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Alemania, una historia a golpe de guerra

Christopher Clark analiza la conciencia histórica de Federico de Brandemburgo, su bisnieto Federico el Grande, Otto Von Bismarck y Hitler para retratar la evolución del país.

Restos de combatientes de la batalla de Lützen, librada en 1632, durante la guerra de los Treinta Años
Restos de combatientes de la batalla de Lützen, librada en 1632, durante la guerra de los Treinta Añoslarazon

Christopher Clark analiza la conciencia histórica de Federico de Brandemburgo, su bisnieto Federico el Grande, Otto Von Bismarck y Hitler para retratar la evolución del país.

«Hitler vislumbraba una economía autosuficiente que, por medio de la conquista, debería hacerse con los recursos que necesitaba, una economía autárquica, controlada centralmente, orientada a unas metas compartidas e inmune a las presiones internacionales...». Para conseguirlo acabó decidiéndose por «esclavizar o exterminar a los consumidores y poblar con alemanes los territorios desalojados (...) Los alemanes iban a crear su modelo de producción milenaria, auto sostenido y a prueba de Historia». Tengo en mis manos un libro con fachada historicista y promesa de reflexión intelectual entre poder político y tiempo, una velada sesuda de filosofía de la historia. Pero, tras la apariencia, nos sorprende un elegante desarrollo del planteamiento de la obra y una cuantiosa cantidad de oportunas referencias al momento actual.

Conciencia del tiempo

El párrafo que he elegido para abrir esta reseña no es casual: hace ochenta años, el 28 de septiembre, capitulaba Varsovia, cercada por la Wehrmacht. Una semana después, Hitler entraba triunfante en las ruinas de la capital polaca y ya para entonces se había puesto en marcha el plan nazi de «exterminar a los consumidores» (polacos, 1,9, y judíos, 2,9 millones) y poblar con alemanes sus territorios más fértiles. Acaba de llegar a las librerías «Tiempo y poder. Visiones de la Historia desde la guerra de los Treinta años al Tercer Reich», de Christopher Clark, un historiador que ya desfiló por estas páginas hace tres años con «El reino de hierro». En esta ocasión, reflexiona sobre lo que ocurre «cuando la conciencia del tiempo converge a través de la lente de una estructura de poder. Se adentra en las modalidades de historicidad que hacen suyas y formulan quienes ejercen el poder político».

Y para mostrar cómo funcionan esas formas de historicidad en diversos momentos concretos, se interna en cuatro épocas clave de la historia moderna y contemporánea de Alemania, que él conoce como pocos: la lucha del Gran Elector Federico Guillermo de Brandemburgo-Prusia (1620-1688) con sus estados provinciales tras la guerra de los Treinta Años y sus múltiples equilibrios y guerras para escapar del poder polaco y convertir Prusia en un Estado internacionalmente respetado. El político que inició la tradición militar prusiana tenía una percepción del tiempo presente «como el inestable umbral entre un pasado catastrófico (el dominio polaco) y un futuro incierto»; por eso, en su testamento político encarece a su heredero que mantenga la amistad con Francia, que respete al emperador (Fernando III de Habsburgo) y defienda la situación creada por la Paz de Westfalia, de 1648.

Su bisnieto, Federico II (1740-1786), llamado el Grande, o el Filósofo, o el Músico o el Ilustrado o el Soldado, fue el gran artífice del poder prusiano y de su potencia militar. Según Clark, tras Westfalia, «Federico imaginaba una situación de inmutabilidad (...) donde el Estado ya no era un motor de cambio histórico, sino un hecho inespecífico y una necesidad lógica». Para el rey, el pasado era «el almacén de relucientes ejemplos que apelaban a sus propios logros (...) lo demás era polvo y trastos viejos». Clark admira a Federico pero no le cautiva, «adoptó un paradigma histórico impreciso y carente de originalidad, y lo adaptó a sus propias preferencias».

La fuerza justificada

Al monarca ilustrado, modernizador social, jurídico, administrativo, burocrático y militar le sigue en estas reflexiones el estadista que forjó la unidad y grandeza de Alemania, el canciller Otto von Bismarck (1815-1898). El gran cocinero de la política europea de la segunda mitad del siglo XIX fue «el responsable de tomar decisiones arrastrado hacia adelante por el torrente de la historia»; para él, «el hombre no puede ni crear ni dirigir la corriente del tiempo; tan solo puede viajar sobre ella y dirigirla con mayor o menos habilidad y experiencia». Por tanto, aplicando esta idea a su época y a su interés, el estadista debía «gestionar la interacción entre las fuerzas desencadenadas por las revoluciones de 1848» mientras «protegía las prerrogativas y privilegios del Estado monárquico».

Hitler ocupa el cuarto lugar en las disquisiciones del autor. Los cimientos nazis se asentaban «en una profunda identidad entre el presente, un pasado remoto y un futuro remoto». En el pensamiento de Hitler, «quien sea más fuerte por su valor y su laboriosidad recibe, como hijo favorito de la naturaleza, el derecho a ser dueño y señor de la existencia (...) En política, la opción fundamental siempre era binaria: sobrevivir y triunfar o perecer». Hitler solo conocía un futuro, «la victoria predestinada de las fuerzas arias sobre sus adversarios». A partir de ahí estaba justificada la fuerza sin limitación. Un libro para leer detenidamente y, además, repleto de curiosidades sobre poder y tiempo, como el cambio de los calendarios por parte de la Revolución Francesa o de Stalin; y sugerencias, lecciones y explicaciones de algunos problemas del presente, así como el Brexit, el ciego oportunismo de Trump en su rechazo de las previsiones científicas sobre el cambio climático y el auge populista «falsificador de nuevos pasados».