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Las sufragistas que inventaron el escrache

Emmeline Pankhurst escribió sus memorias en “Mi historia”, que ahora se publica en España, y que da cuenta de los primeros movimientos feministas que tienen éxito
larazon
La Razón

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Emmeline Pankhurst y sus sufragistas inventaron el escrache. Boicoteaban las conferencias y actos electorales de los políticos. La tomaron con Winston Churchill durante una temporada, y no porque estuviera en contra del voto para las mujeres, sino porque era el político más destacado en su distrito. Se presentaban al acto, e interrumpían sus cuidados discursos con ironías y chistes. “Aún nos queda un tema importante…”, decía Churchill, y las sufragistas gritaban: “¡El sufragio femenino!”. Y seguía el político diciendo: “Lo único que podemos hacer es…”, y ellas: “¡Otorgar el voto a las mujeres!”.
No todo fue gracioso. Sobre todo para ellas. La lucha por el voto para las mujeres fue larga y dolorosa. Muchas sufragistas, incluida Emmeline Pankhurst, estuvieron en la cárcel como presas políticas y obligadas a comer, entubadas, para impedir su huelga de hambre. La policía no tenía miramientos. Las trataban casi igual que a los mineros huelguístas o los independentistas irlandeses. Esto se debió a que a partir de 1911, con la negativa a debatir el sufragio femenino de los Comunes y el cambio de opinión al respecto del primer ministro Asquith, las sufragistas se lanzaron al activismo violento. Rompían a pedradas los cristales de las tiendas y viviendas, y quemaban buzones de correos y campos de golf. A esto se añadió el ataque personal a Asquith, al que lanzaron un hacha, y el incendio de la casa de Lloyd-George.
Pankhurst construyó un movimiento ajeno a los partidos. Llegó a la convicción de que liberales, laboristas y nacionalistas habían traicionado las promesas y los principios democráticos. La discriminación de las mujeres era incoherente con un sistema basado en la libertad del ser humano. De hecho, mientras en Nueva Zelanda se había aprobado el sufragio universal de hombres y mujeres en 1893, el Reino Unido resistía.
El gran éxito de Pankhurst fue constituir un moderno movimiento social de activistas sin disidencias. Copió el modelo del Ejército de Salvación: propaganda puerta a puerta, proselitismo y mítines improvisados en la calle, al que añadió el activismo al que hoy estamos acostumbrados: escraches y boicots. Fue un movimiento transversal. No eran solo burguesas, como Emmeline, sino también trabajadoras. Es el caso de Annie Kenney, obrera de un molino, y una de las más activas. Tampoco solo mujeres, había hombres. Uno de ellos era el marido de Emmeline, de quien tomó el apellido, otros esposos de sufragistas, y también había parlamentarios liberales y laboristas.

La mala vida

Lo tuvieron todo en contra. Las memorias de Pankhurst, publicadas por primera vez en español por Capitán Swing, son claras al respecto, resultando una lectura tan sencilla como apasionante que gustará a los amantes de la historia y de la libertad. La autora relata cómo tomó conciencia de la mala vida que llevaban las mujeres, tanto en la cuestión salarial como en la legislativa y en el trato social, incluida la prostitución. Sostuvo que el voto de las mujeres podía resolver esos problemas, salvar a la mitad de la humanidad, y con ella a la otra mitad.
La prensa realizó una campaña desfavorable al sufragismo, del que solo reseñaba los escraches y boicots, no los discursos, e incluso las insultaba. Así fueron motejadas como “suffragettes”, un diminutivo despreciativo que para desactivarlo fue tomado con orgullo. Esa campaña se debía a la actitud de los políticos. El Partido Conservador se negó al sufragio femenino, por lo que Pankhurst se acercó al Partido Liberal. Sin embargo, pronto se sintió traicionada por sus dirigentes, y se volvió contra ellos.
“Mi enemigo es el Gobierno, no los hombres”, escribió. Gran parte de su campaña, a la que llamó “la revolución de las mujeres”, se hizo contra el Partido Liberal. Luego lo extendió al Partido Laborista y al Nacionalista, que compartían discriminación hacia las mujeres. “Hechos, no palabras” fue su lema.
La Unión Social y Política de las Mujeres, nacida en 1903 de la mano de Pankhurst, se convirtió en un movimiento social ajeno a los partidos. Su estrategia, tal y como cuenta Emmeline en sus memorias, fue la de conseguir que el sufragismo estuviera en la agenda política. Para ello hicieron una campaña de visualización en los actos electorales de los partidos, y en la Cámara de los Comunes.
Las memorias, como escribe Gloria Fortún en el prólogo del libro del que es también traductora, se interrumpen en 1914 con el inicio de la Gran Guerra. Cinco años después se aprobó el sufragio universal para los hombres mayores de 21 y las mujeres con más de 30 años. Ya estaba hecho. A partir de ahí, Pankhurst se dedicó a alertar de otro peligro para la libertad: el comunismo, e hizo campañas condenando a los bolcheviques. Así, con el Partido Liberal disuelto y el Laborista con ambigüedades al respecto, ingresó en el Partido Conservador y se presentó al Parlamento. No obstante, su hija Silvia fue comunista. Quizá por esto Emmeline es obviada por el feminismo socialista, y no así Silvia.