Las pirámides podrían desaparecer en 100 años
El arqueólogo egipcio Zahi Hawass alerta en la cumbre sobre el cambio climático que se celebra en Egipto que las antigüedades y el patrimonio histórico y artístico desaparecerá en ese tiempo debido a la destrucción que acarreará el calentamiento global
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Ayer comenzó, en la localidad egipcia de Sharm el-Sheikh, la COP27 -Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático-. Es la primera vez que esta importante reunión mundial se celebra en un territorio salpicado por tantos sitios arqueológicos de la dimensión patrimonial de las pirámides de Giza o el Valle de los Reyes. Y, coincidiendo con la COP27, era inevitable que los posibles efectos destructivos que el cambio climático pudiera tener sobre la conservación del patrimonio saliera a relucir. En lo concerniente a esto, el que fuera ministro de antigüedades egipcio, Zahi Hawass, se ha mostrado muy contundente y negativo acerca del futuro del patrimonio artístico egipcio: «En mi opinión, en 100 años, todas esas antigüedades habrán desaparecido como consecuencia del cambio climático».
Como es evidente, tales palabras no solo han hecho sonar todas las alarmas de arqueólogos y conservadores, sino que, por añadidura, han llevado a focalizar el debate en el papel que la cultura y los museos están jugando en la lucha contra el cambio climático. La conclusión a la que han llegado diferentes expertos internacionales es que, a día de hoy, la cuestión del cambio climático sigue siendo tabú para la mayoría de los museos del mundo, lo cual se traduce en una incomprensible inacción.
El silencio de los museos sobre el cambio climático está arruinando la capacidad concienciadora que posee la cultura. Quizás, el hecho de que algunos de los principales financiadores de las instituciones museísticas sean multinacionales petroleras limita o modera la respuesta del mundo del arte ante el principal problema al que se enfrenta la humanidad. Y esto conduce a una situación tan urgente como dramática: en el caso de no ponerse remedio al recrudecimiento del clima, una de las primeras realidades por él afectadas será la conformada por todo el patrimonio artístico que se encuentra al aire libre y que, por ende, en su fragilidad, es más susceptible de ser dañado por la subida de las temperaturas y el crecimiento del nivel del mar.
Paradójicamente, este silencio de los museos ha sido aprovechado por los eco-activistas para invadir sus instalaciones y vandalizar algunas de las emblemáticas obras que se exhiben en ellos. Con el episodio del Museo del Prado todavía en mente, parece evidente si las salas de las instituciones museísticas no son aprovechadas para programar estrategias de concienciación sobre el cambio climático, agentes externos invadirán estas y actuarán de una manera indebida y perjudicial para el propio arte. La propagación de acciones de protesta en los museos de todo el mundo durante los últimos meses demuestra que el arte y el patrimonio constituyen la mejor caja de resonancia para transmitir mensajes. La cuestión ahora es que sea el propio mundo del arte el que exprima su potencial para articular una estrategia de acción contra el cambio climático a partir de sus propios criterios e intereses, en lugar de que, a resultas de su silencio, sean unos activistas desnortados los que se aprovechen violentamente de sus medios. Es ahora o nunca. El arte y la cultura deben reaccionar.