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Agentes dobles como nosotros

Algunos de ellos representaron la cara más dorada y cinematográfica del espionaje: fama, éxito y dinero. Sin embargo, muchos acabaron sus días expatriados, solos o víctimas de su propio pasado. Garbo y Philby son, quizá, los ejemplos más relevantes de espías que trabajaron durante la Segunda Guerra Mundial. El estreno de «Aliados» devuelve a la actualidad el arriesgado papel que jugaron
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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • David Solar

    David Solar

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Algunos de ellos representaron la cara más dorada y cinematográfica del espionaje: fama, éxito y dinero. Sin embargo, muchos acabaron sus días expatriados, solos o víctimas de su propio pasado.
El 29 de julio de 1944 Hitler concedió la Cruz de Hierro al español Juan Pujol, caso excepcional por tratarse de una condecoración militar otorgada a un civil. Y, aún más extraordinario, porque el mérito del espía era haber engañado a Berlín respecto al desembarco de Normandía, obligándole a entretener grandes fuerzas en la zona de Calais a la espera del «ataque principal», que sería dirigido por el general George Patton. Pujol le hizo tragar a Hitler que el desembarco de Normandía era una maniobra de diversión para que desviara hacia las playas normandas todas sus fuerzas, desprotegiendo Calais (el puerto más próximo a la costa británica), donde desembarcaría una potente agrupación Aliada compuesta por el 14º Ejército USA, el II Cuerpo británico y otros efectivos. Y fue, también, fantástico para Pujol que Londres le reconociera sus servicios condecorándole con la MBE (Member of the Order of the British Empire) y que, al final de la contienda, le entregara una gratificación de 15.000 libras (más de medio millón de euros, hoy), lo que, unido a lo ya antes percibido de la Abwehr (servicio secreto militar alemán) y del MI5 británico le permitieron desaparecer en Venezuela, donde el Servicio Secreto británico, le localizó en 1984, para rendirle nuevos honores, no en vano había urdido «uno de los engaños más increíbles de la historia».

Honores, dinero e ideas

En el fantástico agente doble Juan Pujol se observa la cara más dorada del espionaje: éxito, dinero, fama, triunfo de sus ideas y una larga vida para disfrutar lo conseguido y escribir sus memorias («Garbo, el espía del siglo», Planeta, 1985). Pero no todos los espías tuvieron ese final: dos de los más eficaces de la II Guerra Mundial, como Richard Sorge o Paul Thümmel (A-54), pagaron su éxito con la vida; otro, quizá el más grande de todos ellos, Kim Philby, tuvo que expatriarse a la URSS, donde vivió sus últimos 25 años en buena posición económica, pero alcoholizado, sumido en una honda inestabilidad emocional y añorando Inglaterra por más que manifestara «mi verdadera patria ha sido siempre la URSS».
Y si el final de los espías fue muy diverso –trágico en su mayoría–, también lo fueron los motivos que los empujaron a tan azarosa actividad: dinero, la situación de su país, ideología (los más: Pujol, Philby, Sorge o Thümmel), sin desdeñar dinero, aventura y honores. Y, entre los agentes dobles, fue frecuente la duplicidad para salvar la vida (Eddie Chapman o Mathilde Carré, respectivamente, alias ZigZag y La Gata). Entre los citados, en la Segunda Guerra Mundial sólo fueron agentes dobles estos últimos y, sobre todo, Pujol y Philby, los más relevantes. Sorge, alemán y afiliado al partido nazi, fue comunista desde su juventud y sólo espió para Moscú; Thümmel, coronel de la Abwehr –y oficialmente nazi– como espía sólo trabajó para el servicio secreto checoslovaco –y, de rebote, para el británico y el soviético– por odio al nazismo.
Harold –Kim- Philby, (Ambala, India,1912 – Moscú, 1988) fue hijo de John Philby, militar, diplomático y orientalista. Mientras su padre asesoraba al rey Ibn Saud, de Arabia, Kim estudio Historia y Economía en el Trinity College de Cambridge, donde se afilió al reciente partido Comunista junto con sus aristocráticos y esnobs amigos Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross, que compondrían el «Quinteto de Cambridge», grupo que terminaría trabajando para la Unión Soviética a la que, en los años 50, proporcionaron alguno de los secretos atómicos norteamericanos.
Aquí nos limitaremos al espionaje en la Segunda Guerra Mundial en la que Philby rindió grandes servicios a la URSS, afiliándose al Departamento Central de Inteligencia, GRU, servicio de información militar soviético, en 1933, que le curtió en misiones de la Internacional por Francia y Austria, enviándole, en febrero de 1937, a la zona franquista de la guerra civil española, con la cobertura de periodista simpatizante nazi.
Sus andanzas por el frente estuvieron a punto de costarle la vida: en Teruel, un cañonazo alcanzó el coche en el que viajaba con otros tres periodistas británicos que resultaron muertos, mientras él sufrió heridas leves; eso le proporcionó cierta celebridad en la prensa británica y la Cruz del Mérito Militar concedida por Franco. Su trabajo para The Times fue tan positivo como irrelevante su espionaje, pero eso no impacientó al NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) del que había pasado a depender, que le consideró una inversión de futuro.Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Kim trabajó como corresponsal de guerra en Francia, de donde regresó a Londres tras la derrota. Allí, bajo consignas soviéticas y gracias a la recomendación de sus amigos, logró ingresar en el MI6, sección internacional del Intelligence Service, donde se prestigió desenmascarando agentes nazis y contribuyendo a sacar de Francia a personajes interesantes para el Reino Unido.
Las buenas relaciones entre Londres y Moscú no exigieron a Philby actividad muy comprometida, pero las cosas cambiaron al final de la guerra: desconfiando de su aliado el MI6 organizó un servicio especial dirigido a la URSS y él logró su dirección. Poco tiempo después, la NKVD y el GRU desmantelaron la red de agentes británicos en la URSS y en los países ocupados de Europa central. La zorra estaba dentro del gallinero. Aquella epidemia despertó sospechas. Philby fue investigado y tuvo que declarar, pero salió tan airoso que fue designado enlace entre el MI6 y la recién creada CIA, lo cual le condujo a Washington, donde desarrollaría sus grandes cualidades como espía, pero esa es otra historia.
Mientras Philby escalaba en su gran carrera como espía, Juan Pujol (Barcelona, 1914-Caracas, 1988) le ponía fin. Hijo de un industrial, estudiaba Letras en la Universidad de Barcelona cuando estalló la Guerra Civil y fue movilizado por la República. Su experiencia en aquel ejército dominado por anarquistas y comunistas fue tan negativa que resolvió cambiar de bando durante la batalla del Ebro. Pero lo que encontró al otro lado tampoco le satisfizo: dictadura con influencias eclesiásticas, nazis y fascistas, todo muy lejos de la sociedad liberal y democrática que soñaba.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y el arrollador avance alemán aumentaron su pesimismo: Hitler dominaba Europa y, aún peor, cabía que España interviniera directamente en el conflicto. Tenía que hacer algo y se le ocurrió trabajar como agente para el Reino Unido. Pero ¿Cómo empezar? Ofreció repetidamente sus servicios a la embajada británica en Madrid, que le rechazó suponiéndole un lunático o un provocador. Cambió de estrategia: en la embajada alemana se ofreció a la Abwehr, que, tras haber estudiado su perfil, le halló idóneo para trabajar como espía: era emprendedor, valiente y filo nazi, no en vano se había jugado la vida para pasarse al bando franquista. Necesitaban a alguien en Gran Bretaña y le contrataron, con el nombre clave de Arabel. Debía establecerse en Lisboa, acreditarse como periodista y acceder a Gran Bretaña. En Portugal recibió un curso de técnicas y claves e información de los apoyos que hallaría en Inglaterra. Con este bagaje volvió inútilmente a ofrecer sus servicios a los británicos en Lisboa. No se desanimó y se puso a trabajar con la Abwehr, para disponer de algo más consistente.Los informes de Arabel desde Londres –realmente, desde Lisboa– elaborados a base de prensa, radio, noticiarios y bibliotecas, eran tan precisos que en la Abwehr estaban felices, mientras el MI5 comenzó a preguntarse en Londres quién era ese agente tan bien informado. Finalmente, tras ocho meses de observación, los británicos le aceptaron: desde julio de 1941 a marzo de 1942 había enviado 38 informes a los alemanes y estos le habían remitido 15 peticiones de información. En abril se lo llevaron a Inglaterra. Había nacido Garbo.

