Sección patrocinada por sección patrocinada

Festival de San Sebastián

Alba Flores: "Cuando cumplí más años de los que Antonio tenía cuando murió, empecé a ver al hombre detrás del padre"

La quinta jornada del festival acoge el emocionante documental "Flores para Antonio", de Isaki Lacuesta y Elena Molina, con el que la hija del músico homenajea de manera terapéutica a su padre permitiéndose transitar un duelo que no estaba completamente explorado

Alba Flores durante su llegada al festival de San Sebastián
Alba Flores durante su llegada al festival de San SebastiánArnaitz RubioEuropa Press

La última vez que Alba Flores soñó con su padre, Chirro –el mejor amigo y manager del artista– se acercaba a ella sospechosamente inquieto para confesarle eso que tantas veces deseó que fuera cierto, eso que nunca hubiera tenido que desear tan pronto: «tu padre no estaba muerto, estaba en coma, lo tenía yo encerrado en un sótano y se ha despertado. «Y entonces me llevaba a ese sótano y le veía ahí, en una cama, con los ojos abiertos», comparte la actriz en entrevista con este periódico sobre un hombre al que le dolían los dolores del mundo que se rompió la muñeca el mismo día en el que le comunicaron la muerte de su madre, Faraona de sus entrañas, después de pegar un puñetazo a la pared en actitud insuficientemente compensatoria por no podérselo asestar a la propia vida.

Sobre la figura artística de Antonio Flores se había escrito y hablado relativamente, pero nunca a través de la mirada llena de búsqueda y gestión afectiva de Alba. Por eso «Flores para Antonio», el documental dirigido por Isaki Lacuesta y Elena Molina que la hija del compositor produce y protagoniza y que se presentó ayer fuera de concurso en la quinta jornada del festival es un artefacto sensibilísimo de recuperación de una memoria compartida fragmentada que la actriz de «Vis a vis» transforma en un ejercicio terapéutico con el que poder plantear cuestiones que no se había atrevido a formular hasta ahora relacionadas con la reconstrucción genuina por parte de quienes le conocieron y le quisieron del hombre detrás del artista y del creador detrás del genio. «Pregunta cariño, pregunta todo lo que no te has atrevido en estos treinta años», le insta su tía Lolita en un momento concreto invitando a la utilización de la misma libertad absoluta con la que parece haber estado siempre regado el universo de los Flores.

«La verdad es que en todo este proceso de construcción del docu he tenido una sensación grande de descubrimiento y de celebración hacia la figura de mi padre, pero dolorosa también porque ha sido una forma de atravesar mi duelo. Siento que de alguna manera lo he recuperado a través de este trabajo. Y ahora lo tengo más integrado en mi vida, sé más quién es, quien fue, he descubierto muchas cosas de su forma de relacionarse con la vida y con la muerte y también he descubierto cosas de toda la familia», reconoce Flores sobre la sensación catártica y radicalmente expectorante que ha supuesto para ella transitar por un recuerdo, hasta ahora incompleto, de Antonio Flores.

Sirviéndose de un exhaustivo acopio de material de archivo, de grafismos creados a partir de dibujos que el mismo Antonio hacía, de grabaciones caseras en las que se ve al clan disfrutando de la fresquísima satisfacción de quererse o a padre e hija tumbados en el sofá improvisando musicalmente con la guitarra mientras se cuelan influencias souleras por la entonces pequeña garganta de Alba, de entrevistas rescatadas, de actuaciones trascendentes –particularmente triste resulta la que Antonio concede en Pamplona protagonizando desagarrado de dolor la que fue su última aparición pública: «Lloré con Camarón, porque se murió un genio (murió en el 92 y Lola en el 95) y ahora he llorado porque se ha muerto un genio y se ha muerto mi madre. Pero la vida sigue y mi madre lo que quiere es verme en el escenario y triunfando y esta velada va dedicada a ella», pronunció en la rueda de Prensa concedida antes del concierto–, Lacuesta y Molina construyen una cápsula temporal de homenaje que dialoga con un presente guiado por Rosario, Lolita y su madre y ex pareja de Antonio, Ana Villa, en el que Alba conseguido hacer un duelo que no había hecho todavía.

«Me faltaba la madurez suficiente yo creo para hacer esas preguntas. Por un lado, creo que ha sido un proceso y todos los procesos requieren tiempo, sin embargo a mí no me parece tanto. Quiero decir, hay gente que no las hace en su vida. Estoy contenta de poderlas hacer. Y creo que esto ha sido un regalo que me ha dado la vida, por un lado, porque tengo una familia con la que puedo hablar de estas cosas, que eso no todo el mundo tiene y por otro, haber hecho yo un proceso personal de poder crecer y madurar de una manera que me haya permitido hacer reflexiones profundas sobre mi propia historia, la historia de mi padre y la historia de mi familia», reconoce antes de añadir sobre la gestión de la pérdida teniendo que lidiar con la grandilocuencia de un apellido como el propio: «A pesar de ser una familia de artistas nunca se nos exigió que tuviéramos que serlo. En el caso de mi familia siempre ha habido muchísima libertad para todo, y sostén y refugio y apoyo. El público tiene una expectativa concreta muchas veces, proyecta unas cosas en nosotros sobre las que no tenemos control y pueden ser buenas, malas o regulares. Eso es lo que creo que hemos notado todos en algún momento un poco más: la dificultad de poder relacionarte hacia afuera sin dejarte condicionar por esa proyección que hay desde fuera hacia nosotros.

Cuando Alba cumplió más años de los que Antonio tenía cuando murió (33), empezó a observar a su padre como a un igual: «Empiezo a percibirle en ese momento como el hombre detrás del padre. Y aunque ya había empezado a hacer ese proceso en terapia, ahora soy capaz de ver por completo a ese joven. Igual que a mi madre. Me ayudó mucho ver los vídeos caseros, precisamente, en donde se les veía a ellos en su salsa, disfrutando, viviendo con sus rollos de la época. Al verlos así me ha nacido un amor muy grande tanto por mi padre como por mi madre. Me he enamorado mucho de ellos como seres humanos, con sus cosas, con sus conflictos, con sus talentos, con sus dificultades. Y me caen muy bien». Había ecos de conmoción en el Kursaal tras la proyección, silencios respetuosos, emotividades subrayadas. En «Flores para Antonio» hay una autopsia leída en voz alta, una reparación generacional de los músicos a los que la serpiente de la droga les atrapó hasta estrangularles, una reconciliación con la figura de un padre que tuvo que ser tempranamente imaginado, hay rumba y dolor, hay una hija «tan bonita, tan morena, tan gitana como era» poniendo flores nuevas dentro de los cajones de un recuerdo que ahora es mucho más claro, más liberado, tiene más aire.