Juicios en la música (III)
Sullivan y Gilbert firmaron una histórica ópera: “Trial by jury”, estrenada con éxito en 1875, en Londres
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Hace ya meses publicamos un par de textos sobre los juicios en la ópera, que se completa ahora con la escena quizá más judicial de todas. La ópera más jurídica es «Trial by jury», del compositor inglés Arthur Sullivan (1842-1900) con texto de William Gilbert (1836-1911), que escenifica un proceso en una sala de juicios. Gilbert, hoy muy poco conocido, mantuvo despacho propio como abogado en Londres, pero sin mucho éxito, con pocos clientes e ingresos. De hecho, se cuenta la anécdota, real o falsa, de una clienta que le tiró un zapato al acabar el juicio descontenta con su labor.
Algo parecido, pero bien diferente, a lo que vi hacer a Grace Bumbry en un ensayo en el Liceo cabreada con los tempos del director de orquesta cuyo nombre prefiero omitir. La puntilla se la dio la visión de la ejecución de un condenado a muerte. Gilbert cerró su despacho y se dedicó a la música, empezando a colaborar con Sullivan como libretista en 1868.
La ópera «Trial by jury» («Juicio por jurado»), en un acto, se estrenó exitosamente en marzo de 1875 en el Royalty Theatre de Londres, hasta el punto de superar las 120 representaciones. Gilbert basó el libreto en una parodia que había escrito en 1868. El argumento refleja un juicio de «ruptura de promesa de matrimonio» en el cual el juez y el sistema legal son objetos de la sátira despiadada. Sus protagonistas son el juez, la demandante, el demandado, el abogado de la demandante, el portavoz del jurado y el oficial del juzgado en una comedia de desprecio a los jueces. El propio juez se encarga de contar cómo accedió a la profesión en un relato que la denigra. No ganando suficiente dinero como abogado, decidió casarse con la vieja y fea hija de un colega muy acaudalado. Apoyándose en las influencias de su suegro llegó a ser juez y luego se deshizo de su esposa. Confiesa ser un chapucero en Derecho, pero se considera buen juez.
El demandado ha roto su promesa de matrimonio, engañando a la demandante. Durante el juicio, el juez envía una nota amorosa a la demandante, deslumbrado por su belleza, y acaba casándose con ella como sentencia en contra del demandado, a lo que ella accede gustosa conociendo la acaudalada fortuna del juez.
Las obras traídas a colación en estos tres capítulos son ejemplos de una lista mucho más amplia a la que convendría añadir, aunque solo sea a modo de apunte, las obras de otros géneros que de un modo u otro se ocupan del mismo asunto. Obras que van desde «La Pasión según San Mateo», de Bach, con la condena a Jesucristo a la crucifixión; a la «Sinfonía Fantástica» de Berlioz con el movimiento de la soñada «marcha hacia el suplicio» o ese «Till Eulenspiegel», de Richard Strauss, en donde se sentencia a Till, como purga a sus bromas pesadas, a morir en la horca. Pero Strauss supo poner el punto final con esa pirueta orquestal que nos sugiere que, desde el más allá, Till se sigue riendo de la estupidez humana. Es un consuelo, sobre todo, en nuestros días.