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Cristian Alarcón: “La extinción empieza a sobrevolarnos”

El escritor presenta “El tercer paraíso”, Premio Alfaguara de novela, un libro entre el ensayo, la memoria y la ficción, que reflexiona sobre el pasado y lo que estamos viviendo hoy

El novelista Cristian Alarcón
El novelista Cristian AlarcónfotoLa Razón

Cristian Alarcón reconoce que es un autor de escritura demorada, un novelista que necesita quitarse de encima «las misiones» que él mismo se ha otorgado en la vida para dedicarse a sacar filo a la prosa. El escritor lo reconoce en su último libro, «El tercer paraíso», Premio Alfaguara de novela, que es un territorio literario de diversas coordenadas, con entradas al ensayo, un acentuado tono de diario y un fondo de clara mirada memorialística.

El pretexto argumental parte de un creador dedicado a su jardín y que se ve asaltado en las coyunturas actuales por el pasado vivencial y remoto de las mujeres de su familia, de manera especial su abuela y su madre. Entre medias asoman conocimientos de botánica, personajes como Humboldt o acontecimientos políticos como la dictadura de Pinochet.

La obra ha nacido durante el confinamiento de la pandemia, que resultó un tiempo que dio para mucha reflexión. “Nos quedamos solos en ese tiempo, pero fue una soledad habitada por unas narrativas con las que nos tuvimos que reencontrar y que nos debíamos, sobre todo las personas que transitamos ahora mismo por ciertos arqueos y balances de la vida. Estas Narrativas han servido para repensarnos, obligándonos a ir incluso a las zonas más dolorosas de la memoria individual».

Cristian Alarcón explica que América Latina ha estado «sumergida en las últimas décadas en un hercúleo ejercicio de memoria para defender las verdades históricas que las dictaduras arrasaron». Y asegura que «quizá es el momento de atrevernos a revisitar» ese pasado y cumplir con «la misión de la recuperación de esa memoria histórica».

Putin, un dictador cruel y de “mazapán”

El novelista rebate algunos tópicos que existen sobre América Latina y considera que se ha hablado durante demasiado tiempo de las crisis de las democracias latinoamericanas porque «son imperfectas y han seguido las políticas pendulares de la contemporaneidad, y han creado unas culturas de cierto nivel de fanatismo acrítico en las distintas opciones políticas», pero, como asegura «las democracias de estos países, con todas sus contradicciones, se han fortalecido. Ahora es un continente que toma sus decisiones. En Chile, gracias a la potencia de la manifestación popular, la resistencia callejera y el hartazgo se ha logrado reconstruirse y formar una constitución que va a marcar el camino a otras».

Cristian Alarcón no ahorra en este punto una reflexión sobre la coyuntura internacional y la figura de Putin, al que denomina «dictador de mazapán, poseído por una gran crueldad, que ha puesto el acento en una dirección en la que ninguna persona de izquierdas tiene ganas de mirar». Para el autor, los hombres han comenzado a retraerse» y asegura «el fin del mundo, en el fondo, es el fin de los vínculos. En este mundo existe una honda preocupación. La extinción empieza a sobrevolarnos. Nos volvemos más delicados en cómo llevamos las relaciones con los demás. Somos menos invasivos, más sutiles, apostamos por lo sutil. Somos más ceremoniales. Tratamos cuidar de un modo especial los encuentros que generamos. Aprendimos, por suerte, a que hay que honrar las relaciones, la estética del abrazo, de la mirada de los ojos, de la escucha, de los almuerzos». Y concluye: “Los ególatras deben luchar contra la monstruosidad del yo».

Cristian Alarcón hace también hincapié en la desigualdad, uno de los temas presentes en su libro. Denuncia que existe una falta de equidad «que es más política y otra que es más conceptual, que es el género. La principal está sustentada en la pobreza, las injusticias y el racismo negado en América Latina, que es algo que lo circunda todo. Pero también hay otra que es muy femenina y donde la función del patriarcado es fundamental y que él mismo ha perpetuado». Por eso afirma que ahora: «No existe un debate en ciencias políticas o de cualquier campo de lo social que pueda desentenderse de factores como el de la clase, la raza y el género. Por eso es más complejo hoy debatir sobre la desigualdad y resulta tan difícil para todos».