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La artista que muestra las vidas robadas en Ucrania

La diseñadora Sasha Anisimova denuncia el horror al mostrar la realidad de la guerra y dibujar encima lo que serían las vidas cotidianas
Sasha AnisimovaSasha Anisimova
La Razón

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La joven ilustradora ucraniana Sasha Anisimova ha conmocionado a medio planeta a través de una serie de publicaciones que, desde el pasado 14 de marzo, ha subido asiduamente a través de su cuenta de Instagram, y en las que se muestran fotografías de edificios derruidos por los bombardeos rusos, sobre las que ha dibujado siluetas humanas en escenas domésticas. Tales siluetas pretenden recrear cómo sería la vida de los residentes de un edificio abandonado. Como escribió es Instagram, «no sé cuánto tiempo puede durar esto, no sé cuántas personas se han quedado sin sus hogares y sus seres queridos». La silueta como símbolo de lo ausente, de los desaparecidos, ya fue utilizada por los artistas argentinos Rodolfo Aguerreberry, Guillermo Kexel y Julio Flores en una acción colectiva y multitudinaria que, bajo la denominación del Siluetazo, pretendía reivindicar las protestas de las madres de la Plaza de Mayo contra la dictadura militar. En la versión de Sasha Anisimova, tales siluetas se desenvuelven en un registro que oscila entre lo naif y lo trágico, entre la ternura y una sonrisa comedida y el sentimiento de muerte y desaparición que recorre el cuerpo como si de un latigazo se tratara.
El arte contemporáneo está plagado de ejemplos de autores que han trabajado con la experiencia de la destrucción –los Gutai japoneses, Gustav Metzger, el Fuxus, Marta Minujin, Michael Landy, etc.–. Pero han sido más raros los casos en los que los artistas han trabajado desde lo destruido para llevar a cabo sus creaciones. En este sentido, un artista que también trabajó con edificios en ruinas –aunque desde una perspectiva diferente a la de Anisimova– es Gordon Matta-Clark. Sin duda alguna, la principal diferencia entre Matta-Clark y Anisimova es que mientras el primero intervenía directamente las arquitecturas, seccionándolas y abriendo grietas imposibles, la segunda utiliza la fotografía de los edificios para corregir su estado real. Evidentemente, la imposibilidad para desplazarse a través de Ucrania ante el asedio ruso ha obligado a utilizar imágenes de estos inmuebles para concebir obras que, pese a la mediación fotográfica, resultan estremecedoras. Las siluetas constituyen un esquema, la reducción de las formas a su estado más elemental. Son índices de una presencia añorada más que presencias en sí mismas. La forma en que se relacionan con los edificios abandonados es mediante la superposición: se yuxtaponen a su imagen pero no llegan a habitarlos, a hacer «cuerpo» con ellos. Cada silueta convierte a la arquitectura en la que se inscribe en un monumento a la vida desplazada. De hecho, la sensación generada por el espectador, ante estas obras, es la de que aquello que potencian las siluetas es precisamente el vacío, la falta, la muerte.