Crítica de “X”: el tormento y el éxtasis ★★★★☆
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Dirección y guion: Ti West. Intérpretes: Mia Goth, Jenna Ortega, Brittany Snow, Kid Cudi. USA-Canadá, 2022. Duración: 105 minutos. Terror.
Cuando la teórica Linda Williams hablaba del porno y del cine de terror como géneros del cuerpo, del exceso del cuerpo y sus sensaciones, estaba poniendo el dedo en la llaga de su atractivo, sustentado en la tensión que se genera desde el principio del placer en uno y desde el principio del dolor en el otro. Lo que hace Ti West en la modélica “X” es acatar la forma de esa letra del título que parece cancelar significados y miradas: cruza esos dos principios desde la literalidad, tanto estilística como temáticamente. Cuando, en un aciago verano de 1979, un reducido equipo de rodaje viaja a los confines de la Texas rural para filmar un porno ‘amateur’, acaba con sus carnes y sus huesos en un escenario que parece una recreación exacta de la casa de “La matanza de Texas” (ese porche, esa puerta con mosquitera, ese pasillo: inolvidables). El cruce ya se ha producido, no hay vuelta atrás: a partir de entonces, y a través de un afinadísimo concepto del montaje como manifestación de una intersección que, en progresión geométrica, acerca cada vez más dos puntos que están predestinados a encontrarse, la película se convierte, de una manera harto insólita, en una reflexión sobre el poder destructor del deseo encarcelado por el paso del tiempo.
Difícil encontrar una película de terror contemporánea tan pendiente de la tradición -en especial, la más sucia y subversiva, encarnada por el Tobe Hooper de “La matanza de Texas” y “Trampa mortal”, con ese cocodrilo protagonista en una memorable escena cenital- que use la intertextualidad no para entonar una elegía nostálgica sino para hacer avanzar al género hacia discursos potencialmente nuevos. Autor de películas de terror tan estimables como “La casa del diablo” o “Los huéspedes”, Ti West consigue hacer un ensayo sobre la hermandad cósmica de dos géneros que nunca se deja eclipsar por su autoconciencia, y en el que cada detalle -ese predicador que, desde un televisor de la época, se convierte en portavoz de una América hipócritamente conservadora- cuenta. El placer escópico producido por el porno se transformará en placer sufriente de una manera completamente orgánica, mientras los motivos visuales del ‘slasher’ se despliegan con una brusquedad que aplaudiría el Joseph Zito de “El asesino de Rosemary”.
Lo mejor
La inteligencia con que Ti West integra el universo del porno en el imaginario del ‘slasher’.
Lo peor
Es muy difícil celebrar algunos de sus hallazgos más brillantes sin hacer spoilers.