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Brueghel y Rubens, dos pintores con olfato

El Museo del Prado inaugura la primera exposición olfativa de su historia y recrea los olores de las plantas y objetos que aparecen en una obra firmada por estos dos autores
Sergio PérezEFE

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Los antiguos consideraban que la excelencia de una obra se medía por su capacidad para imitar y captar con una asombrosa verosimilitud la realidad. Cuanto más se parecía una pintura al objeto o a las personas que retrataba más admiración despertaba y más valor poseía. El pulso de un artista recaía sobre todo en su capacidad para trasladar a un lienzo el mundo tridimensional que lo circundaba. El Museo del Prado ha dado una vuelta de tuerca a ese concepto y, en este tiempo de exposiciones inmersivas, donde las experiencias sensoriales suponen un reclamo indudable, se ha lanzado a un experimento novedoso. En esta muestra, comisariada por Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte, y Gregorio Sola, perfumista y miembro de la Academia del Perfume, se ha acompañado el lienzo «El olfato», una colaboración entre Rubens y Jan Brueghel, un artista este último de intachable fama y relieve, aunque no tan conocido como otros de similar apellido, con los olores de las plantas, animales y prendas que el visitante contempla en el lienzo.
Una aventura que introduce la pintura desde unos parámetros expositivos distintos, que se alejan de lo corriente. «La idea principal proviene de resaltar a Jan Brueghel, que es un pintor exquisito, contemporáneo de Caravaggio, que posee un punto de minuciosidad y empatía asombroso», comenta Alejandro Vergara. Pero detrás de este estímulo inicial queda otro propósito evidente: contemplar el sentido de lo visual con el sentido del olfato. «La memoria olfativa es siete veces mayor que la de los demás sentidos. Todos ellos necesitan una traducción, pero el olfato es tan sentimental porque va directamente al cerebro, por eso siempre permanece con nosotros, el olor de la madre o el de un día especial, como el de nuestra boda. Cuando se observa un cuadro y se huele, la capacidad de retentiva en un individuo aumenta un 30 por ciento», asegura Gregorio Sola. Esta composición de Jan Brueghel, vinculada con su serie «Lo cinco sentidos», que también se exhibe sala, evoca el jardín de principios del siglo XVII que Isabel Clara Eugenia y su marido tenían en Bruselas. En él aparecen ochenta clases de plantas, además de un sabueso y una civeta.
A través de unos paneles, el visitante accede a los olores de la higuera, la flor de naranjo, el jazmín, el lirio, la rosa, el narciso o el nardo. También al de la civeta, uno de los animales dibujados por el artista, y unos guantes, que alude a aquellos perfumados de ámbar que Rubens llevaría consigo al salir de España para entregárselos a la infanta Isabel Clara Eugenia. A través de unos difusores, diseñados para no dejar humedad suspendida en el ambiente y que tampoco lo saturan de olores, se recupera esta parte cultural de la sociedad. Como apunta Alejandro Vergara, con la evolución de nuestras sociedades, el mundo ha perdido la gama de sus olores, buenos o malos. En sociedades anteriores, las personas estaban familiarizados con ellos, debido a la suciedad, el aire libre, los alimentos y la falta de higiene. Para camuflarlos se inventaron los perfumes y ahora, para redescubrirlos, volvemos a recurrir de nuevo a ellos.