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Opinión

La persona más divertida

Una cena con ella valía oro. Supo disfrutar de la vida y del arte

Teresa Berganza tras uno de sus exitosos recitales
Teresa Berganza tras uno de sus exitosos recitalesJavier del RealTeatro Real

El legado, impresionante, de Teresa Berganza bien merece que la mezzosoprano se vaya de este mundo con la mejor de las sonrisas. Se marcha como una artista respetada de manera unánime. Esa maravilla de voz, su técnica extraordinaria... Todo lo que pasaba por ella era natural, sencillo y expresivo. Incluso la partitura de Rossini más endiablada, transmitida por Teresa, no tenía el mínimo artificio gratuito. El virtuosismo no era el objetivo, sino el medio.

Enseñó a toda una generación a cantar, sobre todo, a Rossini, pero también a Mozart y, por supuesto, a Carmen. La interpretó por primera vez en Edimburgo y, hasta aquel momento, los teatros tendían a asignarla a voces exageradas. Berganza demostró que la manera adecuada era más filosófica. Estorbaba la voz excesiva y había que darle el punto justo de lirismo. El resultado fue que, hoy, todos los «cast» de Carmen recurren a esas voces líricas, ligeras y menos contundentes. Cambió las maneras.

No sabremos hasta qué punto lo suyo era un don natural, pero sí podemos afirmar que era excepcional. Las canciones populares sonaban a eso, a canciones populares, y no a una cantante de ópera cantando. Su control impecable de la voz para, luego, olvidarse y dejarse ir. Daba la sensación de hacerlo sin esfuerzo, sin artificio, pero la verdad es que había un enorme trabajo detrás.

Y, además de lo genial que fue como artista, era la persona más divertida que se puedan imaginar. Arrolladora. Una cena con ella valía oro. Supo disfrutar de la vida y del arte.