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Obituario

Adiós a Richard Serra, el último gran clásico contemporáneo

El célebre escultor Richard Serra ha fallecido a los 85 años dejando atrás un legado difícil de igualar

Richard Serra, el último gran clásico del arte contemporáneo, ha fallecido a los 85 años en su casa Long Island a consecuencia de una neumonía. Icono indiscutible del arte norteamericano, sus esculturas se han convertido en elementos fundamentales del paisaje cultural de la segunda mitad del siglo XX. Sus monumentales piezas en acero corten surgen de la confluencia de las dos corrientes hegemónicas durante la tardomodernidad: de un lado, la abstracción norteamericana; y de otro, el minimalismo. De las esculturas de Serra se puede decir que no representan la realidad, sino que la crea.

Sirva como conocido ejemplo la monumental “La materia del tiempo”, que, desde 2005, se exhibe permanente en el Museo Guggenheim de Bilbao, y que cualquier aficionado al arte español ha recorrido alguna vez. Se trata de ocho gigantescas espirales y elipses que se entrelazan, generando un fascinante laberinto. Dentro de esta escultura habitable, el espectador siente cómo las coordenadas espacio-temporales que rigen su vida se transforman drásticamente: el silencio se convierte -nada más adentrarse en ella- en una materia plástica que se adhiere a la piel y adquiere una gravedad nunca antes sentida. Caminar entre estas láminas de acero procura una dimensión del tiempo y del espacio completamente diferente a la habitual: la lógica euclidiana declina y la certidumbre de los referentes se torna en interrogante, en abismo. Caminar en su interior adquiere la forma de un viaje a ninguna parte del que, sin embargo, el espectador acaba enriquecido, con un plus experiencial inesperado.

El tiempo según Richard Serra

Las esculturas de acero de Richard Serra son auténticas arquitecturas que acogen el cuerpo y lo interrogan. En ellas, el transcurrir del tiempo las convierte en organismos vivos que evolucionan y arrancan al espectador de cualquier tentación de pasividad. Cuando tales obras se sitúan es exteriores, Serra acelera el proceso de oxidación hasta convertir la dureza del material en algo fluido y por siempre inacabado. Las esculturas arquitectónicas de Serra proporcionan, igualmente, una experiencia del tiempo diferente a la objetividad del “kronos”: es el “Kairós”, el potencial subjetivo del tiempo, el que se despliega dentro de estas islas de paz, pero también de zozobra.

Por su capacidad para intervenir en el paisaje, las obras de Serra constituyen algunos de los grandes hitos del “land art”. Su aparente sencillez y la repetición de módulos no las priva, sin embargo, de una enorme capacidad para transformar cuanto se encuentra alrededor. Para ellas, la realidad se convierte en una materia dúctil que es modelada en un grado que pocos trabajos de su misma especie han logrado. Pocos autores, después de él, han tenido esa capacidad para construir espacios tan semantizados y atravesados por una energía tan apabullante. Con Serra, el tiempo no conoce un a priori y el silencio adquiere una voz potente e inconfundible. Su fallecimiento supone el final de uno de los grandes episodios del arte contemporáneo y el crepúsculo de ese arte que, en su grandeza y monumentalidad, competía con el de los grandes clásicos del pasado.