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Lázaro, o la idiosincrasia del pícaro

El tópico de la astucia y la pillería cambió para siempre la historia de la literatura y tuvo réplicas en «Rinconete y Cortadillo», «Guzmán de Alfarache» o incluso en «El Buscón» de Quevedo
Museo de El Prado
La Razón

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La novela moderna surge de una relectura de los viejos modelos novelescos de la antigüedad, desde las historias griegas de amantes peregrinos hasta las aventuras de los pícaros romanos de Petronio o las desventuras de Lucio pasando por diversos amos en la famosa novela de Apuleyo. La idea es sencilla: una combinación de viajes, amoríos, cuentos humorísticos, fantásticos, eróticos o simplemente de tradición popular, todo ello con carácter episódico en el marco de una narración que lo cohesiona. Una itinerancia que toma diversas excusas, la vida de una persona, una carta, un manuscrito encontrado, el relato de una anciana, una leyenda de segunda o tercera mano, etc. Todo esto, heredado de la tradición clásica y contaminado gozosamente por la tradición popular de los cuentos y fábulas que han recorrido Eurasia durante milenios, viene a desembocar en el alba de la novela moderna que se produce en el siglo de oro español.
Sin temor a exagerar, los grandes arquetipos hispánicos, que cobran dimensiones míticas en nuestra novela áurea, universalizan la más estupenda simbiosis entre lo culto y lo popular de todos los tiempos, entre antigüedad y medievo, con otros ingredientes, orientales y universales, que dan el fruto de un humanismo reposado. Ahí está, sin ir más lejos, la obra de Cervantes pero también, años antes, el «Lazarillo de Tormes», que consagra un arquetipo literario indisolublemente relacionado con la mitología hispánica, el pícaro.
Con el «Lazarillo», la inolvidable novela autobiográfica anónima publicada en 1554, se da carta de naturaleza al subgénero de la picaresca y se cambia para siempre la historia de la literatura. Seguirán otros títulos legendarios de la caterva de pícaros del acervo hispánico: «Rinconete y Cortadillo», y «Guzmán de Alfarache», «El Buscón» de Quevedo y, en seguida, réplicas incesantes en toda la literatura europea hasta la actualidad. Y es que pocos caracteres son más puramente nuestros que el pícaro, según noción extendida no solo en nuestro país, especialmente en el sur, sino en toda Europa, que recibió muy pronto la novela española del Siglo de Oro con asombro y fruición. Incluso para la leyenda negra ha sido un arquetipo bastante productivo el del pícaro ladrón, taimado, embaucador y marrullero que recorría las pobres aldeas y las calles de los bajos fondos en una especie de viaje de iniciación paródica.
Pero el pícaro es más: le deben mucho los antihéroes de toda la literatura europea, desde la «Bildungsroman» hasta el realismo decimonónico. El «Lazarillo» supone una mediación asombrosa entre pasado y futuro, pues es pionero y a la vez recoge toda la raigambre clásica de la novela latina. Pienso en la gran revolución de «El Satiricón» de Petronio, con su viaje no solo geográfico sino también moral a los bajos fondos, a los nuevos ricos, a la depravación y la ambición desmedida en Roma. Pienso también en el curioso humor tras el apaleado «Asno de oro» de Apuleyo, que va cambiando de amo de mal en peor. Esa gran narrativa la amplifican alegremente sus epígonos, nuestros pícaros, especialmente Lázaro y sus inolvidables aventuras con el cruel ciego al que ha de guiar y que le acaba por descalabrar.
Como toda innovación, tiene añejas raíces que aúnan literatura y mitología: del lado literario, además de las novelas clásicas y sus fábulas milesias, el pícaro está emparentado con los maqamat árabes, los goliardos del Medievo -y su epítome hispánico en el Arcipreste–, el folclore y la épica paródica de «Reynard el zorro» o «Till Eulenspiegel». Pero hay que pensar en su cercanía con los «tricksters» o marrulleros de todas las mitologías, héroes embaucadores que usan la astucia, la mentira, y van pasando por una serie de encuentros en sus muchos viajes.
Así es nuestro «Lazarillo», una novela de formación «avant la lettre» con una estructura simple en apariencia, pero que esconde esa complicada serie de artificios literarios y relaciones con el mito. Se supone que es una carta destinada a un superior donde se cuenta el «caso Lázaro», que ya es conocido y que debe contar el propio protagonista (¿quizá por una cuestión judicial, moral o religiosa?). Luego empieza la gran aventura. Desde la perspectiva formal, pues, la novela pionera de la picaresca presenta de forma autobiográfica la vida de un antihéroe que cuenta sus peripecias y cambios de fortuna con un descarnado realismo, crítica social y de costumbres, en una narrativa iniciática o itinerante al servicio de varios amos y un trasfondo moral. La calidad y la originalidad del libro marcan una época y crean, con todo derecho, un arquetipo indisociable de nuestra mitología.

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