América

Berlín

A Claudia Llosa le sobran lágrimas

Melanie Laurent, Claudia Llosa y Jennifer Connelly, en la Berlinale
Melanie Laurent, Claudia Llosa y Jennifer Connelly, en la Berlinalelarazon

Claudia Llosa tiene dos o tres cosas que agradecerle a la Berlinale. Aquí fue donde « La teta asustada » empezó su exitosa carrera internacional, coronada con una flamante nominación al Oscar a la mejor película extranjera. Aquí ganó el Oso de Oro con un jurado presidido por Tilda Swinton. Aquí fue donde lideró un boom del cine latinoamericano que la Berlinale sigue apoyando año tras año. Sin la Berlinale, « Aloft » (en España, « No llores, vuela ») no existiría. Ayer, en rueda de prensa, los actores protagonistas de la película, desde Jennifer Connelly hasta Cillian Murphy, pasando por Mélanie Laurent y William Shimell, confesaban que su amor por Llosa empezó con «La teta asustada», de la que, en cierto modo, su nuevo filme puede considerarse una prolongación más ambiciosa. Teniendo en cuenta que la película cuenta con un ochenta por ciento de financiación española pero está hablada en inglés, está claro que el futuro del cine patrio de corte comercial pasa por la coproducción.

«Creo que vivimos en tiempos de escepticismo y descreimiento», declaró Llosa. «No sabemos en qué confiar. Hay que canalizar las emociones para entender lo que nos pasa y capear las cosas de la vida. En este contexto hasta el acto del perdón es un milagro».

Más grande que la vida

Con esta declaración de intenciones la cineasta peruana explica la esencia de una cinta que, con aliento trágico abierto a la esperanza, mezcla dos tiempos narrativos en los que se manifiestan, en toda su amplitud «bigger than life», el abandono, la enfermedad, la fe, la comunión con la Naturaleza, el arte y los poderes sanadores. Llosa adapta su interés por lo antropológico desde una arriesgada sublimación de lo espiritual y lo atávico: «El arte es solo un canal, un cable de electricidad para vehicular emociones». El filme, rodado en Canadá en condiciones de frío polar, ofrece un paisaje desolado que funciona como un perfecto folio en blanco donde los personajes luchan por reescribir su destino.

El problema de «No llores, vuela» es que sus personajes siempre están al borde de una intensidad rayana al paroxismo y que, cuando sufren los accidentes que rasgan las vestiduras del relato, el espectador está demasiado acostumbrado a estar al límite, y ya se los espera. Hay algo muy complejo en la historia de esta madre áspera (Connelly), que descubre sus poderes curativos a la vez que sus dificultades para querer a sus hijos por igual. Uno de ellos está enfermo, y el que está sano (Murphy, de adulto) crece con un resentimiento que es un cáncer en sí mismo. Los actores están magníficos y la película está rodada con elegancia, aunque no sabe medir sus fuerzas. Es un canto a la reconciliación, pero las voces suenan demasiado alto.

Celina Murga estrenó su tercer largo, «La tercera orilla», en competición con la garantía que da el sello «Martin Scorsese presenta». La cineasta argentina pasó su beca Rolex en el rodaje y montaje de «Shutter Island», y ahí nació una relación con el director norteamericano, que la ayudó a construir el vínculo padre-hijo sobre el que gravita su apreciable película. Murga ha trabajado a conciencia el punto de vista narrativo. Sus ojos son los de un adolescente que tiene que entender qué lugar ocupa una figura paterna (excelente, y despreciable, Daniel Veronese) completamente disfuncional. El padre es bígamo, mantiene a dos familias, la oficial y la oficiosa, sin que nadie se escandalice por ello, y menos él, que quiere que su hijo mayor perpetúe su modelo de vida. Acaso la fuerza de la historia quede algo descafeinada por una puesta en escena átona e impersonal, pero el conjunto funciona porque resulta fácil empatizar con el desconcierto de alguien que sabe que debe emprender su propio camino. El protagonista de «La tercera orilla» hace suyo el lema de «Sí, se puede» que el sindicalista César Chávez, héroe del «biopic» concienciado que Diego Luna presentó ayer fuera de concurso, blandió como arma arrojadiza para legalizar a los braceros inmigrantes en América en los sesenta. Ese obamesco grito de ánimo unió ayer en feliz solidaridad a los cineastas latinoamericanos en la Berlinale.