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Los 400 golpes de Auschwitz

El ganador del Oscar Barry Levinson rescata la dignidad de las historias anónimas a través de la apasionante figura del boxeador Harry Haft en "El superviviente de Auschwitz"
Ben Foster es el encargado de dar vida a este boxeador que luchó contra sus compañeros en los campos de concentración para sobrevivir
Ben Foster es el encargado de dar vida a este boxeador que luchó contra sus compañeros en los campos de concentración para sobrevivirImdb
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Somos capaces de imaginar sus caras, sus gestos, sus voces, sin necesidad de verlas ni escucharlas cuando Primo Levi aseguraba aquello de que los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos, porque lo verdaderamente aterrador eran y siguen siendo «los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir». Somos capaces, digo, de imaginarlas sin verlas, de adivinar la identidad de las personas referidas por el escritor italiano, superviviente del Holocausto y resistente antifascista, porque las hemos visto centenares de veces en el cine.
Las caras del mal, los rostros de la barbarie, la geometría amenazante del rasgo ario ejecutor de lo incivilizado, el aspecto paradójicamente impoluto de los perpetradores del exterminio. Pero también el cine ha sabido poner cara a las historias pequeñas, humanas y dolorosísimas que conformaron el reverso de la Historia padeciendo las consecuencias del delirio y la de Harry Haft tenía el suficiente trasfondo narrativo de sensibilidad épica como para que el director Barry Levinson reparara en ella a la hora de situar su nuevo trabajo, «El último superviviente de Auschtwitz», protagonizado por Ben Foster.
Un fotograma de "El superviviente de Auschwitz"
Un fotograma de "El superviviente de Auschwitz"Imdb
Este boxeador polaco nacido en Bełchatów se anticipó prematuramente al horror quedándose huérfano de padre con tan solo tres años y presenciando con apenas catorce la invasión y posterior ocupación alemana de su país. Maltratado, capturado y dotado de un físico extraordinariamente apto para el combate, luchó cuerpo a cuerpo contra sus compañeros en los campos de concentración para poder sobrevivir y arrastró un huracán salvaje de recuerdos ahogados por la densidad de la culpa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, intentó utilizar peleas de alto nivel contra leyendas del boxeo como Rocky Marciano para intentar reencontrarse con su primer amor y es ahí, en el nacimiento embrutecido de la belleza en mitad del abismo, en la recuperación conmovedora de la memoria, donde Levinson se pliega. El borrador del guion que cautivó a este consolidado director autor de la celebrada «Rain Man», con la que consiguió cuatro Oscar en el 88 –entre ellos el de mejor director y el de mejor actor para la notable interpretación de Dustin Hoffman– fue escrito por Justine Juel Gillmer, contratada a su vez por el productor Scott Pardo para trabajar en un guion basado en el libro escrito por el hijo de Harry, Alan Scott Haft. Esta concatenación de datos resulta de vital importancia para entender la magnitud de la implicación del cineasta ya que Alan fue testigo y también víctima de las luchas emocionales de su padre al intentar superar su pasado y adaptarse a la vida americana después de lo vivido.
«Muchos de los que salieron de esos campos siguieron siendo víctimas durante el resto de sus vidas, sufriendo lo que hoy conocemos como trastorno de estrés postraumático. No fue fácil librarse del horror. La pregunta que plantea esta película es: ¿Cuál es el coste para el superviviente?», se interrogaba Levinson en una entrevista. La respuesta en este caso adquiere dos tonalidades distintas. La impronta estética de estilo foto periodístico en blanco y negro de los años 40 en los campamentos, con multitud de imágenes tomadas con la espontaneidad de la mano, como si el espectador presenciara las escenas casi por casualidad, envuelve los recuerdos irregulares y ásperos del boxeador mientras que en el momento en el que la historia se traslada a Nueva York, en 1949, aparece más color en los encuadres para en conjunto modelar los mimbres de un biopic apegado a la ortodoxia del Hollywood clásico. Porque es ahí cuando la vida empezaba a brotar a pellizcos, incluso y pese a que todavía costara.