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Historia

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Alcántara, el nombre inmaculado de la tragedia

En medio del desastre de Annual, la heroica gesta del Regimiento salvó el honor de las armas españolas de las garras de la tragedia

Cien años de la gesta del Alcántara
Cien años de la gesta del Alcántaralarazon

23 de julio de 1921, estamos en la carretera que une el campamento de Dar Drius con Batel, justo en el punto donde el cauce seco y escarpado del río Igan corta el paso y sirve de parapeto a los irregulares rifeños, a la harca –una palabra que se ha vuelto terrible en las últimas horas–, que se halla atrincherada al otro lado.

23 de julio de 1921, estamos en la carretera que une el campamento de Dar Drius con Batel, justo en el punto donde el cauce seco y escarpado del río Igan corta el paso y sirve de parapeto a los irregulares rifeños, a la harca –una palabra que se ha vuelto terrible en las últimas horas–, que se halla atrincherada al otro lado. Frente a ella, la larga hilera que forman los cinco escuadrones del Regimiento de Cazadores Alcántara, número 14 de caballería. «¡Alcántara! El nombre inmaculado de la tragedia», reza la crónica que escribió Gregorio Corrochano para el ABC del 28 de octubre de 1921; y detrás, la triste columna que ha salido de Dar Drius, vapuleada y desmoralizada, camino de la salvación. «En la confusión del desastre, en el rodar de miles de hombres con armas y bagajes, en el vértigo de un ejército desmoralizado por la derrota, en el loco griterío de los heridos abandonados, de los prisioneros sin rescate [...] se han registrado en el desastre muchos hechos heroicos».

Las campañas llevadas a cabo por el Ejército español en África están vinculadas de forma indisoluble a un nombre: Annual, una catástrofe a la vez inesperada e inmensa. Inesperada porque, de repente, la Comandancia General de Melilla se vino abajo cuando el abandono desordenado de un campamento se convirtió en una desbandada que se propagó por toda la región. Annual no solo fue Annual, también fue Cheif, Midar, Dar Quebadani o Candussi, por citar tan solo unas pocas guarniciones cuyos soldados tuvieron que escapar a toda prisa o fueron masacrados; Annual también fue Dar Drius, Batel y Tistutin, en la ruta que siguió la columna en retirada. Pero, sobre todo, Annual fue Monte Arruit, tres mil hombres cercados y finalmente masacrados que fueron abandonados a su suerte por los mandos militares que se hallaban en Melilla, a unos 40 km, con sesenta mil hombres a su disposición. Con una cifra final de muertos que, según las fuentes, alcanzó los doce mil hombres contando todos los cuerpos, y al menos casi ocho mil soldados peninsulares, el desastre fue también inmenso.

Pero no se equivoca el cronista al fijarse en el Alcántara, cuya actuación llevaba siendo meritoria desde el día anterior, cuando había salido a recibir, y protegido, a la desordenada columna que provenía de Annual; y desde aquella misma mañana, cuando «espantó a los moros en Dar Drius con una carga rápida, vertiginosa, aplastante». Pero el momento de gloria de aquel regimiento de caballería iba a ser el de las cargas de Igan: «Dio una segunda carga con los caballos fatigados, y otra vez abrió paso a la columna del general Navarro. Los moros se rehacían, siempre encontraban nuevos combatientes de refresco que acudían de las cabilas vecinas, adonde llegaba el pregón de nuestra derrota».

La batalla iba a ser larga, pero la crónica de Corrochano, redactada al descubrirse los cadáveres abandonados de los soldados españoles que se habían rendido y sido masacrados en Monte Arruit, daba, da, el contrapunto adecuado a la tragedia, y puso de relieve uno de los muchos acontecimientos heroicos de aquellos días: «Había que cargar otra vez, y otra vez, y faltaban caballos, que caían agotados. Pero si faltaban caballos le sobraba espíritu a Fernando Primo de Rivera, que decía a los soldados: ‘Vamos muchachos, a ellos otra vez. ¡Viva España!’ Y otra vez iban aquellos muchachos detrás del jefe que les arengaba con la palabra y les enardecía con el ejemplo. Los caballos, reventados, con el belfo caído, lleno de espumarajos de sangre, no podían correr, y aquellos escuadrones de Alcántara cargaban al paso, siendo el asombro y la admiración del enemigo. Y así llegaron, ¡los que llegaron! a Monte Arruit [Batel]».

«La cruz laureada nace siempre al borde de un precipicio, al margen de un desastre», y bien que se ganó la suya el Alcántara por los hechos de armas de Annual, aunque tuviera que esperar casi un siglo, hasta 2012, para recibirla.

Un enemigo esquivo

Los rifeños eran personas muy curtidas, acostumbradas a una vida parca y que tan solo reconocían una autoridad religiosa, y no necesariamente política, en el sultán. Antes de que Abd el-Krim organizara su república del Rif (véase Desperta Ferro Contemporánea n.º 11: «El desembarco de Alhucemas, 1925»), la población se organizaba en cabilas, «pequeñas repúblicas en miniatura» formadas por familias amplias o grupos de familias que se instalaban en aduares y que solían identificarse por tener un antepasado común. Estas se regían por una asamblea llamada yemáa, que administraba la comunidad y que era el órgano en el que residía la autoridad. Una de sus diversas funciones era organizar la harca, una palabra que mezclaba los conceptos de expedición militar y movimiento, cuyo tamaño y composición eran irregulares, ya que en ella podía participar una sola familia o varias, y cuya existencia solía ser temporal. Para levantar una harca se enviaban emisarios a diversos puntos en los que se concentrara la población, como los zocos, donde se prometían botines y un enemigo fácil de derrotar, y luego, en la asamblea, se decidían los pormenores de la expedición. A partir de ese momento se corría la voz, para que los que quisieran combatir acudieran a un punto de reunión organizados en idalas, la unidad correspondiente a su lugar de origen, que podían ser relevadas de vez en cuando. En estas condiciones, no era extraño que los combatientes rifeños fueran poco perseverantes. Sobre lo que significaba la guerra para ellos, escribía el propio Berenguer que «no es un trance decisivo, es un acto de la vida en el que sólo arriesga lo preciso para cumplir con su compromiso de solidaridad [...] –lo que explicaba– la poca consistencia de su ofensiva que [...] suele evaporarse al contacto de la primera dificultad –y que– su capacidad ofensiva sólo se manifiesta en emboscadas».

Para saber más...

«El desastre de Annual»

Desperta Ferro

Contemp.

68 páginas,

7 euros