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Teatro

Crítica de Clásica

Voces bien encaminadas

"Norma", en el Teatro Colón de A Coruña
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Director de escena: Emilio López. Director musical: José Miguel Pérez Sierra. Intérpretes: Veronika Dzhioeva, Moisés Marín, Aya Wakizono. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Teatro Colón, La Coruña. 22 -IX-2022.

“Norma”, esa gran ópera romántica del mejor Bellini, necesita tres cantantes de excepción para dar cumplida cuenta de sus bellezas melódicas, sus giros expresivos, sus armonías bien dosificadas, su discurso más bien simple pero eficaz, sus sombras y sus luces. La excepcionalidad raras veces se da, pero hay posibilidades de aproximarse a ella; y eso se intenta con frecuencia, usualmente sin éxito; pero hay aproximaciones muy dignas que pueden acercarse al ideal. La que hemos degustado en esta representación organizada por los Amigos de la Ópera en su nueva etapa, con el tenor Aquiles Machado al frente de la organización, hasta aquí gobernada por César Wonenburger, ha tenido indiscutibles valores vocales y orquestales.

Ha habido cuatro voces importantes. La de Norma ha sido la de la natural de Osetia Veronika Dzhioeva, una soprano que podríamos calificar de “spinto” con rasgos de dramática, de anchurosa y bien asentada emisión, de tinte que podría recordar vagamente al de una Callas. Instrumento bien puesto, bien emitido, bastante extenso, graves sólidos y bastante naturales, no muy abiertos, centro de gran robustez y agudo pleno… hasta el Si bemol. Un Si natural ya le cuesta más y un Do, un riñón. Coloratura discreta, lejos de la perfección. Tiende a cantar en “forte” y son raras las frase líricas bien labradas. Expuso una “Casta diva” muy decorosa, sin arrobarse demasiado.

Adalgisa, parte que creó una soprano lírica, Giulia Grissi y que paulatinamente han ido sirviendo “mezzos” –para diferenciarla de la de Norma, que hoy cantan soprano habitualmente líricas y no dramáticas de agilidad como Giuditta Pasta, que fue quien lo estrenó- estuvo encomendada aquí a la japonesa Aya Wakizono, gentil mezzo aguda, dotada de un agradable vibrato y de un timbre atrayente con interesantes claroscuros y algunas zonas no muy pobladas. Va muy bien arriba y cantó a tono. Aceptable coloratura.

Nos sorprendió gratamente el tenor Moisés Marín, a quien habíamos visto hasta ahora en tenores segundones (Goro, L’Incredibile, Marinero de “El Holandés” wagneriano) e incluso en partiquinos como Don Curzio. Posee una voz de bastantes quilates, la de un lírico de buen cuerpo, de timbre oscuro, buenos graves y centro potente. El agudo, que brilla, tras un par de notas menos lucidas en el pasaje, y se extiende sin problemas hasta el Do 4 y más, es de menor tonelaje, quizá el de un lírico-ligero. Pero posee fulgor. Se inventó en su aria de salida un Mi bemol sobreagudo, que no venía muy a cuento. Pero canta con gusto, frasea, apiana y regula.

Rubén Amoretti dio de nuevo la talla, en este caso en el insulso papel de Oroveso. Su voz tonante, penumbrosa, pétrea, expuso las cuitas del Gran sacerdote sin problemas, con un estupendo “Ah del tebro!” Lis Teuntor y Francisco Pardo se defendieron en los papeles de Clotilde y Flavio.

La batuta, empuñada por José Miguel Pérez Sierra, clarificó atmósferas, respiró con las voces, reguló y manejó juiciosamente el “rubato”, marcando con diligencia los puntos álgidos y cantando con elegancia los más líricos. Cuidó el estilo y fraseó con amplitud. Bien marcado el coro bélico “Guerra! Guerra!” Unificó y enlazó y consiguió una versión rigurosa y expresiva con una orquesta desequilibrada obligada por el angosto foso con tan solo cinco violines primeros, lo que no impidió la buena delineación de las cantilenas y la buena construcción de los números de conjunto, así el mismo “Finale” de la obra. Algunas lentitudes, como la impuesta al maravilloso dúo “Mira, o Norma”, fueron perfectamente plausibles.

Fue modesta y bastante tópica la puesta en escena de Emilio López, hombre conocedor y hábil iluminador. Pocos elementos corpóreos: tres calaveras, unas escalinatas y casi nada más. Movió bien al personal, aunque nos pareció que la figuración pecó de cierto estatismo. Demasiado orden, incluso en momentos de tensión abierta. La acción transcurrió sin incidentes apoyada de vez en cuando en estratégicas proyecciones alusivas de paisajes umbríos y en algún caso simbólicas. El juvenil Coro Gaos, dirigido por Fernando Briones, cantó con fuerza y brío, no siempre del todo conjuntado y empastado. Y la Orquesta Sinfónica de Galicia mostró sus credenciales. Magnífico solo de chelo al comienzo del segundo acto.