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«Los Simpson», talón de Aquiles de la generación de cristal

La familia de Springfield es un espejo en el que nos vemos representados: necesitamos esa especie de reflejo irreverente e irónico en nuestra realidad
«Los Simpson», talón de Aquiles de la generación de cristal
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Nadie puede cancelar a los Simpson. Ante todo, nadie debe, pues el de Springfield es el mundo paralelo –o ficticio– que nos merecemos. En un planeta de cristal en el que convivimos –o, al menos, eso intentamos–, la familia de Homer y Marge es el espejo en el que nos vemos representados: necesitamos esa especie de reflejo irreverente e irónico. La serie creada por Matt Groening está repleta de diálogos políticamente incorrectos, imágenes incómodas, personajes diferentes –y, por ello, tan atractivos–, gestos reivindicativos. Pero no hay crítica ni desencanto que supere al poder de seducción de sus capítulos, pues ya van más de 700 emitidos alrededor del mundo. Parece estar más que demostrado que la familia Simpson es el talón de Aquiles de la cultura de la cancelación. De hecho, ante todo ofendido que ha puesto sobre la mesa una crítica hacia los Simpson, sus creadores le han respondido con una especie de «multiplícate por cero», pero de manera tolerante y pacífica: los capítulos incluyen guiños de todo tipo, sí, pero con el mero objetivo humorístico de hacer ver que es posible un mundo diverso, de opiniones directas y, a su vez, feliz, reiteran.
«Los Simpson» se emitió por primera vez en 1989, y el mundo de la televisión cambió para siempre. Revolucionaron el concepto de su género, pues no por ser dibujos tienen un público limitado. Ahora este patrón lo consolidan «Bojack Horseman» o «Padre de familia», entre otras series, pero podemos tomarnos el gusto de plantear a la familia Simpson como pioneros en este sentido. Se trata de una serie de animación que disfrutamos de pequeños, pero que entendemos una vez somos adultos. Entretiene y divierte, por supuesto, pero su conexión directa con la realidad es tan palpable que es apta para edades más maduras que infantiles. En España, estos muñecos amarillos de cuatro dedos se dieron a conocer en 1990, y desde entonces han protagonizado la sobremesa –también acaparan a veces las noches– de cientos de hogares. Homer, Marge, Lisa, Bart y Maggie han acompañado a miles de personas en su día a día, incluso han sido, de algún modo, partícipes. ¿Cuántas veces habremos oído una referencia cotidiana a algún capítulo de «Los Simpson»? Quizá sea una costumbre que se traslada más al colectivo «millenial», pero quizá en alguna ocasión hayan escuchado la famosa –polémica, pero pegadiza– canción que dice «mocasines saltarines con la piel de los mastines», o incluso hayan hecho un brindis al ritmo de «¡por el alcohol! causa y solución de todos los problemas de la vida».

Reflejo satírico

Por tanto, para algunos más que para otros, la familia Simpson vive en cada uno que se ha acercado a algún capítulo. Son vía de escape, como todo entretenimiento, pero también reflejo y desahogo. Nos invitan a reír sin miedo, a la reflexión incómoda que conlleva decir las verdades sin tapujos. Y es que la serie nació con esa idea, pues se planteó como un retrato satírico de la sociedad norteamericana. Los vecinos de Springfield no son más que un conjunto de estereotipos: desde Luigi, el cocinero italiano que solo sabe hacer pizza y pasta, hasta Ned Flanders, ese cristiano para el cual complacer a Dios va antes que su propio bienestar. Todo ello, sin dejar atrás a la familia protagonista. En el caso de Homer, es un padre de familia que trabaja lo mínimo con tal de traer dinero a casa –aunque parte de lo ganado lo destina a la taberna de Moe–, así como Lisa, la joven predilecta que toca el saxofón, es vegetariana y lucha contra toda injusticia, a veces sin resultado. Por su parte, Bart prefiere vivir la escuela de la calle antes que cumplir cualquier norma, mientras que Marge es una mujer con infinidad de talentos, pero que se dedica al cuidado de la casa y la familia. Todos ellos, con algo en común: más allá de sus capacidades por desarrollar, se trata de una familia que prefiere ser feliz a sentirse provechosa. No olvidemos ese capítulo en el que Homer se desprende del lápiz de cera que de pequeño se introdujo por la nariz, y eso le hizo perder ciertas capacidades. Se vuelve más resolutivo, inteligente, hasta que finalmente y por voluntad propia termina de nuevo con el lápiz en el mismo orificio: ¿por qué renunciar a la felicidad que ya conoce con tal de sentirse provechoso?
Más allá de las cualidades marcadas del señor Burns, Apu, Barney, Milhouse o Martin, otro aspecto que ha hecho a «Los Simpson» una serie eterna es por sus predicciones de futuro. Tal es así que cada vez que surge un acontecimiento mundial –algo a lo que últimamente, por desgracia, acostumbramos–, algunos buscan como locos referencias en algún capítulo emitido de esta ficción. Un misterio que, han comunicado, resolverán en la temporada 34. Hasta entonces, seguiremos viendo unos capítulos que siguen resultando incómodos, irónicos e incluso arriesgados por huir de lo correcto. Es decir, que resultan como la vida misma.

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