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Los secretos que guardaba el duque de Cádiz

Pocos conocían su compromiso con Constanza de Habsburgo-Lorena
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Mientras cenaba rodeado de los suyos en su casa madrileña de Pozuelo la Navidad de 1988, la última que iba a celebrar en su infortunada vida, Alfonso de Borbón Dampierre había resuelto proseguir con su particular batalla dinástica pensando en el futuro de su único hijo superviviente, Luis Alfonso, como si presintiese su prematura muerte. Redactado su testamento ológrafo y protocolizado el acta en el que reclamaba el derecho de su único hijo a utilizar el título de duque de Cádiz con tratamiento de Alteza Real, se reservaba dos cartas más en su peculiar baraja dinástica. La primera de ellas era la elaboración de sus descarnadas memorias, para lo que había recurrido a un amigo escritor, Marc Dem, afincado en París. En ellas, el duque de Cádiz se reafirmaba en sus derechos legítimos a las Coronas de Francia y de España en contra del criterio sostenido por la rama instaurada de su primo Juan Carlos. El segundo naipe de ese peligroso juego era su compromiso matrimonial secreto con la archiduquesa Constanza de Habsburgo-Lorena, sobrina del jefe de la Casa Imperial y Real nada menos.
Tan solo unas horas antes, Alfonso había anunciado a su madre su decisión de contraer matrimonio con aquella mujer delicada como una porcelana a la que había enamorado perdidamente. Era evidente que, casándose con ella, reforzaba su estatus principesco y el de su hijo Luis Alfonso ante las casas reales europeas, incluida la española. Nadie podría acusarle, como hicieron injustamente con su padre, de haberse desposado con una persona ajena al círculo de la realeza a raíz del matrimonio morganático urdido por el rey Alfonso XIII para apartar a su inmediato heredero don Jaime de la sucesión.

Sangre real

En definitiva, si Alfonso se casaba con Constanza se solucionaría el problema del tratamiento de la futura consorte del duque de Cádiz, título extensivo originalmente a ésta, pero que el Real Decreto de noviembre de 1987 había restringido solo al titular. Naturalmente, eso regía para cualquier mujer no titulada que se hubiera casado con Alfonso, pero la archiduquesa Constanza, al ser de sangre real, constituía una excepción, arrogándose por derecho propio el tratamiento de Alteza. Constanza y Alfonso se habían conocido dos años atrás, en 1987. Ella tenía entonces treinta, y él había cumplido cincuenta. La archiduquesa Alejandra, hermana de Constanza, desposada con el diplomático chileno Héctor Riesle, presentó ésta al duque de Cádiz durante una recepción en su residencia parisina.
De nuevo el azar y los buenos oficios de otra insigne «celestina» hicieron el resto: la condesa Brenda de Bourbon-Busset, gran amiga de Emanuela Dampierre, pronto reparó en que Constanza, a quien veía con frecuencia en Estrasburgo, era la mujer ideal para el duque de Cádiz. Se daba la curiosa circunstancia de que la condesa colaboraba en la asociación Gallia Nostra, en defensa del patrimonio artístico francés, cuya sede estaba en el Consejo de Europa, donde también trabajaba Constanza. Por si fuera poco, tres años antes, una hija de la condesa, Ana Laura, que había enviudado muy joven con dos hijas pequeñas a su cargo, mantuvo una relación amistosa con el duque de Cádiz. Algunos confiaron incluso en que aquella amistad hubiera podido convertirse en algo más, pero no fue así.
La que sí cuajó fue, en cambio, la relación de Alfonso con Constanza. Al poco de conocerse, la pareja hizo varias escapadas a los Alpes suizos para esquiar, y del roce mutuo surgió el amor, sobre todo en el corazón de Constanza. Ella era atractiva, encantadora, inteligente y discreta. Pero, sobre todo, ofrecía un envidiable pedigrí a los ojos de su novio, de la madre de éste, Emanuela Dampierre, y de cualquier príncipe que buscase emparentarse con la familia imperial austríaca en la persona del archiduque Carlos Luis, padre de Constanza e hijo a su vez de los emperadores Carlos I y Zita.
La madre de Constanza era Yolanda de Ligne, perteneciente a una de las más antiguas y acomodadas familias belgas, poseedora de rango principesco y, por tanto, sobrina del archiduque Otto, jefe de la Casa de Austria. Los hermanos mayores de Constanza eran el archiduque Rodolfo, casado con la baronesa Elena de Villenfagne, y el archiduque Carlos Christian, marido de la princesa María Astrid de Luxemburgo. Nacida en el castillo belga de Beloeil, en octubre de 1957, Constanza estudió Periodismo en el International Press Center de Bruselas mientras trabajaba con su tío Otto en el Parlamento Europeo y colaboraba en el Consejo de Europa. Nadie más que Emanuela Dampierre conocía el secreto.

El susto

Ni siquiera el albacea testamentario del duque, Federico Trénor, tenía la certeza del compromiso formal que la pareja había decidido hacer público en febrero del año siguiente, cuando Alfonso regresase de los actos legitimistas del 21 de enero en Francia y de una posterior estancia en Colorado, Estados Unidos, donde debía asistir a los campeonatos del mundo de esquí alpino en calidad de miembro de la Federación Internacional de Esquí. Pero el 19 de enero, antes de partir hacia el que sería su último destino, Alfonso se llevó un gran sobresalto al leer el titular de la revista «¡Hola!»: «El duque de Cádiz pasó sus vacaciones de fin de año esquiando junto a una joven acompañante». Acto seguido, se vio retratado en un amplio reportaje gráfico junto con… ¡Constanza de Habsburgo! Poco después, cayó en la cuenta de que ni el redactor ni el fotógrafo habían reconocido a la archiduquesa.

La fecha

1988
Redactado su testamento y protocolizado el acta sobre el derecho de Luis Alfonso a titularse duque de Cádiz con tratamiento de Alteza Real, guardaba aún dos cartas más.

Lugar

Madrid
El segundo naipe de la baraja era su compromiso con la archiduquesa Constanza de Habsburgo-Lorena, sobrina del jefe de la Casa Imperial y Real nada menos.

La anécdota

La condesa Brenda de Bourbon-Busset, amiga de Emanuela Dampierre, reparó en que Constanza, a quien veía en Estrasburgo, era la mujer ideal para el duque.

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