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Los hermanos Dardenne apuestan por una lectura particular de “Hansel y Gretel”

Los directores belgas vuelven al cine social de altura con “Tori y Lokita”, que presentaron ayer en Cannes
GUILLAUME HORCAJUELO / POOLEFE
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Han competido en Cannes en nueve ocasiones, y han ganado en casi todas las categorías, incluidas dos Palmas de Oro, por las excelentes “Rosetta” y “El niño”. Los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne inventaron una manera de aproximarse al cine social, hecha de nucas y dilemas morales, a la que siguen adscritos con testaruda vehemencia y más suavidad en las formas. Después de la decepción de “El joven Ahmed”, en “Tori y Lokita” recuperan músculo. La historia, como de costumbre, es un cuento moral muy, muy sencillo. Esto es lo que ocurre, Europa, cuando condenamos a los inmigrantes sin papeles a sobrevivir explotados por la miseria humana del primer mundo. El mensaje puede resultar de una simpleza sonrojante, pero la manera en que lo lanzan los Dardenne es un ejemplo de narración eléctrica, a la que no le sobra ni le falta un gramo de fibra, y que funciona con una precisión que, desde el primer minuto, presiona el nervio de la empatía.
Es preciosa la forma en que los directores de “El hijo” filman las acciones: todo es movimiento, decisión, acto, gesto. Todo sirve, todo forma parte de una cadena de montaje donde el sentimiento se traduce en un objetivo a cumplir. Aquí, Tori, un niño espabilado y con un intachable código moral, se empeña en ver a su hermana postiza, Lokita, que está encerrada y sola cuidando de una plantación de marihuana, y, aunque el camino es largo y prolijo, logra llegar hasta ella para compartir una pizza juntos, y aprovecharse, de paso, de la venta de las drogas que cultivan los villanos de la función. La relación entre estos dos inmigrantes africanos es conmovedora. Y más lo es cuando, en un insospechado giro narrativo, lo que parecía una salvación se convierte en una condena de por vida. “Tori y Lokita” está pensada y ejecutada como un thriller tenso y sin grises. Como en los cuentos infantiles, los buenos son buenísimos y los malos, terribles. Tal vez los Dardenne la vean como su versión de “Hansel y Gretel”.
No puede decirse lo mismo de “Nostalgia”, en la que el italiano Mario Martone vuelve a partir de un personaje que regresa a Nápoles para reencontrarse con su pasado, como hizo en “L’amore molesto” (1995), la primera vez que compitió en Cannes. El músculo dramático de los Dardenne brilla por su ausencia. En esta ocasión, el personaje que encarna Pierfrancesco Favino (el excelente “El traidor” de Bellocchio), que dejó su barrio natal, el degradado La Sanità, hace cuarenta años, para acabar instalándose en El Cairo como empresario, lo revisita como un Ulises arrepentido.
Tras la muerte de su madre, insiste en quedarse más tiempo, como si las calles de Nápoles -también ciudad natal de Martone, donde ha ambientado casi todas sus películas: la más reciente, “Aquí me río yo”, se estrena en España en próximo mes de junio- lo hubieran hechizado con sus recuerdos de chaval callejero. La razón secreta de su estancia es citarse con su mejor amigo de juventud, que se ha transformado en el temido ‘capo’ del crimen, con el que tiene cuentas que saldar. El problema es que Martone, que se conoce palmo a palmo el color local napolitano, da vueltas y vueltas sobre sí mismo para llegar al meollo de la cuestión, y este doloroso viaje al pasado, que necesitaría una intensidad dramática a la altura de las circunstancias, naufraga en el barro de la rutina.