conversaciones de sabios y una crítica feroz a las políticas de pesca de la Unión Europea, que también han tenido un fuerte impacto en el sector español, Camilleri se las apaña para ir más allá del cuento del artesano y construye un relato sobre la desesperación, sobre la universalidad que hay en el llanto de un bebé que no tiene nada para llevarse a la boca: «El cine, al menos en mi concepción propia, debe intentar siempre ser una especie de testamento, de legado para las generaciones futuras. Por eso quería ir un poco más allá e intentar que, sí, aunque la película lidiara con los luzzu como embarcaciones bendecidas por los curas y estrictamente mediterráneas, todo el mundo pudiera verse en Jesmark, con el que tuve la enorme suerte de ir a dar», confiesa el director sobre una película que ganó el premio especial del jurado en el mencionado Sundance y, en la última edición de los Independent Spirit, se hizo con el premio «Alguien a quien seguir» («Someone to watch»), gracias al que podrá desarrollar en parte su próximo largo. «Creo que también será una película muy maltesa, pero quizá desde una perspectiva más política, más material», adelanta un Camillieri que pese a lo tarde que nos ha regalado su debut, parece encaminado a ser la voz del cine de un país que apenas sobrepasa el medio millón de habitantes.