Juana de Arco: liderazgo, fe y leyenda en La Guerra de los Cien Años
Fue una campesina convertida por la fe en lideresa militar y en leyenda para los franceses en la fase final de la Guerra de los Cien Años. Para los ingleses, sin embargo, era una hereje que merecía terminar en la hoguera.
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El 30 de mayo de 1431 el cuerpo de Juana de Arco se consumió en una pira efecto de su ejecución pública en la ciudad de Ruan y sus cenizas fueron arrojadas al río Sena para que nadie pudiera rendirles culto posteriormente. Según uno de los testigos, el cráneo de Juana explotó por efecto del calor, lanzando fragmentos sobre el público que se había congregado para presenciar la ejecución. De este modo tan trágico llegó a su fin la que había sido una vida verdaderamente excepcional, la de una joven campesina que, en apenas unos meses, había sido capaz de dar completamente la vuelta al equilibrio de fuerzas en la gran pugna mantenida entre Inglaterra y Francia que es conocida como la Guerra de los Cien Años.
Antes de la irrupción pública de Juana, la dinastía reinante de Francia, los Valois, se hallaba en un estado lamentable. Poco antes, sus fuerzas habían sufrido una calamitosa derrota en la batalla de Agincourt (1415) en la que buena parte de su nobleza había quedado diezmada o capturada. Por su parte, los supervivientes vivían arredrados ante la clara superioridad militar de los ejércitos ingleses, que parecían invencibles. Por añadidura, el mayor feudatario de Francia, el duque de Borgoña, había sido asesinado por el hijo del rey de Francia (el Delfín), un hecho que se explica por las profundas fracturas que dividían a la aristocracia francesa en aquel periodo. Como era de suponer, el hijo y sucesor del duque de Borgoña firmó una alianza con los ingleses que terminó de decantar claramente el equilibrio de fuerzas a favor de éstos.
Monarquía dual
Dicha hegemonía se consagró en el llamado Tratado de Troyes, que suponía prácticamente la disolución del reino de Francia. Sus cláusulas estipulaban que el rey galo conservaría su corona pero que, a su muerte, ésta pasaría no a su hijo sino al rey de Inglaterra, Enrique V.
A consecuencia de este tratado se formaría una monarquía dual anglo-francesa, pero en manos de un rey Plantagenet, es decir, inglés. Tras casi un siglo de lucha, el triunfo de los anglosajones parecía completo. Pero lo cierto es que el Delfín Carlos, hijo del rey de Francia, se negó a reconocer la validez del tratado y mantuvo bajo su autoridad buena parte del centro y sur de Francia, aunque militarmente era muy débil y sus tropas eran derrotadas en casi todos los enfrentamientos y, por lo mismo, el pronóstico de su futuro era poco halagüeño.
Ahora bien, fue en esta situación crítica para la monarquía francesa cuando hizo su aparición inesperadamente una campesina visionaria llamada Juana. Decía ser la emisaria de Dios para la salvación de la dinastía francesa. El delfín decidió ponerla a prueba y la envió a tratar de levantar el asedio que los ingleses habían impuesto a la ciudad de Orleans, que se había alargado ya medio año. El aura de divinidad de la doncella y la consideración de que ciertamente era la transmisora de la voluntad divina enardecieron de tal modo las voluntades de los habitantes de la ciudad que, en apenas una semana, lograron derrotar al ejército inglés que los cercaba y liberar la urbe.
Este suceso consagró a Juana como leyenda y dio tal ímpetu a los ejércitos del delfín que les permitió retomar la iniciativa y reconquistar numerosas ciudades, entre ellas la de Reims, donde el delfín fue coronado como rey de Francia, en clara violación de lo estipulado en el mencionado tratado. A ojos de todo el mundo, Dios bendecía la causa francesa. A partir de este momento, los Valois comenzaron a recobrar terreno y, en poco más de dos décadas, lograrían expulsar completamente a los ingleses del continente, poniendo así punto final y un broche de oro a la prolongadísima guerra. Pero Juana no llegaría a verlo pues, apenas dos años después de su gran éxito en Orleans, en el curso de una refriega con los borgoñones, era capturada y entregada a las autoridades inglesas. Acusada de herejía, fue condenada a la hoguera y, aunque su cuerpo se consumió en ella, de las ascuas de tal pira nacería su leyenda perdurable e inspiradora.
Para saber más:
Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 71, La Guerra de los Cien Años (IV). Juana de Arco
68 pp.
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