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Las armas invisibles que amenazan al mundo

El empleo de agentes biológicos en la guerra se remonta a unos 3.500 años de historia
Indumentaria protectora frente a virus como el ébola o el de Marburgo
LIONEL CIRONNEAUAP
La Razón

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Mucho se habla hoy del llamado «reloj del Apocalipsis» desde la invasión rusa de Ucrania. El cronómetro de Chicago, ideado por varios Premios Nobel, como el físico Einstein, en 1947 para determinar lo más cerca o lejos que está la humanidad del terrible Armagedón, fijado de modo simbólico en la medianoche en ese reloj, no solo tiene en cuenta el riesgo de una guerra nuclear, sino también biológica. No en vano, el empleo de agentes biológicos en la guerra se remonta a unos tres mil quinientos años de historia. El ejército hitita recurrió entonces a la tularemia, una bacteria transmitida por vía aérea que provoca neumonía grave y una infección sistémica, como arma mortífera mediante la introducción de ovejas infectadas en los campamentos enemigos. Mencionado en el Antiguo Testamento como «hittim», el pueblo hitita era originario de Asia Menor y habitó la tierra de Hatti, en la meseta central de Anatolia (Turquía hoy), y algunas zonas del norte de Siria.
En el siglo XIII, los tártaros se sirvieron de cuerpos infectados con la peste para reducir a sus enemigos. Tres siglos después, Jeffrey Amhurst, mariscal de campo del Ejército británico, provocó una epidemia entre los indios americanos hostiles, distribuyéndoles mantas con viruela. Y en la guerra de Paraguay, en 1867, los soldados arrojaron cadáveres infectados por el cólera a los pozos de agua para contagiar a sus enemigos.
Durante la Primera Guerra Mundial, los alemanes utilizaron ántrax y muermo para infectar a los caballos y mulas del Ejército de EE UU y a sus aliados. El muermo es una infección típica de los equinos (caballos, asnos y mulas), aunque también afecta a ovejas, cabras, perros y gatos. Ocasionalmente, se contagia a los humanos. En 1931, Japón recurrió a las armas químicas en su invasión de Manchuria, donde realizó al mismo tiempo ensayos de guerra bacteriológica. Los japoneses infectaron entonces a prisioneros de guerra chinos con toxinas botulínicas C, causantes de la infección mortal del botulismo.
En la Segunda Guerra Mundial, los japoneses arrojaron bombas de cristal sobre China con pulgas infectadas con la peste bubónica para expandir la enfermedad. Sucedió en agosto de 1942, cuando un avión nipón asomó desde el oeste en el cielo de Congshan y planeó a baja altura sobre los arrozales que rodeaban el montón de tejados apiñados en ese lugar de la provincia de Zhejiang. El avión expidió una especie de humo y en dos semanas las ratas empezaron a morir en masa. La fiebre se extendió entre la población. En dos meses murieron casi 400 de los 1.200 vecinos de aquella población.
BIOTERRORISMO
El término «bioterrorismo» formó parte muy pronto del lenguaje cotidiano tras los atentados del 11-S. En pleno siglo XXI, los ataques con carbunco (anthrax) en EE UU conmocionaron al mundo entero y demostraron la facilidad de esparcir este agente patógeno mediante el correo postal. El Gobierno estadounidense valoró como probable la amenaza de la reintroducción de la viruela, razón por la cual anunció el 13 de diciembre de 2002 una campaña obligatoria de vacunación para la población expuesta y voluntaria para la población general. Advirtamos que el armamento biológico resulta más económico y fácil de transportar que el convencional. El método más utilizado para diseminar un agente biológico es mediante mecanismos de aspersión fijos o en movimiento, de aviones o automóviles a barcos o misiles de crucero. Un avión con cien kilos de esporas de ántrax y equipado con un aspersor puede liberar una dosis letal para tres millones de personas.
También durante la Segunda Guerra Mundial, EE UU desarrolló armas biológicas, como el ántrax, del cual producía una tonelada de esporas cada año, hasta que en 1969 el presidente Nixon detuvo el programa de creación de armas biológicas. La Unión Soviética desarrolló igualmente programas biológicos hasta 1980, aun cuando en 1975 ya había firmado un convenio con varios países para interrumpirlos. Además de la URSS y EE UU, otros países como Reino Unido, Canadá, Libia, Sudán, Argelia, Siria, China y Corea del Norte promueven programas de investigación y producción de armas biológicas con fines defensivos y ofensivos. En 1960 se detectaron en Japón casos de fiebres tifoideas y disentería como consecuencia de un envenenamiento intencionado. Y en 1985, la secta liderada por Bhagwan Shree Rajneesh provocó gastroenteritis en más de 700 personas mediante la contaminación de raciones de ensalada en el Estado de Oregón. Y científicos soviéticos trabajaron con gran variedad de virus durante la Guerra Fría ante un eventual empleo militar de enfermedades de origen natural, como la viruela y el ébola.

Armas prohibidas

Surgió también el bioterrorismo, pese a que la Organización Mundial de la Salud tratase de impedir la proliferación de estas armas prohibidas. La biología sintética en manos de grupos terroristas hizo resurgir así el peligro cierto de pandemias como la de viruela. Tras los avances en bacteriología, se investigaron armas biológicas en las instalaciones de Fort Detrick, del Comando Médico del Ejército de EE UU, localizada en Frederick, Maryland. Fort Detrick había sido el centro del programa de armas biológicas de aquel país desde 1943. También se realizaron estudios en Biopreparat, la mayor agencia de guerra biológica de la Unión Soviética fundada en la década de 1970. Era una vasta red de laboratorios secretos, cada uno centrado en un agente patógeno diferente. La URSS llegó a tener capacidad para fabricar la «variante U» del Marburgo, denominado el «virus gemelo del ébola».

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