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“Dowton Abbey: una nueva era”: adiós a los felices veinte

Julian Fellowes, creador, y Simon Curtis, director, convierten la segunda película tras el final de la serie en un homenaje a Maggie Smith
Ben BlackallUniversal Pictures / EFE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Cuesta creerlo, más cuando el corpus de la ficción moderna está revisado de manera constante por dinámicas de sexo, raza y clase, pero todavía queda vivo un refugio «mainstream» para la identificación por puro drama. Cuando el guionista Julian Fellowes («Gosford Park», «The Tourist») se inventó, allá por 2010, «Downton Abbey» como una actualización aristócrata del tópico «los ricos también lloran», pocos imaginaban que la serie de la ITV británica se acabaría convirtiendo en una entidad intelectual capaz de recaudar hasta 200 millones de dólares en su final en falso llevado al cine. Aquel éxito, sorpresa desde Londres hasta Los Ángeles en 2019, iluminó de verde la maquinaria de un proyecto, el de la saga de desamores y desaires de la familia Crawley, hasta el punto de plantear su propio universo audiovisual, tan de moda ahora. «Downton Abbey: una nueva era» es un cierre definitivo a la década de los años 20 que protagonizó con mano de hierro Maggie Smith tanto en televisión como en cine, pero es también una especie de alternativa taurina para que sean Michelle Dockery y Hugh Bonneville quienes lleven consigo y hacia el futuro a una nueva generación de aficionados al melodrama atemporal, las tacitas preciosas y el pegajoso acento del sur de Reino Unido.
Un camino tortuoso
«Ha sido un camino tortuoso, principalmente por las limitaciones que nos impuso el virus. No sabíamos, de hecho, si podríamos rodar en Francia como finalmente se pudo. Pero me hacía ilusión volver a escribir para estos personajes y sobre todo para estos actores», explica Fellowes durante su encuentro con la Prensa internacional. Y sigue, sobre lo que significa esta segunda aventura en la gran pantalla: «Queríamos crear un ambiente de gran despedida de lo que significó la serie en televisión y también una especie de declaración de intenciones sobre el final de los años 20».
Acompañado por Simon Curtis («Adiós, Christopher Robin»), director del generoso metraje de un filme que se deja sentir como un capítulo más largo (y más caro) de la serie, y después de mencionar los cuatro meses y 17 casas de época que ambos visitaron para dar forma a las localizaciones que pedía el argumento, Fellowes continúa: «La idea con la que juega la película es la de la invasión del mundo moderno. En foma del rodaje de una película, pero también a través del trabajo femenino y de la propia noción del cine sonoro, que se acaba convirtiendo en la modernidad dentro de la modernidad». Así, en la cinta, a los miembros habituales del elenco se suman Hugh Dancy («Hannibal») como un mordaz director y Dominic West («The Wire»), como su estrella. El concepto del cine dentro del cine, de hecho, parte de la inspiración del propio productor de la película, Gareth Neame: «Cuando mi abuelo tenía 28 años trabajó en una producción donde se tuvo que doblar a la actriz principal porque no se había aprendido bien su papel. Fue el hilo del que tiramos para construir esta nueva historia», declaró.
Entre cinematógrafos, cuadros victorianos, dudas conyugales y una agradecida trama romántica con West y Robert James-Collier como protagonistas de un tiempo difícil para sus personajes, el filme es café para los muy cafeteros. O té, en una analogía más acertada. Fellowes vuelve a transportarnos al mundo rígido previo a la Segunda Guerra Mundial y lo vuelve a hacer con el éxito y el carisma asociados a sus guiones. La sensación para el espectador menos versado, no tan puesto en las tramas del palacete, no dista mucho de la de aquellos que se sepan la genealogía de los Crawley al dedillo: hay que salir del cine con el corazón caliente. Es complicado saber cómo seguirá su camino el universo de Downton Abbey, pero como homenaje a Maggie Smith y a «El crepúsculo de los dioses», la película se defiende sola.