El gran engaño

Ya no tendría que quemarse las pestañas buscando información de prensa: combinando su fantasía con un equipo del MI5, con Tomás Harris al frente, inventó una red de agentes que le aportaba una catarata de información no relevante junto con algunas perlas que la hacían creíble. Berlín estaba encantado con Arabel, que ante el desembarco de Normandía, informó con unas horas de tiempo a la Abwehr en Madrid, cuya torpeza hizo que la información llegara a Berlín cuando el desembarco había comenzado.
Eso aumentó el prestigio de Arabel, que rápidamente advirtió el interés alemán en un segundo ataque insinuado por él, de modo que les cebó con la fantasía del ejército de Patton, cuyo objetivo sería Calais. Cuando éste no se produjo le fue fácil enmascarar su engaño: como Hitler no habían desguarnecido Calais, Patton se unió al prometedor avance en Normandía.Si esa fantasía –Hitler estaba convencido- privó a Rommel, de los tanques que hubieran puesto en apuros a los Aliados, Churchill aún le agradecería más a Garbo el paraguas que atenuó la lluvia de las V1 sobre Londres.

El paraguas de Garbo

El 14 de junio de 1944 cayó cerca de Londres un cohete con 900 kilos de explosivos: la V1. Podía destruir una manzana de casas, pero tenía dos problemas: era lento y vulnerable al fuego de la artillería y al ataque de los cazas así como deficiente su dirección. Londres era el objetivo, pero Berlín no sabía exactamente si acertaban. Con todo, lanzó unas 8.000 y muchas de ellas hicieron blanco. Ahí intervino Garbo/Arabel, que se encargó de informar a la Abwehr de que debían modificar la dirección y, aunque la mayoría de los artefactos erraban el objetivo, él se encargaba de enviar fotografías de los devastadores efectos realmente provocados. Estas informaciones desviaron centenares de V1, disminuyendo el efecto destructor de los mismos. Pese a todo, 2.419 alcanzaron zonas pobladas, causando 24.165 víctimas (6.184 muertos). La V1 y su hermana mayor, la V2 (unos 2.000 lanzamientos, con un total de 9.277 víctimas –2.754 muertos–) sembraron la muerte y causaron una tremenda alarma, pero no cambiaron en ningún caso el rumbo de la guerra.

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